Amigos invisibles. No estoy
cayendo en algún error irremediable al escribir esta crónica histórica con
pelos y señales sobre una época en que Venezuela pasó a ser como propiedad de
los alemanes, durante dieciocho largos años de existencia (1528-1546), porque a
decir verdad ello se debió a la penuria fiscal y dineraria que sufría el
pleitista rey Carlos V, cuando le debía a muchas corporaciones y personas sin
poderles pagar, ello debido a que como era dueño y señor de media Europa se
endeuda a fin de mantener tropas en todos esos territorios con el consiguiente
gasto pecuniario, de aquí que para aligerar tal situación y en espera de
mejores tiempos cayó en las trampas de los débitos que avanzaban en capital y consiguientes
retribuciones, encontrándose así no solo con las casas florentinas
especializadas en tales préstamos onerosos sino que en Alemania y sus diversos
reinos o principados existían familias de ancestro firmes en tales negocios
usurarios y hasta ennoblecidas para acallar su gestión de cobro, como los
famosos Fugger, esparcidos por Europa en estos menesteres bancarios, y también
los de la competencia en esas artes dinerarias, que eran los reputados Welser,
sociedad fundada por Antón Welser en Augsburgo, ciudad alemana sureña y cercana
espiritualmente de Austria donde suceden episodios luteranos de importancia.
Para este tiempo los poderosos Welser, familia formada por cuatro hermanos, mantienen
minas de plata en Europa central, los delicados textiles de Flandes, la
producción exitosa de la lana inglesa y el pujante comercio con los exóticos
productos traídos del Oriente asiático, mientras extienden los negocios
comerciales hacia los dinámicos Amberes, Venecia, Portugal y España. Pero será
en especial el banquero Bartolomé Welser, quien desde Augsburgo juega a la lotería
bien pensada apoyando con préstamos redimibles y mediante “dádivas” que hoy
llaman compra de votos, lo que en definitiva abrió el camino para la coronación
imperial de Carlos Iº, en 1519. Y cuando ya cesa todo este ajetreo político y
económico dirigido a tal encumbramiento, el propio Carlos V, de quien hablamos,
recibe otros avances para consolidar su poder, que se hacen moratorios, por lo
que el avispado Bartolomé Welser comienza a solicitar la devolución de tales
préstamos a este nuevo rey y emperador español, de donde viéndose ya acogotado
en tal exigencia, para cancelar la deuda Su Majestad ofrece a Bartolomé
extinguir dicha obligación mediante la entrega de un enorme territorio en
Indias, para en el fondo hacer y deshacer a su gusto y que se encuentra situado
al este de Santa Marta, en Colombia, luego pasando por el Cabo San Román
falconiano y prosigue rumbo al oriente
de Venezuela hasta Maracapana, que por aquellos tiempos terminaba en terrenos
de Barcelona, para seguir con la Nueva Andalucía. Una vez aceptada por las partes tal
transacción bienhechora, como es menester se procede a redactar unas
capitulaciones contentivas de detalles contractuales que se firman en marzo de
1528 dejando así de inmediato en posesión de los alemanes eso que ya
empíricamente se llamaba Provincia de Venezuela, pues a decir verdad faltaba
mucho por determinar sus límites sobretodo en referencia hacia el sur, que
vagamente podrían relacionarse con esa
apetitosa región llamada El Dorado, mito histórico que de una manera oscura y
por tradiciones indígenas se situaba al sur del Orinoco (Uyupari) y rumbo a ese
otro gran río a descubrir después, que fue el Amazonas.
Las tales
capitulaciones de que hablamos incluían fundar dos poblados y tres fortalezas,
como traer a cincuenta expertos mineros de Galizia en Silesia (Polonia y hacia
Hungría) para la extracción de minerales como plata y oro, con una ganancia al
4 por ciento sobre frutos de la tierra, liberándoles de otros impuestos, todo
lo que en realidad quedó en el tintero, porque desde la llegada de los tudescos
a Venezuela hicieron lo que les pareció en gana, sin escatimar esfuerzos ni prevenciones
porque se consideraron como dueños y señores de este territorio, donde pronto
se producirían situaciones de espanto, todo a través de los agentes y
administradores de los Welser, en este caso de los tenebrosos Enrique de
Alfinger y de Jerónimo Sayler. Para mejor especificar ese período sangriento de
la historia venezolana diremos que seis gobernadores alemanes ejercieron su
mando en Venezuela, quienes fueron sucesivamente Ambrosio Alfinger, Nicolás
Federmann, Juan Alemán (por cierto el menos conflictivo de cuyo presunto
gobierno se ha estudiado poco), Jorge de Spira, Enrique Remboldt, y Felipe de
Hutten, suficientes como para formar un cuadro de problemas y desastres a
montón, siempre dominados por el enriquecimiento inaudito, que en unos como en
otros los fueron llevando a situaciones de locura. Aquí de forma continua y
para la ilustración de ustedes iremos haciendo una especie de esquema
sicológico de cada uno, salvo el del desconocido Alemán, cual suerte de retrato
de Dorian Gray a la americana, con los tremendos efectos de conciencia que
pintan de una manera real ese estado que se viviera dentro de aquel mundo
mágico, fantasioso, iluso y hasta sicótico de los personajes y sus vidas. Para
demostrarlo comenzaremos las secuencias de una manera cronológica.
