Amigos invisibles. Como hoy el país luce en calma aparente, porque la
mezcla del natural no se ha revuelto, ello me da oportunidad para retroceder el
disco duro mental en busca del acontecimiento mencionado en el título, que guarda
mucho de connotación histórica por ser primero, aunque luego de tal hecho
triunfante, que fue lo que se llama golpe frío de palacio, se han desencadenado
muchos de su calaña, y seguirán desde luego apareciendo por la idiosincrasia
del venezolano, que salvo excepciones abjura de vivir en paz dentro de un sentimiento
nacional extendido como las malas juntas a otras naciones, porque tal cual lo
he afirmado anteriormente en la sin razón desmedida todo emana del principio
que somos sietemesinos y que nuestra república, por las circunstancias
riesgosas del momento fue primeriza, y ello lo hemos pagado con creces, al
extremo que aún a doscientos años de esos aconteceres aún seguimos viviendo
entre el sobresalto y la impunidad. Por esta
circunstancia algunos historiadores de avanzada y vistos tales sucesos
inauditos para el momento de los tiempos actuales nos tienen como la oveja
negra familiar, por lo atrevido y frontal de nuestro proceder con las
implicaciones posteriores que marcarán la pauta a continuar, para ejemplo de
muchos, aunque otros versados en historias y más precavidos por conservar el
seso con cierto equilibrio, no van tan lejos de la apreciación a objeto de
alborotar profundos sentimientos del destape temático, como se expresa ahora, sino
que dando los hechos por consumados se dedican a estudiar el caso según el
sabio entender de su reflexión, que no siempre es precisa puesto que todo ser tiene una cultura personal cultivada y de
ella emana como un substratum de consideraciones que desde luego están signadas
por lo que es uno en sí. De allí que salgan tantas teorías, apreciables o no,
sobre aquel hecho trascendental que una mañana no muy clara de abril de 1810
por azares del destino diera al traste con 300 años de poder para dentro de la
orfandad impuesta iniciarnos con pasos trémulos de pìninos, saltos al vacío y
traspiés, a veces afortunados, por lo que andamos en estas postcenturias que
han corrido como fuerza telúrica, en un mensaje aún sin destino, para parodiar
la expresión acertada del pensador cristiano Mario Briceño Iragorry.
Pues bien, como dijera
Don Quijote a Sancho en cuanto a toparse con los poderosos, en este caso para
nosotros y ante el cúmulo de interpretaciones que se han escrito sobre dicho momento
histórico, de uno y otro lado del mar, iremos asentando otras cuantas verdades
que aunque dolorosas en sí no podemos edulcorar mediante fantasías y hechos
cumplidos, como cuando en 1582 se sustituye el calendario Juliano por el Gregoriano
para en el arte de birlibirloque ser más viejos diez días sin aprender otro
tanto, de donde es bueno recordar a este nivel de la trama, que todo comienza
desde cuando el desorientado almirante Colón y prácticamente por cuenta de migajas
a un pequeño y pobre reino europeo como es Castilla entrega todo lo que ha
descubierto, que es nada menos que medio mundo para muchos desconocido y que él
con el enorme déficit mental que tiene sobre estas materias indígenas, ni por
carambola puede pensar que con su arribo milagroso a Guanahani cambió la
historia terráquea y marítima para con ello dar pie a tantos apetitos
desordenados. La reina de Castilla y su consorte real aragonés andaban todos
embrollados para ese tiempo de luchas intestinas seculares, porque como ocurre
con el cuero seco que se acaba un pleito aún sin terminar otro, en ese 1492 dizque
descubridor los monarcas católicos no solo combaten frente al rey moro
granadino, sino que por detrás del campo batallador contra los cristianos hacen
otra lucha las fuerzas vivientes de los moriscos no conversos y los soterrados
judíos que a la callada con el manejo de su riqueza andan en busca de otra
torta mayor que en aquel leguaje naciente llamaron Indias. Este pleito en
permanencia y fuerte sin embargo no demerita el hallazgo inmenso que significa
América, con lo que se abre el nuevo siglo, por lo que pronto el depauperado y al
borde de la quiebra reino interior peninsular se transforma en un haz de poder,
que traspasa al otro mundo desconocido y propio, salvo el pleito secular que
comienza con los avispados portugueses, y así vemos como los ejes de Sevilla y
Madrid van cogiendo fuerza en el contexto europeo y donde los caminos conducen
hacia ellos, en busca del oro americano. Y de las princesas también, porque
