Amigos invisibles. La verdad es que Venezuela en cuanto a su Historia
pertenece a eso que se llama el mundo de lo imprevisto, porque bien estudiada y
mejor comprendida se halla uno en cada caso con seres de excepción, sea por las
vías de la cordura o por los medios inadecuados del atajo que a veces terminan
en escándalos. Sí, a lo largo de los quinientos y pico de años vividos en este
maremagnun permanente, los hechos no han sido diáfanos sino enervados con
tropiezos de diferentes fases, y lo más capcioso en ese tremedal en que se transita
corresponde a la aparición repentina de una serie de personajes que dan grima,
desde antaño, como el desaforado Lope de Aguirre, hasta los de hogaño, tal el
caso de José Tomás Boves, y más para acercarnos a los tiempos presentes destacan
unos figurones de la talla de Ezequiel Zamora, para terminar por esa vía
aclaratoria en alguno venido de la montaña lejana del poniente, que con su
presencia audaz hará cambiar el escenario de la patria para hacerla más cercana
y entendible dentro de ese período taimado y engañoso en que se va a vivir. Me
refiero en este caso al llamado general Cipriano Castro, que viene a ser el producto
de varias circunstancias consecutivas, como son el desbalance social producido
por la Guerra
de Independencia, los apetitos personales de muchos, cultivados o no, que se
desatan y sin medir consecuencias a lo
largo del siglo XIX, el fenómeno depresivo y económico que sucede por la pobreza
del campo y la escasez de la mano de obra, la continua zozobra en que se habita
por causa de tantos malhechores aparecidos como consecuencia del hambre o la
miseria, y así se pueden distinguir otros fenómenos que infestan ese tiempo
decimonónico donde la esperanza era apenas vivir, porque se desconocía el
mañana. Desapareció Páez y su entorno, viviéndose una Guerra Federal atroz que
nos deja como herencia dolorosa las décadas de poder del guzmancismo, de lo
cual emana otro caudillo analfabeto y mestizo, como aparición ya determinante,
que es el general Joaquín Crespo, y dentro de ese generalato impuesto por sí
mismo que recorre los intersticios del país va decayendo el Siglo XIX con su
pesada carga de disparates y sin ningún avance, mientras esos insertados
caudillos fungen de rabia frunciendo el ceño porque sus miras permanecen a la
distancia. Cipriano Castro viene así a recuperar una parte de la patria con estos
hombres y mujeres dejados al abandono del ostracismo occidental, envueltos en
sus ruanas y cobijas parameras mientras el panorama destructor venezolano permanece con
desdén, porque ahora juegan de nuevo a la Guerra de los Mil Días, que en sus narices colombianas
se sostiene por allá en sitios cercanos y sangrientos como Peralonso y Palonegro,
porque a decir verdad su vida espiritual y comercial está mas centrada hacia el
antiguo virreinato neogranadino que a su hogar pobre que resta en Venezuela.
Ante ese panorama insensato en el escenario político aparece la figura de
Cipriano Castro, que en cierta forma hace una revolución interior, que habrá de
implosionar una década más tarde, como señalaremos en lo adelante.
Por lo demás escribir
sobre el caricaturesco Castro en un ambiente específico es acaso difícil por
las aristas y facetas que contiene el vuelapluma, desde cuando nace en tiempos
guerreros un 12 de octubre colombino de 1858 de un matrimonio campesino cerca
de la frontera tachirense de Colombia, en Capacho, y de un padre que le da la
friolera de 19 hermanos legítimos. Su progenitor, con ciertas posibilidades económicas
le envía para estudiar a San Cristóbal, pero pronto al rebelde espiritual lo
ingresa en el Seminario de Pamplona, donde sigue haciendo de las suyas, y
porque ya no le aguantan en tal sitio lo expulsan por enfrentarse a un
sacerdote profesor. El padre del rebelde, lleno de ira con el párvulo decide
regresarlo a la hacienda que posee y a poco lo remite de dependiente a un
negocio radicado en Cúcuta, y pronto de empleado menor a una corporación mercantil alemana establecida en
San Cristóbal, mas como le gusta la ganadería también trabaja en ese campo
rural de los bovinos. Pero aquí se complica su vida atrabiliaria cuando hacia
1876 lapida hasta la muerte a un funcionario electoral que se halla en Capacho.
