Amigos invisibles. Como soy amigo de esculcar noticias candentes para
ir encontrando resultados emocionantes a lo largo de nuestra Historia nacional,
que como verán no fue muy santa por cierto, y sin eximirme en cuanto al trato
de las palabras que no ofenden, ya que por la verdad murió Cristo, voy ahora a
escarbar un poco en los cimientos emocionales venezolanos para que se tenga en
cuenta, por si se desconoce, de cuanto se ha escrito sobre el tema, sin pasar de
la verdad relatada al cuento sin fronteras, pues las generaciones de hoy y los
que no son tan nuevos en el ejercicio del intelecto, deben traer en bandeja y
para el consumo privado de los lectores sin
cursilerías y menos timideces, a esta parte importante de la vida
popular y algunas de más altura, que dejaron la huella palpitante de sus
andanzas sin acaso intuir que un paisano de estos comienzos del siglo XXI iba a
sacar a flote tantos detalles que repito y sin rubor, dentro de la
idiosincrasia forman parte de nuestra Historia nacional. Dejo para otros menos arriesgados
limpiar las lágrimas del infortunio con sus limitaciones y máscaras de la doble
personalidad, si las hay, en cuyo campo habitan muchos de quienes son o no han
podido ser. Y allá esos con sus detalles inhibidores o paralizantes, porque
ellos si podrán entrar por el ojo de una aguja al Cielo prometido, como lo da a
entender por extensión la
Biblia.
Pues bien, siéntanse cómodos,
porque lo que viene es Eneas con o sin
rinquincaya, según se arguye en nuestro lenguaje coloquial, pues si ha
de llover así, que no escampe. 1º de enero de 1545: llega a Coro el duro y despiadado
gobernador Juan de Carvajal, nada solo sino acompañado de la hetaira Catalina
de Miranda, “bellísima sevillana, cantonera de oficio”, criada y manceba a la
vez que no le puso cachos quizás por el terror reverencial que imponía el
verdugo, pero que a su muerte de seguidas fue amante consecutiva de los conocidos
Diego García de Paredes, ajusticiador del famoso Tirano Aguirre, el superpotente
Gutierre de la Peña
y el afortunado Francisco Sánchez. La tal Catalina amancebada tenía una
hermana, de nombre Ginesa Núñez, quien para seguir la corriente genética era
amante del catire (rubio) Diego de Losada, conquistador de los rebeldes indios
Caracas, mientras que en ese El Tocuyo capitalino otro enredado carnal
ilegalmente, aunque lo supiera la
Iglesia , era el avispado Gobernador Gonzalo de Osorio, el que aplicaba las técnicas sadomasoquistas
del alemán Bartolomé Sayler, quien en Coro hacía robar a las indias “para echarse con ellas, y no contento aún con el sufrir
ajeno de la manera más tosca “se jactaba de haber gozado a las españolas
casadas”. Pero como la ardiente ciudad de Coro no se queda atrás en estos
afanes concupiscentes, de seguidas vemos
que el obispo residente Ballesteros comunica a Su Majestad que el cuarentón
mariscal Gutierre de la Peña Castro
por allá anda en estos compromisos viciosos que incluyen muchas bocas, pues “de
siete a ocho años a esta parte está amancebado con cinco o seis indias, y entre
ellas una infiel”, lo que le da más color al caso chivateado. Pero volviendo al revoltoso El Tocuyo y los
predios contiguos notamos que ya para 1554 y dejándose de gazmoñerías aparece
una colección de mujeres con “La
Carvajala ” a la cabeza, viuda por cierto que no escoge un
convento para calmar esa tristeza habitual sino que se lanza a la calle del
placer viviendo arrejuntada en Borburata con un tal de apellido Pérez, igual a
como lo estaban en ese sitio portuario la atrevida Juana Díaz, “puta grandísima
y que la había cabalgado muchas veces” Antonio Montero, quizás amiga de la
contemporánea y vecina Clara González, amante de otros hombres en lista, aunque
el cegato alcalde Pedro González (y
agrego) de la Gonzalera ,
dijo bajo juramento que “las tenía por
mujeres de bien y honradas”, siendo condenado por ello al vivir “públicamente
amancebadas en ofensa de Dios nuestro Señor”.
