lunes, 25 de junio de 2012

PARA CONOCER LAS ENTRAÑAS DE BOLÍVAR




            Amigos invisibles. Para conocer las entrañas de Bolívar hay que someterse primero a una paciencia de investigador veraz, porque fuerza es decir que su múltiple ocupación a lo largo de la vida dispersa da motivo a un análisis fuera de lo común, por lo complejo de su andar y porque como persona cambiante o multiforme por encima de que demostrara otra manera de ser, ello impide enfocar de una manera diáfana los múltiples facetas de su personalidad, que para bien estudiarla sería necesario convocar a un equipo multidisciplinario formado por especialistas en materias tan diversas como la historia, la politología, ciencias sociales, el arte militar, la diplomacia, economía, finanzas y otras múltiples especialidades científicas que a través de la interrelación en conclusiones expeditas podrían acercarse a quien destruye un imperio y en medio de una vida privada que no lo fue tanto por el qué dirán, para de esta forma si no exacta verdadera, poder llegar a determinaciones concluyentes que descifren ese enigma inconcluso que hoy reposa sobre la cabeza de Bolívar, exaltado a la fama sin mucho amor por unos y descendido del empíreo de una gesta inmortal para otros, que entre críticas y avalanchas históricas le comprometen en el nombre, al tanto que la Historia con Napoleón Bonaparte y el denodado caraqueño juegan el primer lugar de la reseña pública en el tan malogrado pero despierto siglo XIX. 

            Para adentrarnos en esa nueva faceta bolivariana, de las tantas que ya he tocado en este blog y en lo que me ha servido de compañero el recordado Aarón de Truman, vamos a entrar por la puerta grande a fin de descifrar qué tenía Don Simón en mientes cuando debió enfrentarse a una situación compleja y en qué forma pudo salir de la maraña planteada, para lo que sencillamente aplica una técnica que el italiano renacentista Nicolás Maquiavelo describe en su inolvidable libro menor “El príncipe”, en 26 capítulos muy escogidos como tan usado en las cuestiones políticas desde los tiempos del florentino Lorenzo de Médicis, de quien fue su embajador varias veces y que aún por encima de la evolución de esta ciencia tan compleja, la utilizan algunas autoridades para imponer su sedicente diktat. Y viene a cuento este valioso tema conocedor de la razón de ser del caraqueño en cuanto se afirma que su pensar y disponer es maquiavélico, refiriéndose al distinguido Nicolo Maquiavelo, cuando en perífrasis asevera el colombiano Juan Lozano y Lozano que “la mejor manera de ser maquiavélico es negarlo”, a lo que en otro contexto de la razón histórica el académico merideño Simón Alberto Consalvi aclara que el Manifiesto de Cartagena, obra bien conocida de El Libertador, “está redactado al estilo acomodaticio, mimético o fingidor, [en que] perdona a Mariño, a Páez y a Santander, [mientras] ensalza en demasía a algunos amigos o funcionarios”, y valga la expresión ya impresa, Bolívar crea dramas convincentes y fabrica mentiras, y mitólogos oportunamente se las prepararon. Así lo apreciamos en el mentado sacrificio de Antonio Ricaurte en San Mateo [por cierto tenía este colombiano algún desequilibrio mental  heredado, con accesos de locura, según comenta el Libertador a su edecán Peru de Lacroix y lo afirma el nariñense doctor Sañudo], que luego confiesa paladinamente dicha falsedad al mismo militar galo: “yo soy el autor del cuento…… murió [1814] de un  balazo y un lanzazo, y lo encontré en dicha bajada [de San Mateo] tendido boca abajo, ya muerto y la espalda quemada por el sol”. Y en cuanto a los honores especiales de

                                       
héroes efectuados al cadáver de Atanasio Girardot, asesinado en Bárbula [l813] fue otra argucia política del caraqueño, como también lo confiesa sin inmutarse, aunque en verdad el antioqueño fue asesinado para robarlo, según asegura por escrito su paisano Francisco de Paula Santander.