24 de febrero de 1529.
En cuatro barcos de la época y 700 hombres envueltos en jubones de seda, con
airosas plumas, calzas de paño y penachos airosos y circenses por cuenta de los
Welser llega a Coro el primer contingente de rubios alemanes bajo el mando de AMBROSIO ALFINGER (o
Heinger), quien toma por la fuerza el poder, en manos de Juan de Ampíes, y llamado
luego “el cruel de los crueles”, quien gobierna malamente desde 1535 hasta
1538, y después como desaforado se da a recorrer el país, por Maracaibo, en
busca del ansiado mineral áureo. “Apoderado de su alma un furor insensato que
degeneraba en frenesí, señaló por todas partes su pasaje con el robo, el
homicidio y el incendio. Debía morir quien no podía ser esclavo, debía quemarse
la casa que le había servido; detrás de él nada debía quedar ni con vida ni en
pie”. Con rapidez Alfinger convierte a
Coro en un mercado de carne humana, erige patíbulos, encarece los precios, extorsiona
a los españoles, oculta el dinero al fisco, y corta la cabeza para quitarlos de
la collera a los indios que mantenidos con una cadena al cuello debían viajar hacia
el cautiverio, cuestión a realizar cuando se cansaban en esta dura travesía.
Acompañado iba del cruel Francisco del Castillo, que por esa cuenta del Jefe
ejecutaba horcas, azotes y afrentas, y quien fue preso por la indios pacabuyes,
para ser decapitado a macanazos, cortándole luego la cabeza. En esas andanzas
como acompañante de Federmann y luego de Hutten, entra en territorio chibcha
colombiano hasta Bogotá, pero al final regresa a Coro con las manos vacías. Luego
una segunda expedición más amplia mandaba Alfinger cuando en 1532 los indios de
Chinácota (Santander, Colombia) mediante una emboscada logran flechar a este
gobernador alemán, y quien mal herido y sobretodo en la garganta agoniza de
manera dramática durante cuatro días interminables. Llevaba entonces 60.000
pesos en oro que entierran sus soldados (otra gruesa remesa de oro Alfinger había
enviado a Coro, bajo custodia de soldados, en enero del mismo año), mientras
los sobrevivientes hambrientos hacen antropofagia con indios detenidos e
incluso comen perros para poder sobrevivir, al extremo que al paso por
Maracaibo de la tropa era tal el hambre de Francisco Martín que al sacrificarse
un indio para comer (y beber sangre) su desesperación le lleva a recuperar el
miembro viril del muerto levantando del suelo tal pedazo rijoso de carne y se
lo comió crudo en medio del mayor alborozo.
Entretanto Bartolomé Sayler (o Santillana) tudesco
encargado de la gobernación de Coro, es violento, asesino, atrabiliario, cruel
y libidinoso, azota, encarcela y roba indias para refocilarse, dentro del
desmadre en que viviera, antes de ser enviado en 1533 a un calabozo para su
juicio y asegurado con grillos y cadenas. A fin de sacar de sus casillas
anormales a este Bartolomé fue necesario que en noviembre se insurreccionara
Coro para aventar del poder a “los borrachones Welser”, lo que también origina el
envío a dicha ciudad de un primer obispo de Venezuela, el embraguetado Rodrigo
de Bastidas, para luchar contra el posible luteranismo alemán que se veía
venir.