Pero saltemos
unos años más en nuestra pretensión para recordar que en 1579 se formó un
juicio en la andina San Cristóbal, porque la mestiza María Gómez, suerte de
payasa de circo, “en hábito de india” y de veinte años de edad, andaba haciendo de las suyas, pues en dicho legajo
penal afirma el declarante que esta mestiza andaba suelta por las calles del
poblado e iba a la casa del presente testigo “e a otras partes en traje de
india, e muchas veces las tetas de fuera y las piernas y cabellos y sin cubrir
de manta ninguna ni de otras cosa… e que se dice públicamente que es la dicha
mestiza una común putilla por ahí, porque este testigo la ha visto por sus
propios ojos andar de casa en casa de día y de noche”, supongo incluida en la
más grande oscuridad. Mas como esas causas de amor e infidelidad a escondidas
siempre han existido a lo largo de nuestra Historia, vamos a adelantarnos un poco
hacia el siglo XVIII y no para recordar los famosos deslices amatorios y cornudos
del padre del libertador Simón Bolívar, a quien en este blog le hemos dedicado
un trabajo
específico intitulado “El semental padre de Simón Bolívar”, como existe
otro blog también muy picante pero lleno de humor, con datos y señales, sobre
su hermana vejancona María Antonia, que
lleva por título escueto “La vivaracha hermana de Bolívar”, ambos trabajos aquí
insertos que espero fueron leídos por usted con harto detenimiento y
comprensión, como igualmente los tres blogs dedicados a las mujeres principales
de general Bolívar, otro a nuevas mujeres de este caraqueño que han corrido
entre el vulgo popular y de altura como sus concubinas, y además los dos hijos
ciertos del Libertador, con cuya lectura en conjunto supongo se posesionará de
un perfil suficiente y por este medio de las liviandades en cuanto a faldas y
pantalones de que aquí tratamos, con emoción, ya que no es para menos. Sobre el
tema trajinado también acabamos de colocar en blog el artículo que se intitula
“Cubagua, isla de entera perdición”, donde retrato aquella vida nada recoleta y
llena desde luego de descarrío, tal como la ocurrida entre las mujeres y los
hombres resaltantes por sus devaneos precoces. Y sea oportuno para seguir en el
mismo tono denunciante el final novelesco de un largo y quisquilloso juicio
llevado a cabo en Caracas entre dos familiares cercanos de Simón Bolívar, pues
luego de 30 años de matrimonio, que a veces eran por conveniencia y nada de
amor, y de 11 querellas judiciales, al fin se dicta “sentencia de divorcio perpetuo”, o sea de
separación de lecho y habitación pues como se sabe el vínculo eclesial no
permitía otra forma de separarse al ser el matrimonio un sacramento, sentencia
que recayó en los mantuanos caraqueños don Martín Jerez de Aristeiguieta y
Bolívar y de su prima doble, doña Josefa Lovera Otáñez y Bolívar.
Y sobre el caso de marras advienen los adjetivos de ambas partes contenidos en el grueso expediente, pues el sátiro aristócrata, cornudo y exalcalde caraqueño, don Martín, alegó tres preñeces seguidas de su mujer infiel, por coito con varones ajenos al lecho conyugal, dos fugas consumadas de la casa o sea del hogar, incluso para más disimulo ella iba disfrazada de hombre, diversas escapadas nocturnas a la sombra de la oscuridad reinante que bien señala el agredido, y además que rebajándose de su condición social no permitida, la tal doña Josefa se reunía en saraos o juergas con gente inferior a su casta elevada. Mas, la intranquila y desprejuiciada doña y esposa a su vez por contrapartida acusó al caradura (que ambos la tenían bien dura) del marido, por llevar una vida promiscua, de concubinato durante largos meses con la mulata María de
Pero porque nos hemos
referido al mundillo interior de la sociedad civil, bueno es que ahora destapemos
la olla del sujeto eclesiástico, porque éste tuvo mucho guiso para cocinar,
como se ha dejado escrito y más con figuras como el catalán obispo Mariano
Martí, que con esa memoria tan elucubrante de paquidermo encebado que mantenía,
duró doce años en visita pastoral o mejor husmeando cada curato de su diócesis
para ver y anotar en un libro “secreto” bien mantenido bajo llave, todas las
infidelidades para con la
Iglesia en que cayeron pecando tantos sacerdotes unidos a
Cristo con aquello de la desmentida castidad, sin probar de lo bueno como se
alega, y que ahora así lo puedo decir recordando a los angélicos Boccaccio y El
Aretino, porque antes, la
Santa Inquisición se hubiera ocupado de mi cuerpo, aunque no de
mi lengua vuelta en este caso el alma popular. Para ejemplos hay muchos, aunque
voy a incluir algunos y como van llegando al recuerdo de los hechos, a objeto
de colocar mayor espiritualidad a la obra dándole un sentido más crítico a este
trabajo para nada rigorista, de donde apuntaré que en 1599 el obispo de Coro
fray Domingo de Salinas malhumorado escribe al Rey a fin de susurrarle que el
sacerdote arcediano Juan del Villar es escandaloso sin freno, de donde se puede
calcular cualquier cosa pues vive “haciéndose visitador (del obispado) para ser
tabernero y tendero y mercero [dentro de] su ordinaria codicia, [pues]
temiéndose lo había de juzgar se huyó…”, y lo demás de su mal vivir, entre
copas y faldas nada tuvo de extraño a tal farsante. Aquí también empareja otra
anécdota de este alegre y sano obispo castellano “presa del incontinente vicio
de la carne”, pues rodando en sus travesuras acaso femeninas por El Tocuyo
fallece intempestivamente “con alguna aceleración y violencia de lo que resultó
haberse dicho fue ayudado por algún veneno de “ierbas perversas”, conociéndose
hasta el autor del hecho, y que quizás lo fue por celos hacia este incontinente
adversario, aunque en ese relevante caso al ser Su Señoría Ilustrísima nada
menos que el asesinado, para tapar tamaño drama abierto se cumplió en el
expediente la absolución del importante sindicado, porque aquello fue instruido
y resuelto a la callada como “justicia de compadres”.