            De esta manera sibilina por maquiavélica también Bolívar prepara la comedia sutil con traza de franqueza donde con la figura enmascarada engaña al conocido León de Sampayo, general Pablo Morillo, para que sin tropiezos se devuelva a España, y también a sus contrarios de posición monárquica, tal el caso de la Entrevista de Santa Ana, en Trujillo [1820], donde en las apariencia del teatro que allí crea se presenta mal vestido, montado en mula y sin acompañantes, como también hace todo un espectáculo trágico teatral dirigido hacia la posteridad con lo del horrible terremoto de Caracas, en 1812, como bien narra su coetáneo presente José Domingo Díaz, y también el teatral “juramento” romano en el Monte Sacro o el Aventino [1805], si se descarta el primero, para embebido con aura de grandeza culminar la escena quijotesca años después ante el absorto desaliñado Simón Rodríguez en la cumbre del universo o Potosí [1825], al exclamarle  en alta voz y ceño dictatorial, casi en delirio, “la gloria de haber traído victorioso el estandarte de la libertad”. Caso parecido ocurre con el Delirio sobre el Chimborazo, ficción literaria creada a fin de ensalzar la manida gloria de Bolívar y donde inserta la pluma el poeta Olmedo, aunque algunos lo consideran apócrifo al decir de Gerhard Masur, pero con muchos detractores y del que apenas se habló en 1842, delirio por cierto ampuloso y ramplón, según lo alude el finado Manuel Caballero. En este mismo ambiente sobre esclavos negros e indios en extinción también se tejieron muchas argucias bajo la capa del maquiavelismo  glorificante. La creación de Bolivia  para algunos es parte del repertorio de esos fracasos trágicos. Por algo el maestro Baldomero Sanín Cano califica al Libertador como “demagogo en la expresión más alta y más pura”. Y para demostrarlo en tantos acomodos oportunistas la bandera de Colombia por cuatro veces ondea en Guayaquil, en julio de 1822, acorde a las circunstancias cambiantes del momento, la que se ordena enarbolar o arriar, bajo este signo directo del poder maquiavélico bolivariano. Otro rasgo de maquiavelismo personal aplicado hacia la manipulación reeleccionaria y en la búsqueda del título de Dictador, que tanto le atrae es la inclusión sesgada en las tácticas disuasorias de su mando, como las consabidas en el fácil uso de sus “renuncias” al gobierno que hace en varias oportunidades, venidas a mi mente en siete oportunidades, tratando así de fortalecerse ante la opinión dudosa, o sea que recordemos realizadas en enero de 1814, a raíz del desastre patriota y el triunfo de José Tomás Boves; en agosto de 1818, cuando en momentos débiles anda todo confuso y derrotado; ante  el gobierno de Angostura, reacio a admitir algunas disposiciones que se imponen, en febrero de 1819; en el Congreso de Cúcuta, por septiembre de 1821, cuando se le torna difícil el panorama político; al salir en volandas del territorio peruano (26 de mayo de 1826); en la conspiradora Bogotá de 1828, y hasta en el agónico 1830, cuando ya este artificio gastado de volver a la carga le falla y no le sirve de excusa valedera en la ambición de mando.

            Dentro del desentrañar bolivariano que a manera de nueva autopsia practicamos, en cuanto a sus relaciones con los norteños Estados Unidos, afirmaremos que no fueron del todo amables, al extremo que Bolívar en cuanto a los extremos libertarios que sostiene empecinado y la tendencia  estadounidense en contrario con fines autoritarios, había dicho durante 1825 en forma clara  y categórica  que “….jamás seré de la opinión de que los convidemos [a ellos] para nuestros arreglos americanos”, al extremo demostrado de no invitarlos para asistir al Congreso de Panamá a efectuarse en 1826, por el peligro que conlleva, como luego se demostró fríamente con las fronteras mexicanas e intereses caribeños, aunque su subalterno general Santander no lo pensara así ni menos las consecuencias, ordenando tal invitación a sus espaldas, lo que debió enfurecer a Bolívar, según lo expuesto por estudiosos del tema. Fuera de que conocemos mediante la muy publicitada carta dirigida por el Libertador al coronel inglés Patricio Campbell, donde se refiere con sorna y hasta desprecio en referencia con los gringos que no respetan límites en sus ambiciones expansionistas, el caraqueño los consideró como “extranjeros” insertos en el problema americano y dificultosos para un entendimiento protector con Gran Bretaña, lo que buscó con ansia el caraqueño como medio de subsistencia ante un peligro fatal por parte de España o de otros países europeos. Sea oportuno dejar consignado aquí el contenido sustancioso de la larga misiva dirigida desde Guayaquil al Encargado de Negocios de Su Majestad Británica Campbell y enviada en agosto de 1829, tan usado como latiguillo en sus intenciones disuasorias por las izquierdas decimonónicas latinoamericanas. Tal correspondencia demuestra a los amigos ingleses la forma peligrosa de federalismo en la región que conlleva la política norteamericana y referida al poder hostil que utiliza esa potencia para sus arreglos en el continente, ergo el caso de la doctrina Monroe, la que ha sido tan manoseada por los intereses de la izquierda radical en su lucha constante contra aquel vasto imperio en formación. Valga aquí,  pues, reproducir la esculpida frase sentenciosa en bien de una primera lectura: “Los Estados Unidos parecen destinados por la providencia para plagar la América de miseria a nombre de la libertad”.  Otra demostración palpable de los conflictos con la nación del Norte se evidencia en cuanto a los intentos bolivarianos de independizar primero a Puerto Rico y luego a Cuba, con la resistencia inmediata que presenta los Estados Unidos en su tendencia hegemónica y de largo alcance sobre el amplio territorio insular del mar Caribe, mientras el proteccionista Henry Clay bajo cuerda da seguridades a la atribulada España en cuanto a su oposición a cualquier propósito asertivo en el sentido de estar a su favor.

