Amigos invisibles. No he querido bajo ninguna forma denigrar de este
admirado capitán extremeño, sino al contrario situarlo en un justo
título suficiente e interesante como para comenzar esta crónica. Lo
primero que debemos advertir y ya situándonos en el siglo XVI en que
viviera, es que España como salida de un mundo casi feudal permanecía en
un entorno lleno de contradicciones no lo suficientemente entendible
desde la óptica de nuestro tiempo, pero si lo bastante complejo como
para castigar almas queriendo decir cuerpos, en el sentido de las
exigencias sociales, como obra de una repartición estratificada de los
súbditos, aún en viejas pendencias, desde cuando los moros arábigos pero
mezclados con los norafricanos magrebíes entraron para permanecer en su
territorio por muchos siglos que algunos dicen de bienestar y otros de
suplicio. En esa refriega permanente se fue moldeando este país de
diversas nacionalidades y pensares, dentro de aquel cúmulo de
desigualdades y tropiezos que caracterizaron a la Europa de aquellos
tiempos guerreros.
Pues bien lo primero a tratar sobre el molde
que enmarca el nacimiento de nuestro personaje, a quien le tengo aprecio
secular porque inicialmente fundó la ciudad Trujillo de Venezuela, que
me vio nacer y de quien guardo tantas leyendas alusivas que rodearon a
ratos parte nutriente de mi infancia, con este razonar sencillo quiero
referirme a la estricta división de la sociedad de aquella época,
primero porque España había entrado en una decadencia económica acaso
dramática, ya que al acorralar expulsando a los moros y a los judíos
como supuestos enemigos del nuevo orden establecido por los poderosos
castellanos que tras bambalinas dominan la escena decadente, el comercio
agrícola y ganadero de los expatriados moros y de los moriscos
subsiguientes, como el movimiento económico de los judíos “conversos”
que siguen en esa limpieza social, marcan aún más la decadencia de que
hablamos, de donde salvo los grandes señores y la Iglesia todopoderosa,
como de algunas familias de solera favorecidas, los demás penetran en la
pobreza que se extiende por toda España como las contiendas cotidianas,
porque debemos traer a colación que la guerra es también un gran
negocio. Si no que lo recuerde el cardenal Francisco Jiménez de
Cisneros. De esas resultas aparece el estrato social más bajo ayuno de
toda ayuda, por lo que en la estampìda algunos desposeídos se refugian
en los conventos y otros prefieren el ejercicio de la guerra crucial,
que como negocio positivo puede sacar adelante a ciertos soldados que
reúnen méritos por su bravura y valentía en el sempiterno oficio de las
armas. Pero el llamado Descubrimiento de América y el combate que se
prosigue en diversos puntos de Europa donde España tiene razón de ser o
poderío, destapa la olla del deseo, de la riqueza y de otras fantasías
que se cuelan por dicho país en dificultad permanente, de donde grandes
capitanes en los llamados tercios luchan bajo ese combate de
excelencias, como Gonzalo Fernández de Córdoba o Diego García de
Paredes, a quien se cita con honor como “El Sansón de Extremadura”, que
por cierto es el padre biológico del personaje que estamos tratando.
El
problema que se plantea en ese origen difícil con respecto a nuestro
Diego García de Paredes, hijo, se centra doloroso de un principio,
porque su nacimiento viene a ser bastardo o fuera de matrimonio, tan mal
visto aunque tolerado con dispensas en cierta forma por la Iglesia,
pues como secreto a voces se sabe que su padre el gigantón Don
Diego, algo así como un personaje de novela renacentista, de sus hazañas
en Italia viene a la tierra extremeña en plan de ligero descanso, y en
ese corto tiempo como el diablo tienta y la carne manda, en un pequeño
desliz engolosina de pasión y corto romance escondido a una vecina
distinguida de Trujillo, de quien todos conocen su nombre pero que por
respeto nadie menciona y que en verdad es la linajuda doña María
(Mencía) de Vargas, dama de solera y hasta de tronío como cantan los
vecinos andaluces, de donde a escondidas como debió ser para guardar
respetos en la profundidad taimada de Trujillo y con cero información al
respecto el año mortuorio de Colón, o sea en 1506 nace un hijo varón, a
quien se bautiza en íntimo secreto, para evitar conversaciones y hasta
el murmurio dañino, a quien para mejores señas en cierto grado
identificatorias sin entrar en detalles se le calza el nombre de Diego
García de Paredes. Don Diego entre tanto como es de suponer regresa a
Italia para continuar la batalla emprendida en la defensa de los
intereses en principio imperiales, mientras que para dejar mención
histórica aunque sea en forma literaria sobre tal acontecimiento en que
se enreda hasta el amor, un descomunal bardo de la época, un fénix de
los ingenios como es don Lope de Vega Carpio, se atreve a dejar
constancia de aquel enlace furtivo entre otro corajudo Don Juan y la
tierna Doña Inés. Mientras va creciendo con el mayor sigilo como es de
suponer, pronto en la sufrida región extremeña comienza a hablarse de
las maravillas áureas descubiertas en América de donde los apetitos de
riqueza en este sentido se desbordan, con la meta precisa de viajar a la
capital europea con la intención de que el bueno rey Midas lo favorezca