A los veinte años entra en la política nacional
apoyando al general Antonio Guzmán Blanco, luego combate al blandengue general
Espíritu Santos Morales, y en Puente Real de La Grita es ascendido a cabo,
de donde le queda prendido el remoquete de “Cabito” por toda la vida, dado que
era un hombre pequeño. En esta peleadora machista que le cautiva permanece en
1884, cuando es hecho preso en San Cristóbal por haber disparado varias veces
contra el cura Juan Ramón Cárdenas, que no logran herirle, y de inmediato
intenta escaparse. Luego se fuga de la cárcel y viaja a Cúcuta, donde se enrola
en la sangrienta Guerra de los Mil Días que allá tiene presencia. De mentalidad
conservadora, para entonces era una suerte de “toero” capaz de todo hacer, de
donde fue medio poeta, periodista y con viveza que le sobraba convenció para ir
al Congreso Nacional, en Caracas, en cuyo seno destaca por su verborrea, frases
descontextuales, su mímica, rústica educación, con uso de latinismos y
ridiculeces léxicas que provocaban en el Congreso asombro e hilaridad. En cuanto
a su retrato físico era de pelo oscuro y piel áspera, aindiado, barba espesa,
triste, ojos negros adormecidos, calvo además, muy inquieto, movía los brazos a
los costados, autoritario, impulsivo, inseguro, y lo demás haciendo un balance cáustico
de esa personalidad dislocada agréguelo usted para darnos cuenta de quien
estamos tratando.
En sus inquietudes
políticas apoya al mandatario presidente bonachón Raimundo Andueza Palacio, y
de él aprende el arte del buen comer, del beber igual, y hasta éste le nombra
General, por lo que regresa a su natal Táchira al frente de un ejército, que
luego es vencido, pero con algún dinero que ello le reporta (60.000 dólares) se
asila en Colombia por siete años, en medio del mutismo y la soledad bien
alimentada, a la espera de mejores tiempos. Con quien Castro coge la tirria de
nuevo es contra el presidente Ignacio Andrade, por haberle este llamado “indio
que no cabe en su cuerito”, de donde herido en su estirpe soberbia decide
emprender preparativos que al frente de alguna mesnada guerrera lo lleve hasta
Caracas, para amarrar su caballo a la entrada del Capitolio Federal, como bien
lo expresa. Así compromete en la hazaña que empieza de la nada, a su compadre
Juan Vicente Gómez, prestamista de dinero para la nueva Campaña Admirable, émula
de la realizada por Bolívar en 1813. El 23 de mayo de 1899 y al frente de apenas
53 hombres mal armados emprende el camino hacia Caracas, y como hábil estratega
logra pasar sin dificultad por Cordero, San Cristóbal, Tovar, frente de
Carvajal, Barquisimeto, Nirgua y para perplejidad de muchos aparece en
Tocuyito, donde se da la batalla final de esta campaña de la revolución
Restauradora, con 1.600 muertos y donde los curtidos generales opositores no se
entienden en la estrategia de mando, y porque además al presidente Andrade poco lo respetan.
De inmediato comienza a trajinar la
nueva batalla personal de Castro contra todo lo que le plazca combatir,
solicitando por ejemplo empréstitos personales para pagar la tropa, y por ello se
enemista con el adinerado banquero Manuel Antonio Matos, quien de de inmediato
aclara ante los suyos “La pusimos de oro, este hombre es un loco de atar”. Muy
pronto Castro hará presos vejándolos a esos capitalistas de Caracas porque se
oponen a sus requerimientos abusivos. De otra parte como hombre libidinoso comienza
a intimar para hacer un círculo de confianza con Ramón Tello Mendoza (llamado Ministro
de Relaciones Sexuales), Torres Cárdenas y el círculo adulador valenciano se le
pliega a todas sus insinuaciones caprichosas, como igual ocurre con el moreno neogranadino
Benjamín Ruiz, que lo apoya en momentos precarios, y hasta con el gordo
maracaibero Efraín Rendiles, dueño de pensión que le ampara en tiempos duros y
ahora es su tesorero prestamista. Pronto ante tantos desatinos en Caracas durante
el antruejo carnavalesco el corajudo Anselmo López intenta asesinarlo, sin nada
de éxito, por lo que este moreno de seguidas se pudre en la cárcel. Mas otro
tanto y porque encuentra al país todo endeudado, sin pensarlo dos veces empieza
a enemistarse con gobiernos, para no cancelar deudas, de donde los Estados
Unidos ponen atención a ese “mono villano” que alborota, porque el guapetón Castro ya se disputa para
entonces con diez países extranjeros que reclaman derechos conculcados.