pronto la católica casa real de Austria, que domina una parte de Europa, con
las agallas imperiales ve la oportunidad de las alianzas esponsalicias, para
consolidar ampliando el poder extrafronteras, de donde el apuesto y flamenco
príncipe Felipe El Hermoso a sabiendas que existe Doña Juana, la hija de los
Reyes Católicos, sin conocer que de guapa nada tenía y pasada de peso, por eso
que llaman alianzas de Estado se desposa con la dicha Juana, teniendo así al
hijo Carlos, que al morir la reina su madre hereda el trono español, sin saber mucho
de él, sino de su riqueza, lo que le llama a establecerse en España, con la ya
loca entera Doña Juana en vías de enclaustramiento a vida. Así las cosas entra
a reinar la casa de Ausburgo, hasta noviembre de 1700, en que muere el medio
loco Carlos II, “El Hechizado”.
El hombre que en este
tiempo irá a fortificar el poder español que dejara en peligro el gotoso
flamenco Carlos Iº de España, porque se enfrenta de veras a tantos enemigos que
aparecen, es su hijo Felipe II, taciturno y frío, católico romano convencido,
pero fiero que pelea hasta con el viento, como acaeciera con otra batalla de
los molinos ventosos cual fue la conocida Armada Invencible, en las costas
británicas, que es otro cuento largo de referir. Con Felipe II, pues comienza a
cimentarse de veras el poderío español en América, que es conocida o
descubierta para sí por los hispanos iberos, trasvasando al tiempo un poder
inaudito, sin contemplaciones ni fronteras, a través de las sabias leyes
peninsulares traídas a estas tierras colombinas para manejar el conjunto, las
fuerzas atemorizantes y desconocidas de lo militar, y el otro poder de la Iglesia que a través de la
evangelización forzada y de la inquisición comprometida sostenían sin
contemplaciones críticas el “status quo”, por encima de las rencillas confusas,
que muchas veces fueron ahogadas en sangre. Entonces la gente del pueblo raso
para arriba podía comentar de baja voz, mas nunca desobedecer la imagen divina
y poderosa del Rey español. Pero sucedió que por obra de la evolución territorial
pronto aparecen las castas y clases sociales, dando origen a situaciones
diversas y difíciles de manejar, que en el curso de las décadas se hacen más
complicadas, donde se tuercen intereses de toda índole, con la compleja esclavitud
principalmente negroide y la aparición de una sociedad mestiza que aspira otros
derechos a favor de su gente dentro de la sociedad poco permeable que existe a
nivel americano, y donde ya despunta una clara división clasista imposible de
detener, mediante el fortalecimiento de otro grupo social en auge correspondiente
a los españoles nacidos en América, como a sus descendientes, grupo dinámico que
legalmente tiene menos poderes y privilegios en comparación con los llamados
españoles peninsulares nacidos en España pero en América de raigambre,
situación dual molesta que comienza a profundizarse cuando los hispanoamericanos
como es de suponer se enriquecen en mayor proporción a los peninsulares, lo que
da motivo a hondas disputas por los fueros de clase, mientras transcurre el
llamado período colonial, que desde el siglo XVII tiene visos de corrupto, a
pesar de los juicios de residencia existentes, para entrar en el siguiente
siglo XVIII donde prospera lo venal y aquello de que “la ley se acata pero no
se cumple”, llegándose al extremo áureo de vender al mayor posiciones y títulos
con el mejor descaro, como fue asentar por escrito y mediante pago impositivo
que una familia negra era blanca, y que así debía de tenérsela en lo adelante,
como sucedió con los mulatos Bejarano, en el hazmerreír caraqueño, donde se
demuestra lo incomprensible por el afán pecuniario en que vivía envuelto el
desinformado y multicornudo rey Carlos IV. Pero tan fuera de orden y falto de
visión como de picardía andaba ya este monarca que con un enemigo poderoso a
las puertas de su territorio como era el corso Napoleón, pronto cayó en la
trampa sabida de permitir ingresar a la Península las tropas bien preparadas de este
general triunfante, con la excusa consentida de cruzar los gabachos aquel tramo
peninsular para someter al reino portugués, criterio ingenuo que resulta en la
ocupación de España por las tropas transpirenaicas, lo que desemboca en escenas
de heroísmo o valentía carentes de eficacia y como de mera espectacularidad,
para quedar de todos modos así entrampados en la jaula napoleónica, con la pérdida
del poder y en el fondo de la nacionalidad.