en la idea de hacerse rico y en poco tiempo. Por ese camino hacia
Sevilla, ahora cargada de barcos temporales que zarpan sin cesar, ya
aparecen en esas tierras milagrosas los grandes soldados extremeños que
son Hernán Cortés y Francisco Pizarro, mientras que pronto le van a
seguir otra legión de jóvenes para continuar en el empeño, con los que
España va hacia la formación de su imperio americano. Al joven Diego,
reconocido por su padre, en el recuerdo bastardo de Don Juan de Austria
lo crían con cierto esmero y calidad cerca de Trujillo, donde dentro de
la familia se le instruye en muchas artes, incluida la literatura,
astronomía, las armas y la historia. Es apenas cuando en 1516, siendo
zagal de viveza, que viene a conocer su padre, cuando se establece cerca
de Trujillo y al regreso de Italia. Ya es un momento fundamental para
la vida del menor, por los conocimientos y el amor que le pone su
progenitor cuando se acerca a la tranquilidad y sabiduría de los
cincuenta años. Para entonces nuestro Diego García ha heredado la
agilidad y fortaleza de tal padre, cuestión de suma importancia para el
desarrollo de su vida. Poco tiempo después el maduro Don Diego, que
entre otras distinciones alcanzará ser marqués de Colonetta y a quien
Cervantes en Don Quijote hace un elogio de altura, sirviendo en la
guardia personal del Papa Borgia Alejandro VI, que antes lo había hecho
para los Reyes Católicos y siendo caballero noble de la Espuela Dorada
(de oro), que ya es mucho decir,
resuelve trasladarse de nuevo rumbo a
Italia, quedando el hijo ya algo crecido en la disyuntiva de escoger la
carrera eclesiástica, que no correspondía a sus briosas actuaciones, o
iniciarse en el mundo militar, que tan buenos frutos podría producirle,
como el conocimiento de los mundos Nuevo y Viejo, teniendo como ejemplo a
seguir la exitosa actuación de tantos extremeños osados que ahora
hacían su vida y fortunas en América, como Hernán Cortés, el porquero
vecino Francisco Pizarro, y al que conoció niño, Francisco de Orellana, descubridor y viajero del inmenso río Amazonas, inmortales los tres, que llegaron a la más alta fama militar.
El
año 1521 es cuando ve por última vez a su padre, por lo que con esta
ausencia, que durará por siempre, decide emularlo en cuanto él ha
representado para su patria la dignidad en el escenario europeo, de
donde con los ejemplos de sus antecesores como Cortés y Pizarro emprende
el viaje definitivo hacia Sevilla, en pos de la suerte y del honor, que
no tiene en este caso cortapisas. Analizando así su porvenir se detiene
algún tiempo en ese puerto mágico sevillano, mientras sopesa si
continúa en los pasos europeos de su padre o se lanza en la carrera de
América, porque Sevilla anda llena de valerosos extremeños, que es lo
que en definitiva le hace sacar pasaje a Indias, cuando anda acercándose
a los dieciocho años de vivencias, y así pronto le vemos recorriendo a
la insular Santo Domingo, la primogénita capital americana, en el alba
de 1524. Pronto como sabemos y en el inicio de la singladura viaja a
Centroamérica, en tierras del fiero cacique nicaragüense Nicarao, donde
se estrena como militar mientras arrecia una lucha frontal por el poder
hispano entre varios conquistadores por querellas y dominios
territoriales es decir desde Honduras y hasta Panamá, que llega por
desgracia al manejo sangriento de las armas, en que vence el desgobierno
de Pedrarias Dávila, de donde nuestro Diego García de Paredes a
sabiendas que su pariente Francisco Pizarro andaba en busca de valientes
soldados, para ir a la conquista del Pacífico y rumbo al Perú, en unión
del explorador andaluz y conocido personaje Hernando de Soto aceptan la
llamada de Pizarro, por lo que en 1531 se halla en Panamá para luego
seguir hacia el Sur, en busca de la gloria y de Pizarro. A las órdenes
de este extremeño su pariente y amigo dura varios años a lo largo de
esta costa pacífica americana donde reinaba el enorme imperio inca,
extendido desde Pasto en Colombia hasta el centro de Chile y más allá
como adentrado en las sierras que caen hacia el Amazonas. Allí se hará
un soldado de valer, principalmente con sus hazañas entre Ecuador y
Bolivia, Tumbes (a quienes siendo traidores al propio Diego García
castiga con rigor), Loja, Paita, Chanchan, hasta adentrarse por Chile y
la actual Machu Picchu, en el combate difícil contra once millones de
súbditos indígenas, y ellos apenas siendo un puñado de hombres valerosos
pero montados a caballo y con petos metálicos que infundieran terror a
los naturales americanos. Pero donde destaca con holgura nuestro Diego
García es cuando luego del episodio de la isla del Gallo con los trece
de la fama dan un paso irreversible a favor de seguir a Pizarro como
diera lugar, de donde en la jornada en prosecución Diego García junto a
168 soldados y 37 caballos acompañantes en Cajamarca junto a dieciocho
compañeros escogidos por el propio Pizarro, siendo García uno de ellos,
el 16 de noviembre de 1532 hacen prisionero al último y décimo cuarto
inca de nombre Atahualpa, que está cuidado por miles de súbditos allí
reunidos pero sin nada hacer frente al terror, de donde a poco la
inmensa fortuna en oro propiedad del Inca Atahualpa pasa a poder de
Pizarro y de los suyos, mientras por miles mueren en la desbandada los
acompañantes de sacrificado indígena Atahualpa.