A estas alturas
biográficas haremos referencia a su desacreditada relación femenina, porque si
bien casó con la abnegada Zoila Rosa Martínez, aparente hija del general Juan
Mc. Pherson, con quien no tuvo descendencia, por esa vía de la conchupancia
mujeriega sí hay tela que cortar, por los enredos finos y complicados en que se
mantuviera el infatigable bailarín de valses, jugador de billar y aficionado a
las peleas de gallos, en lo que le ayuda un personaje celestinesco llamado “La Verónica”, a través de la
bebida y las ninfas vírgenes que solicitaba, por lo que se sabe tuvo 22
concubinas fijas que le dieron familia, a veces respetables, porque se mantenía
en escapadas de botiquines y mujeres sueltas, pero a satisfacción escogidas por
sus alcahuetes. En este tiempo de trastabilleos rompe relaciones con Francia,
de donde el diplomático Olivier de Taigny debe salir en barco de La Guaira con lo que lleva
puesto, sin ningún equipaje, lo que en reciprocidad obliga a París romper las
relaciones y expulsar de seguidas al Encargado de Negocios Nanbourget, con el
detalle que éste era ciudadano francés, lo que deja perplejo a muchos países
del mundo. En ese tiempo de desafueros políticos en que la banca sufre los
embates de su locura, Castro pronto la coge contra la compañía americana
productora de asfalto (New York & Bermúdez Co.) en el oriente de Venezuela,
lo que desemboca en el embargo de las aduanas del país, pero como ya el aguante
llegaba hasta la coronilla los extranjeros se unen con el perfumado general Manuel
Antonio Matos y su grupo para fomentar la llamada Revolución Libertadora, que
en capital la sostiene los americanos, el germano Gran Ferrocarril de Venezuela
y el afectado Cable Interoceánico Francés, a los que pronto se unirán otros
países. En ello Matos reúne a los viejos caudillos restantes de la Federación y se lanza
al combate con 18.000 hombres bien armados en esta guerra de monopolios y última
habida en Venezuela, por lo que en el fragor de la contienda Castro se devuelve
de Barcelona, donde combatía, para viajar a La Victoria, que se torna
entonces campo de Batalla porque allí es sitiado durante 22 días sin
misericordia, y salvándose apenas por la oportuna intervención de los generales
Juan Vicente Gómez y Leopoldo Baptista, en medio de una brutal carnicería que
produjo 153 acciones militares y 40.000 bajas entre soldados y oficiales. Y
como la guerra en sí no cesaba, por lo deseos de Castro se alistan bajo las
armas 100.000 venezolanos, mientras ya las potencias extranjeras andan tras el
bloqueo naval de nuestro territorio, por lo que en agosto de 1902 nueve barcos
extranjeros se presentan frente a las costas caribeñas venezolanas en defensa
de sus intereses y de los nacionales que ellos representan.