Y para ahondar más sobre el tema agregaremos que el ministro americano en Bogotá, William Harrison, después Presidente por varias horas de los Estados Unidos, se liga estrechamente a la variada conspiración septembrina de 1828, y luego es figura central en el complot rabioso del general José María Córdoba, que lo lleva a la muerte en las manos inglesas del coronel Ruperto Hand, sin que ello comprometa a aquel imperio comercial. En referencia a estos mismos paralelos ideológicos el señor William Tudor, cónsul americano en Lima, por ser pro inglés llama al indispuesto Bolívar con epítetos de “dictador, usurpador, loco de Colombia etc.”, y por el lado opuesto el caraqueño descarga baterías cuando tildaba a los gringos norteños con inauditos motes de albinos americanos, canallas, belicosos, regatones, capaces de todo, egoístas, humillantes, fratricidas, y hasta de vende patrias, como asegura al detalle el profesor universitario Carlos Bastidas Padilla. Valga el aforismo “Lo que es igual no es trampa”.

            En cuanto a  los tratos corrientes con la Iglesia Católica y romana, ellos no fueron buenos, como se sabe y especula, sobre todo después de la batalla de Boyacá [1819], por el “fanatismo religioso” de que habla el masón y libre pensador que en verdad fue Bolívar, aunque católico de faz a su manera [Bolívar era ateo, como bien lo atestigua quien le fungió de edecán y secretario, el general O’Leary], o  sobre el aspecto moral de algunos sacerdotes, tal el caso de los frailes dominicos en el terremoto de Caracas [l812], hecho que lo atribuían a un origen divino, dominados ellos por el clero conservador hispano  y por ende monárquico, o el asesinato en Colombia del fraile capuchino Pedro Corella, la degollina que practica Jacinto Lara en las misiones del Caroní [1817], o el distanciamiento del padre Cortés de Madariaga, desde los albores de la Independencia. De “hipócritas, ignorantes, pillos y charlatanes” o ridículos, oportunamente los califica Don Simón, de donde en la respuesta adecuada o frenética al temor que causa el bando clerical [ellos siguiendo órdenes pautadas lo tildan de terrorista, perseguidor del clero y asesino de prisioneros], y dentro del arzobispado de Bogotá, que gobierna el doctor Juan  Bautista Sacristán, llenos de premura por cuenta de los jerarcas de sotana arcediano Juan Bautista Pey de Andrade y canónigo José Domingo Duquesne de la Madrid, al implacable caraqueño mediante edicto contencioso pues razonado (que violaban [sus tropas] el derecho de gentes, que iba a atacar la religión y sus altares, “…cuya irreligión e impiedad….  cuya crueldad es notoria…”) se lo excomulga, analícese bien, excomulga expulsándolo ipso facto de la Iglesia y las consecuencias resultantes, el día 3 de diciembre de 1814, aunque mediante anulación pronta de tal edicto terrible y el rápido cambio de las circunstancias a favor de Don Simón la Iglesia previendo otros resultados y mediante anulación del anterior edicto treces días después que no dejaban dormir con su conciencia al Libertador, se levanta la sanción que lo repone al seno eclesial, de donde tantos desorientados por el caso extremo entran en un nirvana de tranquilidad y compasión. Pero Bolívar no se queda callado y ante la arremetida romana que sostiene al monarca borbón por ser el enviado de Dios para las Indias, catorce años después el caraqueño confiesa a Peru de Lacroix que “el sacerdote es absolutamente innecesario, es un costoso e inútil mueble”, suerte de jarrón chino. No obstante ello, su entrada en el natal Caracas durante la última visita de 1827, o en el realista Pasto en enero de 1823, como en Quito, Trujillo de Venezuela que en las puertas de la Iglesia el obispo Lasso de la Vega ya reconciliado le presenta una cruz para que la bese, o con el condescendiente obispo Jiménez en Mompós, siempre
Su Excelencia hizo la entrada bajo la distinción del sagrado palio, a la manera de un emperador, y en este puerto fluvial con la dispensa y el apoyo del mismo metropolitano Jiménez entra de lleno a la Iglesia, y sin titubeos llamará después  Don Simón a otro obispo Jiménez, el de Popayán, o sea el ilustre cuanto ultraortodoxo Salvador Jiménez de Enciso Padilla,    malagueño y realista empedernido, quien tilda de “traidor” a Bolívar  y tira otra excomunión [Eduardo Arroyabe dixit], sin conocer los datos, “hombre abominable, criminal autor, indigno ministro”, aunque el fanático monárquico, vivaracho y pequeñín lo recibe también en su ingreso triunfal a la ciudad pastusa y frente al templo, bajo palio y el canto múltiple de un Te Deum, mientras que después de las rabietas aclaradas terminan siendo amigos. Cosas veredes Sancho amigo.