Superado el
episodio exitoso del Perú y con las alforjas llenas Diego García
resuelve regresar a España, y en enero de 1534 ya anda por Sevilla, para
seguir viaje rumbo a Aragón, y luego a Barcelona, donde tiene el
privilegio de saludar y besando su mano al emperador Carlos Vº, o Iº de
España si así lo quiere usted llamar. Pero ante los avatares de la
continua guerra y por necesidades apremiantes de dinero los
héroes venidos del Perú como García deciden prestar cierto dinero a la
corona real, por lo apremiante de sus necesidades. En este tiempo de
cuatro años en que con ánimo guerrero visita a Flandes, Francia,
Alemania, Italia y Sicilia, según están contestes sus estudiosos
biógrafos y mientras se decide el futuro de nuestro distinguido militar
conquistador, sin problemas dinerarios viaja a Trujillo, postrándose
allí ante la tumba de su padre, ubicada en la Iglesia Santa María la
Mayor, donde tuve la oportunidad de asistir al reconocimiento forense de
su osario, en 1957. Para ese tiempo Diego García había ascendido a
capitán del ejército español, título de relevancia en el mundo de las
armas de entonces. Luego de este viaje a Extremadura y por los
contactos familiares entra en comunicación con el Adelantado Francisco
de Orellana para formar parte de su reiterada expedición al Amazonas en
busca de riquezas como El Dorado, con cuatro barcos y 400 hombres, que
parten primero de San Lúcar de Barrameda el 11 de mayo de 1544, mas la
expedición viaja sin suerte, entre la que va destacado nuestro Diego
García, y ya al llegar a las bocas del inmenso Amazonas ha perdido dos
navíos y como 200 hombres y luego adentrándose en el mar de agua dulce
amazónico siguen las muertes, el hambre y la miseria hasta que un tanto
olvidados en 1546 nuestro Diego García ve como fallece su gran amigo
Orellana, derrotado por las enfermedades apestosas y el desconcierto.
Los pocos que quedaron a duras penas pudieron regresar a la insular
Margarita en Nueva Andalucía, poco tiempo después. De este centro
perlífero, con la cercana Cubagua, García de Paredes decide viajar al
Nuevo Reino de Granada, en que permanece un tiempo, donde se detienen
poderes y fuerzas originadas desde Guayaquil, de Venezuela y Cartagena
de Indias, mientras García de Paredes analiza tal situación, decidiendo
luego trasladarse a Venezuela y como siempre en la aventura de los aún
años mozos, en busca de El Dorado. Para los venezolanos esta última
etapa del conquistador es más fecunda de conocimientos, deteniéndome en
cuanto pueda interesar a los que ignoraban a tan importante capitán.