Cuando toda esta trama
de carácter grave planteándose razones vino a saberse en las colonias
provinciales de América, ergo en Venezuela, el grito al cielo no se hizo
esperar con la nueva situación establecida e imposible de reconocer a favor del
enemigo tradicional, desde épocas del monarca francés Francisco 1º y de antes,
de donde en conciliábulos de todo valer, tanto de día como de noche, se plantea
el problema inmenso del divorcio existente por tan grave causa, como de la
orfandad en que se cae, porque al permanecer
preso el Rey español, dueño y señor del Nuevo Mundo, al tiempo de propietario
por herencia inmaculada y decisión divina de estas tierras americanas, el
vínculo desaparece de ipso facto, quedando todo a merced de las ideas de
diversos extremos, fuera de las débiles conciliadoras, para solucionar tan
magno acontecimiento que de momento no tenía
salida. Pero la cosa se complicó aún más porque dos atrevidos oficiales
franceses desembarcan en el puerto de La Guaira trayendo en su morral letras patentes donde
se verificaba que en lo adelante Venezuela debía tener por Señor campante y
todopoderoso al propio Napoleón Bonaparte, quien delegaba funciones de mando a
todo nivel en el invasor Duque de Berg, por lo que aquello volvióse repanocha
sin sentido, y mientras los delegados del referido duque Joaquín Murat corrían
sin pararse hasta La Guaira,
para defender la vida, en Caracas comienza a fermentar la situación en que los
más avispados mediante teorías novedosas y antipeninsulares siembran el
panorama con un pesimismo nada derrotista pero si aleccionador en cuanto a lo
que por maniobra subterránea está germinando, porque ya los estamentos sociales
se mueven de diversa forma siempre exigiendo derechos conculcados y hasta
algunos originales, mientras las ideas extremas principalmente nacidas del
revolcón revolucionario francés, con mucho de ateo o librepensador, y otros
desmanes que aparecen como la posición republicana y el rápido ascenso de una
clase poderosa por el número y la efectividad, todo lo que trastrueca la paz
agrietada en que se vive, en medio de un desenvolver anormal de sus habitantes,
manifestado ya en reuniones ilícitas tendiendo al desorden y a la
desestabilización. En ese preciso momento de la historia y cuando todos
reniegan del afrancesamiento político y privado del Gobernador y Capitán
General Vicente de Emparan, vasco vecino de Francia, el caldo de cultivo que colinda con lo anárquico va tomando cariz
de verdadero peligro, porque si bien y para no levantar suspicacias, los más
empeñados alegan que algo debe hacerse para defender los derechos de la corona
española, que va pasando del gordiflón Carlos IV al tarado insecto kafquiano
que es Fernando VII, en el fondo de la mira lo que se puede entender es el
nacimiento de una verdadera conspiración antimonárquica madurada desde 1808, de
la que no se puede hablar ya que ante el temor las paredes tienen oídos y la
sordera abunda. El corrillo político se enardece y va cogiendo fuerza porque en
ello toman la batuta figuras principales como los ya convencidos hermanos
Bolívar Palacios, el frenético José Félix Ribas, Martín Tovar Ponte, Mariano
Montilla, el mismo marqués del Toro y otros madrugadores de talla con tantas
ideas desplegadas y entre los que descuella un sacerdote canónigo con poca
congrua y amigo de la indisciplina que lo aleja de los reglamentos
eclesiásticos, que es el chileno José Cortés de Madariaga.