            De otra parte igualmente sabrosa pero que aquí sintetizamos más por la falta de espacio, el  obispo de Caracas Narciso Coll y Prat lo tilda caprichoso y autoritario,  déspota exterminador, suerte de nuevo Atila que se aprovecha de las alhajas eclesiales de Caracas y sacrifica a varios sacerdotes identificados, que incumple el indulto ofrecido por las vidas, desoye súplicas ante  las ejecuciones de 1813 y ordena con temor dar gracias en la Iglesia por sus triunfos sanguinarios, lo que fue menester obedecerle. Y siguiendo con estos personajes eclesiales tiene de enemigo que llama “maldito” al ilustrísimo arzobispo de Lima Luna Pizarro,  endilgándosele quizás por omisión el degüello de los  22 frailes en el río Caroní [1817], como las ejecuciones del fraile Corella [1815] o el cura ecuatoriano de Chota (1824].

            Dentro de ese juego de las entrañas bolivarianas podemos decir que Bolívar fue un liberal progresista de la corriente conservadora pero nunca un revolucionario ni para nada mencionó esa palabra ni siquiera en abstracto, ni su intención fue la de hacer un cambio social, sino que correspondía al pequeño burgués de aquel tiempo agitado, ansioso de poder a como fuere lugar, siendo apenas un reformador adaptado a los vaivenes del siglo XIX y porque le sonó la flauta al aparecer en el momento de la decadencia española y los terribles problemas internos que ella tuvo. Era un aristócrata mantuano y por ende con visiones evolucionistas, a veces reaccionarias, como lo aprecia John Lynch, un tanto carismático aunque las diversas tendencias izquierdistas de la época tenían una posición preventiva a sus ideas, como el caso específico de Carlos Marx. El Libertador soñó con restaurar lo monárquico republicano pero a su manera dentro del híbrido construido, con el puño cerrado mientras lo gobernaba una aristocracia de mérito, tradicional y progresista, lo que acaricia por algo más de ocho años, o sea desde el tiempo de la Entrevista de Guayaquil hasta el desastre final con su desaparición física. Consciente de esos graves reveses, de lo que deja segura constancia, aunque con astucia natural sabía convertir a las derrotas recibidas en triunfos espectaculares. De allí podríamos señalar numerosos fracasos que los eleva en triunfos, como los decretos educativos, el sistema lancasteriano, el ombligo pernicioso que es Simón Rodríguez, los intentos constitucionales no admitidos, la creación utópica de la Gran Colombia, el paso suyo por Cartagena, la ausencia de verdaderos amigos, que se pueden contar con las manos, las pérdidas de Puerto Cabello, primera y segunda repúblicas, la igualdad social entre las castas, la Convención de Ocaña, el Congreso de Panamá, de Angostura y Cúcuta,
las leyes decretadas en el Perú y Bolivia, el arreglo cuestionado del Perú y la masa informe que es Bolivia, el sueño libertario de Caribe, y el delirio de una Hispanoamérica con propias monarquías o sujetas firmemente al cordón imperial inglés, como los catastróficos años de 1812, 1814, 15, 16 y 18, sacan a relucir de la tumba a un fantasma lleno de utopías hiperbólicas imposibles de fructificar y por ello es que hoy coexisten tantas repúblicas en América nuestra que suben y se desinflan rápidamente de una manera original, donde cualquier caudillo o tirano adaptado al tiempo hace de las suyas creyéndose no ungido sino el propio Dios y donde la riqueza heredada se tira por la borda de la manera más inverosímil, siempre cantando a Bolívar pero nunca mejorando lo presente porque parece que el vudú nos invade y aquello que llaman “pava macha” los protege, aunque nunca sea tarde, para algún día recuperar lo que tanto hemos perdido desde 1810 en adelante. Los perros ladran pero la caravana pasa. 








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