Impulsado por la Inglaterra
expansionista el káiser Guillermo II de Alemania, que es pariente cercano de la
reina Victoria de Inglaterra, y con el recuerdo colonial alemán en Venezuela de
los Welter, organiza el combate marítimo a suceder en nuestro mar territorial
para el que Inglaterra aporta 8 barcos de guerra, con los deseos de apoderarse
de las bocas del importante río Orinoco y las minas de oro y diamantes que este
cauce fluvial atrás resguarda. Alemania utiliza 11 naves modernas, que dirige
el contralmirante Scheder, con el deseo de establecer dos bases militares en
Margarita, e Italia aporta 5 naves de guerra para defender a los miles de
italianos residentes, bajo el comando del curtido capitán Orsini. Por su parte,
con el poder de fuego que representan 325 cañones de sus naves el diplomático
tudesco Von Pilgrim entrega a Castro un
ultimatun el 9 de diciembre de
1902, y éste al ser rechazado en sus condiciones la flota enemiga abre el fuego
requerido bajo la conducción del almirante inglés Douglas, y con el apoyo
logístico de bases navales en Curazao y Trinidad. Entonces se combatirá principalmente en La Guaira, Puerto Cabello,
Maracaibo y las bocas del Orinoco, en una pelea de burro contra tigre, como se
dice en el lenguaje local, porque Venezuela tenía para esa época naves muy
pequeñas y casi desguarnecidas. El bloqueo anglo-germano-italiano de 24 naves
tiene consecuencias, pues inmediatamente los americanos para no quedarse atrás
en este su patio trasero previene a una flotilla de seis naves bajo el mando
del almirante Dewey para frenar la extensión del cerco europeo a su favor, por
lo que el presidente americano Roosevelt conviene en que el rey inglés retire
sus fuerzas para organizar los gringos el fin de la contienda, una vez que
Castro y por la mediación del Embajador
americano en Caracas, Bowen, se compromete
a resarcir con creces los gastos ocasionados por la contienda y el pago de los
capitales e intereses a los súbditos de esos países en guerra. A raíz del fin
de este conflicto el presidente Castro hará un sarao con buen brandy y mujeres
de la altenancia social en los salones de la Casa Amarilla, donde debutarán
muchos de los andinos que ha traído desde las montañas tachirenses y donde también
no faltan los adulantes círculos de la camarilla entre los que se cuentan
Torres Cárdenas, Celis, Revenga, Otáñez, Corao y la otra pandilla caraqueña pegada a los negocios que lideriza Francisco Linares Alcántara.
Por entonces la salud
del caudillo erotómano empieza a fallar dadas sus incontinentes despliegues
sexuales y el uso continuo del brandy francés, de donde le aparecen trastornos renales
que le producen constantes deseos de orinar, a más de una perforación
diverticular y una fístula intestinal con inflamación permanente, debido a
antiguos problemas venéreos, por lo que en febrero de 1907 en la casa
presidencial ubicada en el balneario de Macuto el médico doctor Revenga al
consumido paciente Castro opera del riñón enfermo, con seis galenos asistentes,
pero ante la actitud peligrosa de sus edecanes al sugerir que si muere Castro
dichos profesionales correrán con las consecuencias, asustados los cirujanos
cierran la herida del general mientras argumentan que lo demás del tratamiento
debe hacerse en Alemania, lo que no era verdad. Presa de nervios por sus males
que se agravan el Cabito comienza a preparar maletas para viajar a Europa rumbo
a Alemania, donde el doctor Israel en Berlín habría de operarle. Así el 24 de
noviembre de 1908 aborda el barco francés “Guadaloupe”, que junto a su esposa
Doña Zoila y su padre Don Carmelito Castro, por la vía de Carúpano habría de
llevarlos a Burdeos, rumbo en este caso al ostracismo porque a partir de
entonces hacia él comienzan en cascada las traiciones. Castro llegó a Burdeos
el l2 de diciembre, donde en la cena privada se consumen 50 botellas de vino de
óptima calidad. El 14 en tren especial parte hacia París y sin parar rumbo a
Colonia, ya en Alemania. El 15 llega a Berlín, donde le esperan diez limousinas
enviadas por el káiser Guillermo en honor de este huésped, cuyo país es gran
exportador de café hacia Hamburgo, hospedándose por un mes en el hotel
Esplanade, a todo lujo en una suite de 34 habitaciones. Y esa misma noche cena como
Heliogábalo con quince platos a la carta rociados por 18 botellas de vino. El 4
de enero de 1909 el médico judío doctor Israel lo opera de sus dolencias, cuyos
honorarios en total cuestan la bicoca de 60.000 marcos alemanes de buena moneda
metálica, y allí se entera que el Presidente Encargado Juan Vicente Gómez,
mediante un golpe de estado destituyó a Castro al conocer que éste había
ordenado al gobernador de Caracas, Pedro María Cárdenas, eliminar de un todo a
Gómez, con la expresión enviada de “a la culebra se mata por la cabeza”, por
cuyo motivo Gómez reacciona de inmediato en esta forma inapelable.