Ya en funcionamiento
este tinglado subversivo, que contrario a los previos alzamientos de Bolivia y
Ecuador va por buen camino triunfal ante la displicencia de las autoridades y
la mediocridad de sus funcionarios, dentro de un disimulo aleccionador se
preparan nuevos pasos a dar, aunque ya
el espionaje del gobierno anda en su función normal y los informantes,
traidores y alcahuetes no cesan de aparecer, de donde el cura Juan Vicente
Echeverría sin temblor alguno delata ante el gobernante Emparan buena porción de
la trama que está al estallar, como por otra vía también lo denuncia el luego
famoso Andrés Bello, mientras Emparan trata de lavarse las manos y da poca
importancia a lo ya conocido, que forma parte de la otra trama mayor llevada a
cabo por aquellos vigilantes mantuanos que habían sido confinados preventivamente
en sus haciendas y que ahora gozan de libertad. El golpe de Estado, pues, que
sería el primero triunfante en América para acabar con el imperio español, fue
algo cosa de la suerte, porque muchos errores se cometieron, sin contrapartida
exterior, de donde luego de vivir conspirando en escenarios como la casa del
río Guaire propiedad de los Bolívar, donde los Ribas, el conde de San Javier y
el cuartel de la
Misericordia, desde las tres de la madrugada del día 19 de
abril de 1810 se inició este movimiento para derrotar 300 años de convivencia,
300 años de cultura, 300 años de legalidad, 300 años de mestizaje e identidad,
300 años de tantos éxitos superiores a los angloparlantes, a pesar de los
errores cometidos, con el uso de las costumbres comunes, la familiaridad, la
creencia cristiana y la unidad dentro del desorden de una sociedad cambiante,
que todo y en un día ocre para el recuerdo fue tirado por la borda, y hasta
siempre, mientras se dejaba atrás una estela de odio y de terror. Y como era
día jueves consagrado por tanto a las festividades religiosas de la Semana Mayor, el incrédulo
Emparan pasó por el Cabildo sesionante, donde se detiene poco tiempo, para
sosegados los ánimos en apariencia, atravesar la Plaza Mayor caraqueña, con la
intención de penetrar al templo catedralicio a objeto de presenciar el acto
religioso conmemorativo. Mas como ya andaba en grado de ejecútese el despiadado
golpe, heredero de la conspiración fraguada en 1808 por las clases criollas
dirigentes, algunos patricios se adelantan al mandatario, quien antes de
penetrar en el recinto de la Fe
es detenido por el fogoso Francisco Salias, al tiempo manifestándole que debe
regresar al Cabildo, mientras el oficial de a pie Luis de Ponte ordena bajar
las armas a la tropa que ya apuntaban defensivas hacia el pueblo.