En este comienzo del sexto lustro del siglo XVI De Paredes aparece en
Coro para luego seguir a El Tocuyo y pronto mediante órdenes superiores
se le destina a combatir del alzamiento del negro africano pero nacido
en Puerto Rico que se autotitula Miguel Iº, que en 1533 desconoce toda
autoridad española alzándose en la minas áureas de Buría y luego coge la
montaña con su hueste cautiva. donde funda un efímero reinado que
pronto la brillante espada de García de Paredes al mando de treinta
soldados destruye enteramente cuando entre los primeros alzados cae
muerto el referido Rey. Luego De Paredes se detiene en Barquisimeto con
ánimo fundador de la ciudad, lo que acaece en 1552, y a seguido término
con tal éxito el cabildo de El Tocuyo lo designa para que vaya a la
conquista vecina de los indios cuicas, tan avanzados en esa cultura
primitiva, territorio que representa el hoy Estado Trujillo, donde a
mediados de 1557 y con setenta infantes que lo acompañan penetra en
aquel territorio y funda a Nueva Trujillo, en recuerdo de su natal
ciudad, de donde luego parte hacia El Tocuyo para dar cuenta de la
hazaña. De seguidas un nuevo enviado a la ciudad la cambia de sitio, que
así ocurrirá por siete veces en esta ciudad portátil, de donde regresa
de Paredes para repoblar en la segunda vez, pro por estos dimes y
diretes alternativos, decide pasar a Mérida de los Caballeros, que es
frontera santafereña de Colombia, y estando en ese apuro reiterativo y
fundacional allí conoced que el sicópata asesino Lope de Aguirre se
encuentra en Margarita, ha salido ha Borburata, Valencia y se dispone
venir en son de
guerra a Barquisimeto, de donde ante el peligro
el Gobernador Gutierre de la Peña le exige regrese a Venezuela para
detener y exterminar a tan tremendo loco, lo que realiza a través de
Trujillo para luego reunir a 150 hombres con que enfrentarse a este
frenético bandolero, lo que prepara mientras recibe el ascenso militar
de Maestre de Campo. El siete de octubre de 1561 con su tropa ya está
frente a Barquisimeto, mientras realiza actividades de logística y
espera el continuar de los acontecimientos, a sabiendas de la deserción
que sufrirán sus compañeros, porque como repito los manejaba un loco.
Así las cosas se obtiene información previa por uno de los desertores,
Pedro Alonso Galeas, y otros datos de inteligencia recogidos por lo que
pronto se entra al ataque, en que reducido a nada el miedoso Aguirre
pide clemencia al final, que no le es otorgada, por lo que muere de un
trabucazo y luego se le corta la cabeza y las manos, para mayor
escarnio. Si usted desea más informarse sobre este asunto puede visitar
un blog de mi autoría que aquí publiqué hace poco tiempo.
Bien,
una vez acabado con esta insurrección tenebrosa y junto con los
recaudos necesarios De Paredes emprende viaje a España, en solicitud de
mercedes o recompensas por el currículo que ostenta, que desde luego no
le son negadas, sino al contrario, el Rey Felipe II y por Real Cédula de
28 de julio de 1562 en mérito de sus servicios nombra a Diego García de
Paredes Gobernador y Capitán General de la importante Provincia de
Popayán, que ahora es Colombia. Pero antes de seguir a tomar riendas del
cargo decide bajar a tierra en Borburata para saludar a su gran amigo y
compañero en la gesta contra Lope de Aguirre, Luís de Narváez, de quien
fuentes cercanas le aseguran está en dicho poblado indígena, y con la
buena fe que se presume frente al bajo engaño que le tiende se dirige a
la costa donde el jefe toromayma y feroz caribe Guanauguta le tiene una
celada, de lo que no sale vivo, pues es acribillado inmisericorde con
flechas venenosas. Así murió este personaje de leyenda, cuyo lienzo
pictórico obra del reconocido extremeño Antonio Solís Avila, en tamaño
heroico fue donado por la Alcaldía del Trujillo extremeño a la ciudad
de Trujillo, en los 400 años de la fundación de la ciudad. Y el otro
gran obsequio que se hizo al Trujillo en dicha efemérides oportuna
correspondió al busto imponente de García de Paredes que donó el
Instituto de Cultura Hispánica de Madrid en igual homenaje, obra del
gran escultor reconocido a nivel internacional Juan de Abalos. Pero el
odio creciente hacia el origen español que circula en algunas esferas
mulatas salidas del carril respectivo, manejó que algunos vándalos de la
peor calaña, y execrados en la ciudad trujillana, con la ayuda de la
nocturnidad mafiosa a punta de martillo destruyeron este busto de tamaño
heroico, para quizás refocilarse en medio de alguna infusión narcótica,
o para vender el metal broncíneo como suele suceder, lo mismo que pasó
con el soberbio lienzo del referido cacereño Solís Ávila, de quien nadie
da cuenta de dicho robo y posible destrucción semejante a la que usaban
los nazis en tiempos de preguerra. Sin embargo y esto los vándalos
hotentotes no lo pueden acabar, el gobierno español ordenó emitir una
estampilla conmemorativa de la fecha, donde aparece de medio cuerpo el
famoso capitán y la que estos enfermos mentales no pueden destruir, como
también hicieron en Trujillo con los bustos de Sancho Briceño y
Cristóbal Colón. En Google imágenes pueden ver la estampilla lograda con
su figura serena. Que esto quede bien claro en el mundo de los
lectores, para recuerdo histórico de las barbaridades que se viven.
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