Al recuperarse de la
operación comienza la errancia permanente del desdichado Castro, que apenas puede
sufragar gastos porque a su paso por Hamburgo saquea el dinero existente en ese
Consulado venezolano, mas algunos ahorros personales que porta la previsiva Doña
Zoila. De Burdeos parte nuevamente en el “Guadaloupe” hacia Martinica, mas como
los servicios policiales andaban prevenidos de sus andanzas, en la isla se le
rechaza por indeseable, y cuando los ingleses no le permiten seguir a Trinidad
se hace el enfermo sin salir de la habitación, por lo que la policía colonial
lo saca en pijama y calzoncillos, enrollado en un colchón por el pudor, y así
lo llevan en hombros a un vapor en vías de zarpar. De sus correrías insensatas por el Caribe
durante 16 años tendrá buena cuenta el gobierno americano, en unión de los
otros gobiernos que lo adversaron, y hasta vuelve a Canarias, Madrid y París,
en Amberes se le pierde a la
Policía y en Bruselas “visita a cierta dama de módica
tarifa”. Vive en Nueva York dos veces y de allí sale al considerarle
indeseable. Viaja por Barbados vendiendo un parque de armas, permanece en La Habana y siempre expulsado
sale de Puerto España cuando la Scotland Yard pisa sus talones. Por fin en 1919 y
para mejor vigilarlo como sujeto peligroso los Estados Unidos permiten su
residencia en Puerto Rico, donde vivirá en la mayor pobreza y rodeado más de
malos recuerdos, en compañía apenas y en la oscura intimidad con una hija ilegítima,
y en Ponce muere de 66 años el 5 de diciembre de 1924. Del capital privado que
acumulara en Venezuela, principalmente en tierras, primero se le expropia y
luego pasará a manos de su compadre general Gómez. Vivió exiliado en ocho
países y diferentes épocas en medio de una mayor turbulencia que le acompañara
desde los años de la mocedad. Como ya he dicho en el poder anduvo rodeado de
una corte de vividores que lo explotaban a su manera y conociendo bien sus
debilidades como fueron la parranda y las mujeres. En el fondo era desconfiando,
aunque bien le ganara la partida su compadre Gómez. Fuera de los aduladores de
oficio que lo ensalzan hacia el éxtasis, tuvo además enemigos de valía sobre
todo en el campo intelectual, como el
doctor Pedro María Morantes (Pio Gil), quien lo ridiculiza agregando que era lascivo
como un mono, desvergonzado libidinoso, bufo y soberbio, edotista y ególatra,
etc., etc. El conocido pensador Vargas Vila lo describe acremente diciendo que
en el lecho concubinario del placer hizo de la libertad otra concubina, que
gobernó como en el fondo de una cripta, arruinado por los excesos, minado por
los vicios. Acaso su sola tristeza fue no haber hallado la república virgen,
para violarla. Soldado de fortuna, en la república hizo una orgía de mujeres y
militares sinverguenzas. Así vivió en esa tragicomedia de opereta.
Castro se creyó
siempre un iluminado, con ideas locas cuyos cimientos colocaba en Bolívar, como
fue el pleito con Colombia que llega a una miniguerra fronteriza en que los andinos de esta parte salen
perdidosos en Carazúa. Luego pretende restituir la Gran Colombia, agregándole esta
vez a Nicaragua, lo que termina en un sueño fracasado y mientras sigue peleando
contra todo, como en un drama shakesperiano. Así la cogió con los estudiantes,
por lo que ordena cerrar varias universidades, porque entre otros disparates
dichos, había muchos médicos y abogados. Con Castro se cambió el sentido de la Historia en Venezuela,
porque viene a ser el sepulturero de los que antecede hasta el tiempo de
Bolívar, y por su peligro de arrebatado y peligroso los Estados Unidos se
empeñan en acabarlo y en ello tuvieron completo éxito. Quien aspire conocer más
detalles sobre este estrafalario caudillo rimbombante puede leer mi libro “Los
Presidentes”, en su volumen III, págs. 9 a 49, del Fondo Editorial Venezolano
(Caracas, Industria Gráfica Integral, 1995), donde hallará páginas para sonreír.
No hay comentarios:
Publicar un comentario