Por su parte el gobernador alemán NICOLÁS
FEDERMANN, nacido hacia 1505, natural de Suavia (Ulm), de 29 años, grande, robusto, pelirrojo y de
rostro blanco, culto, con ascendiente natural, osado y hábil, aunque sin escrúpulos y codicioso. Hombre
de confianza de los Welser, es enviado por ellos a Santo Domingo, para
inspeccionar sobre sus bienes. Como lugarteniente de Alfinger incursiona por
Barquisimeto, donde recauda sin extorsión tres mil pesos de oro, o sea cinco
mil florines del Rin. En esta visita indígena se enfrenta a los belicosos
jirajaras, con los coyones retiene 600 esclavos, a los guaiqueríes por “malos,
orgullosos e insolentes” masacra quinientos naturales, entre ellos el altanero
cacique, sigue hasta Cojedes donde se enfrenta a los feroces cuibas, y luego de
la orgía de sangre en que despedaza en trozos a dos indios sin explicar porqué,
regresa a Coro llevando filas de esclavos sometidos a cadenas y con el peligro
de cortárseles la cabeza si demostraban cansancio. En 1530 expediciona sobre el Orinoco, y regresa a
Ausburgo donde escribe un libro sobre correrías. En otro viaje que realiza al
Apure y el Meta casi muere de hambre pues come raíces para subsistir, mientras
otros por ello pierden la vista y enloquecen oyendo “bramidos de bestia de
muchas cabezas”, enfrentado a tigres, tribus indígenas, y una epidemia de
difteria que llaman esquinencias. Bajo el apoyo de los Welser luego de entregar
la gobernación venezolana a Jorge Spira, en 1534, viaja por Venezuela y
Colombia (1535-1539), y en 1538 dentro del gran recorrido llegará a Bogotá
(Colombia), para disputarse el descubrimiento y el poder indígena chibcha con
Gonzalo Jiménez de Quesada y Sebastián de Benalcázar. Por cierto que en aquel
lugar y dentro de los arreglos logrados, el 29 de abril de dicho año el teutón Federmann obtiene de Jiménez de
Quesada “un segundo arreglo secreto” que los historiadores silencian, por el
que se reconoce a su favor parte del
botín en oro y esmeraldas (piedras preciosas), y como hecho importante a señalar
se “le cedía el dominio del cacique de Tunja” poderoso señor, cuyo dominio se
extendiera hasta los límites serranos con Venezuela, derechos documentales que Federmann
traspasará a su vez, antes de su muerte, a los propios Welser. Federmann muere
en febrero de 1542, en Valladolid, secuestrados sus bienes y liberado de
prisión con fianza de cárcel segura, sin reconocerle España ningún título que
esgrime por causa de lo descubierto, en lo que con terquedad entonces se
empeñaba.
6 de febrero de 1534. Llega a Coro con 200
isleños canarios “bastos y groseros”, y de otras naciones europeas, el teutón JORGE
HOHERMUTH von SPEYER, nacido en 1500, natural de Spira (Baviera), como
Gobernador Welser, a quien se llama “el demente”, y termina en verdad como loco
furioso, por la pasión del oro que le desborda. Tiraniza en la usura con los
precios comerciales excesivos. También esclaviza y encadena con argollas a los díscolos indios
jirajaras, empala, marca con hierro y vende a los indígenas, viola, roba e
incendia en todas las expediciones que realiza, es despótico y cruel con sus
soldados. Como Gobernador el llamado Jorge Spira va a los llanos, hacia donde
los indios de Baraure, en que dichos naturales se alimentan con un soldado de
apellido Orejón, por lo que Spira despliega una criminal razzia de muerte entre
esa tribu. Prosigue en la ruta hacia las estribaciones andinas y se adentra rumbo
al Apure, Casanare, Meta y Guaviare, donde un tigre le devora un soldado a la
vista tensa de sus compañeros. Prosigue entre tribus caníbales, tranquilos
entonces ante el miedo que le tenían a los caballos hispanos, penetra en
terreno de indios choques, pero famélicos, con el hambre siempre encima en que
también se vuelven caníbales, y enfermos andan echando lombrices a través de la
boca, por la vía de Apure, en que rodeados de agua solo comían jobos para poder
subsistir, y Barquisimeto, donde empala a muchos naturales, para luego de tres
años de correría regresar a Coro en mayo de 1538, con apenas 90 hombres
desnudos, en miserable estado, de los 400 que partieron con él, tras cinco años
de peregrinaciones en busca del ansiado El Dorado”, donde la gente se bañaba en
oro. Vivía casi en el delirio este gobernador, pensando siempre en el
aventurero lago Parima y su fúlgido El Dorado, hasta que el 27 de junio de 1540,
cubierto de fiebres tercianas y otras enfermedades continuas expira en Coro,
Viene a gobernar de seguidas ENRIQUE
REMBOLDT, factor encargado de los negocios Welser en Santo Domingo, quien
nombrado Alcalde mayor de Coro pronto sed le asciende a Gobernador y Capitán
General, en 1542, y luego de un desafortunado gobierno, como es el derroche de
la hacienda pública de los Belzares, en 1544 abandona el gobierno de la
provincia de Venezuela por “los excesos que cometió y los clamores de los
vecinos de Coro”. Impresionable en su forma de ser, a poco muere loco este
alemán, “presa de gran melancolía y en medio de la mayor tristeza, cuando ya se encuentra al frente de la
gobernación alemana otra suerte de caballero teutón, que le sucede en el cargo.