El la efervescencia de
este golpe de Estado, de tan mal ejemplo en la historia política de Venezuela y
de América, cuando Emparan regresa ante el Ayuntamiento ya encuentra caras poco
amigables y dispuestas a todo, porque con rapidez e irrogándose
representaciones inexistentes empiezan las exigencias que se esgrimen
impetuosas ante el asustando vasco Gobernador, que ahora no cuenta con nadie
que lo acompañe en el destino final, porque los cabildantes fruncen el ceño y piden
la renuncia de este funcionario, mientras en las 200 personas que pueden estar
congregadas frente a ese histórico edificio que de tiempo atrás le llaman Casa
Amarilla, varios exaltados maquinan entre esta gente muchos de ellos analfabetas
para en definitiva manifestarse a todo dar contra la autoridad legítima
española. Allí en el recinto estrecho de la plaza desde la mañana se han
colocado ciertos personajes con el fin de convencer a los analfabetos de
cultura, que eran aplastante mayoría, como sabemos, siendo los cabecillas del
motín el médico yaracuyano Rafael Villarreal, el mulato Pedro Arévalo, Dionisio
Palacios y otros que por fuera o por dentro del escenario en ciernes, pensaban
cumplir a pie juntillas con el enojoso golpe institucional. Entretanto el
gobernador Emparan asediado adentro de la Cámara por los cultores de la infamia, para
ponerle a ello algún nombre certero, en un momento de debilidad y sin saber lo
planeado, propone que a objeto de dilucidar la situación de angustia presentada
saldrá al balcón para en un referendo popular amañado someterse a la decisión
del mismo pueblo de si quería o no continuar con su gobierno, por lo que acto
seguido se asoma en traje de gala al tétrico balcón y pronuncia el brevísimo
discurso de si querían su mando, aunque los confundidos presentes en la plaza
que no entendieron la propuesta de Villarreal y Arévalo, encargados de
soliviantar a un pueblo extraño a lo planteado, cuando Emparan adujo si querían
su gobierno, todo confundido y a ex profeso este inocente “tercer estado” ante
la presencia augusta de Emparan afirma que “Sí lo queremos”, pero de inmediato
y ante la reacción necesaria el demagogo cura Madariaga atribuyéndose una
supuesta defensoría del pueblo sin empacho se coloca detrás de Emparan, alza
las manos y con señas expresivas comienza
a hacer signos de “No”, con lo que el vecindario presente en la maniobra
alevosa, que siempre como pueblo se equivoca, porque aquí ello se demuestra sin
excusas, cambia de parecer y cual loro amaestrado continúa el canto lastimero esta
vez en coro hacia el grito hueco de “No”, de donde frente a tan tremendo
desengaño Emparan regresa consumido a su asiento y declara imperturbable, a la
luz de los siglos, “!Pues yo tampoco quiero mando¡”.
Al día siguiente comenzaron los
preparativos para disolver el poder español, aunque a objeto de evitar posibles
disturbios los complotistas maniobran una tal Junta Defensora de los Derechos
de Fernando VII, que en el fondo era todo lo contrario. Así las cosas y dentro
de la detención arbitraria de los funcionarios hispanos, ya en camino del
desgobierno a continuar las principales autoridades como Emparan, Anca, Basadre, oidores de la Real Audiencia y
tres militares que prefieren emigrar, luego de la resaca fiestera habida por el
triunfo golpista, bajo custodia de húsares son transportados al puerto de La Guaira, donde se les
expulsa de Venezuela a bordo del bergantín Nuestra Señora del Pilar, patrona
por cierto de la hispanidad. Así termina el ciclo tricentenario que abriera el
inefable Don Cristóbal Colón cuando en 1498 sin descubrir (¿quién descubre a
quien?) se acerca a los naturales que perplejos le miraban en las costas del
oriental Macuro, para iniciarse el encuentro de dos mundos, mientras algún
avispado marino español llegado a tierra a las escondidas y con rapidez hacía
uso de alguna indígena americana. Pronto, pues, los demagogos de siempre
enardecidos por la
Sociedad Patriótica que se crea, el club afrancesado de los
Sin Camisa, y otros grupos parecidos, darán la estocada final, para que en la
reacción a esperar pronto aparezca dentro de la escena revoltosa a quien le
toca en suerte continuar la severa contienda, en este caso el canario Domingo
Monteverde, figura al azar con el que de veras se enciende la guerra llamada de
Independencia, que durante cerca de diez años construyó un país en medio de la
sangre y la desolación. Así fenece el “non plus ultra” de las columnas hispanas
en América, mientras va hacia el tacho de la basura histórica todo un recio
andar en que trascurren doce reyes soberanos de poder, seis títulos nobiliarios
de extracción criolla y multitud de otros personajes distinguidos que forman
parte de esta patria permanente, porque todavía dentro de la confusión que anda
suelta la mayoría se olvida de aquel secular
tiempo creciente y en el desconcierto que siempre ha existido considera que
dentro de lo iluso Venezuela existe a partir del 19 de abril de 1810.
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