Se trata de FELIPE DE HUTTEN, hijo de Benhar von Hutten, burgomaestre de
Köningshoffer, y cuyo hermano Mauricio llega a ser obispo de Würzburg. Procedente
de rancia nobleza de Franconia, a quien se conoce como Felipe de Hutten von
Ebersburg, nació en Ulm el 18 de diciembre de 1515 y muere asesinado por Juan
de Carvajal. Cultivado y ambicioso, bebedor de buen vino, fino de carácter,
paje de la para entonces importante corte belga, nació en Birkenfeld, Alemania,
siendo hermano segundón o fuera de la primogenitura. Aventurero desde muy joven
y a sabiendas del gobierno de los Welser en Venezuela entra en trato con ellos
y pronto se le destina como Gobernador de esa provincia, donde llega por Coro y
de inmediato con la juventud que porta y los intereses que crea comete el más
escandaloso pillaje en pérdida de los indios existentes, sosteniendo contra
ellos la conocida famosa “batalla de los omeguas”, indígenas a quienes con 39
españoles bien pertrechados mediante armas y caballos derrota un ejército que “les
pareció de quince mil hombres”, según rezan los escritos referentes de la
época. En este viaje expedicionario debieron comer “gusanos, hierbas, raíces…. aún devorando carne humana contra la
naturaleza”, en especial indígena. Hutten o Utre fue a los llanos acompañado
del joven Bartolomé Belzar (o Welser), aventurero y de confianza como él, de la
misma familia de los banqueros alemanes, pues era hijo de Bartolomé Welser, el
Viejo, y hermano de Filipina Welser (casada con el archiduque Fernando de Habsburgo, sobrino éste del emperador Carlos V) en cuya
travesía anda hasta el río Guaviare en busca de El Dorado, al tanto que los
caballos flacos los sangraban para beber su sangre, comiendo además perros y otras
sabandijas malas. Mientras los indios eran caníbales con los expedicionarios,
los españoles principalmente comían bollos de maíz añadidos con pelotones de
hormigas “para darles mayor sustancia”, hambruna que los hincha, les tumbó el
pelo y a los más desdichados los cubre de úlceras. Luego Hutten fue herido por
un omegua de cierto lanzazo debajo de la axila, de modo que para salvarlo se
“le abrió el pecho, echó agua de arrayán y moviéndolo de un lado a otro como
suelen lavar las odres lo hizo expulsar la sangre coagulada”, y aunque parezca
mentira Hutten salvó la vida. De vuelta de tal empeño expedicionario De Hutten
regresa a Coro por vía de la recién erigida El Tocuyo, donde encuentra que
dicha ciudad fue fundada por el interino Juan de Carvajal sin el permiso
correspondiente, lo que da origen a una fuerte disputa que para algunos termina
entre los puños. De allí prosigue el alemán rumbo a la capital coriana para dirimir estos problemas, pero el
fanático asesino Carvajal de manera sigilosa va tras los pasos de Hutten y pronto
mediante engaño detiene por sorpresa al gobernador alemán y sus acompañantes, mas
luego de las disputas consiguientes y por esas rencillas personales que le
invaden, sin dar tiempo al sosiego de su espíritu primero le arrebata el muy
suficiente oro que transporta, y alejado de todo miramiento de alcurnia y
calidad, porque en la época se estilaba, ordena al negro verdugo que le corte la cabeza de un machetazo
certero (“lo que le vaticinara el diabólico doctor Fausto seis años antes”), como
hace igual con tres acompañantes, entre ellos el abnegado amigo Bartolomé Welser,
último de esta estirpe en Venezuela, hecho insólito ocurrido el 17 de abril de
1546, con lo que sella además su muerte por ser de la familia Welser. Con la
desaparición del noble Felipe de Hutten y ante los sucesivos desmanes ocurridos
durante ese largo gobierno alemán el rey Carlos decide rescindir los derechos y
privilegios entregados a favor de los Welser en Venezuela, de donde a partir de
entonces nombrará por su cuenta las autoridades correspondientes a Venezuela,
lo que se hacía temporal y en forma secundaria para llenar las vacancias de los
cargos en ausencia de los referidos Welser. Así, después de 18 años de ser
feudo alemán y debido a su gobierno de iniquidades
e incumplimientos se rescinde el contrato de arrendamiento (y más) que mantenía
la corona española con los para unos odiados Belzares, sobre la provincia de
Venezuela. Pero la raza teutona no se extinguió, como se puede palpar
visualmente en muchos lugares, por ejemplo de Quíbor y de Coro, donde los
alemanes mandaron hasta en los genomas humanos que aún permanecen rubios, con
todo gusto y sensatez.
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