Andemos ahora hacia delante
en el atribulado mundo colonial, para entender bellezas como que el Obispo
Antolino, visitante desde Puerto Rico, ante el bochorno que encuentra ordena
desterrar desde Barcelona y bien adentro de los llanos orientales “a 30 mujeres
escandalosas”, que en sus devaneos insoportables mantenían en jaque aquel
tranquilo pueblo oriental. Más tarde en 1766, el ultraconservador prelado Díez
Madroñero toma medidas severas contra el cura de Choroní (Aragua), Manuel José
Montenegro, poseedor de extenso currículo social y quien pasado de todo
comedimiento su casa es madre de cualquier vicio, siendo garito y “bebezón”,
concurrencia de meretrices, de bailes descomedidos, ambiente en que danzaba él
mismo y hasta el amanecer, lleno de murmuraciones y venganzas, vuelto protector
de ladrones y amante de la parda María Fabiana, con quien en medio de los celos
desplegados tuvo dos hijos, uno de los cuales, tremendo, juguetea en el altar
mayor mientras el cura desinhibido ofrecía la misa frente a los atónitos fieles,
sin que sepamos qué pasara para el momento de la Comunión. Otro tanto sucedió en
El Tocuyo, donde doña Micaela Pérez del Castillo acusa a su marido Lorenzo Márquez
de ser infeliz, pues el sinvergüenza mantenía relaciones con la india María del
Rosario, con la zamba María Simona, y con una tal María Soriano, en Chabasquén,
enamorándose como loco de Juana Micaela Ruiz, “una niña” indefensa que fue
suya. Y para completar la demandante agrega que en varias de ellas tiene hijos
bastardos. Pero aquí para variar comienza la andanada de información secreta
que pudo recoger el obispo Mariano Martí, que no fue tan secreta porque hasta
yo la sé, y usted también, cuando ya desde 1774 el catalán empieza en sus
andanzas acaso fóbicas sin entender lo que es el pueblo en formación y libre de
prejuicios, porque ya establecido en Maracaibo investiga y conoce que el cura
Pedro José Sánchez es un gran bailarín sin que le pare a las prohibiciones
eclesiales, que asiste a los saraos con vestimenta exótica y que no tiene freno
sobre el particular, por lo que le ordena salir del territorio marabino. Allí
condenará también a toda la inefable familia Carrasquero, con un expediente
lleno de humor fantástico, y del que años atrás me referí en la columna semanal
que sostuviera en la revista caraqueña Élite. Luego, continuando en esa visita
ejemplar, el obispo encuentra que en San Mateo (Aragua) todas las castas y clases
se reúnen para bailar sin distinción alguna (blancos, pardos, etc.), por lo que
es alarmante el número de hijos naturales, expósitos y de los más variados
colores, ricos o pobres, porque donde el diablo toca la carne manda. Más tarde,
en Guanare este catalán temido se encuentra con que el vicario Troncoso maneja
una pandilla “entre pleitos y marañas”, mientras bajo el peso inquisitorial del
Código de Derecho Canónico ordena que las mujeres “lleven los pechos más
cubiertos”, para evitar eso que llaman deseo incitador a la lujuria, que agrego
es reprimido. En dicha minuciosa revista de actualidades pecaminosas que
despierta Martí para un público avizor amante de los escándalos libidinosos y
que aún hoy pasados los siglos el público entretiene el morbo como si se
tratara la autoría pendiente de Agatha Christie, vemos como en 1779 el levita
exaltado aplica correctivos sin dejar ninguno a los feligreses mayores del
llanero Agua Blanca, pues según su recto pensar “todos eran unos flojos”,
mientras que en el vecino San Rafael de Onoto los indios amantes empedernidos de
Baco eran unos borrachos y no pensaban sino en bailar a lo Michael Jakson sin
cansancio “de día y de noche”, usando ciertos hierbajos, que con sus hechizos hasta paranormales casi matan al misionero del
poblado, inutilizándole para caminar.
A fin de ser más
exactos en esta radiografía social de Venezuela narrada por el detallador
clérigo Martí, que hoy hubiera sido un destacado comentarista mediático, agregaremos que en San Rafael de Tiznados existía
una promiscuidad relevante entre los
blancos, negros en camada, mulatos, zambos, mestizos de variada índole e indios
desperdigados, mientras que en el guariqueño Ortiz andan sueltas mujeres solteras y viudas con hijos mal habidos como
fruto de consabidas relaciones
irregulares, además de que ostentan esa vida extraña por anormal, y en el
cercano Parapara existía un verdadero pleito entre el cura y la quisquillosa familia
Gamarra, puesto que le hacía fuerte oposición al levita “por denunciar sus
excesos sexuales”. En Camaguán prosigue la rochela de negros, zambos, gente de
mala condición y algunos indios del lugar, con el sobresalto del numeroso hurto
habido de mujeres con fines sexuales, recordando aquello el rapto de las
sabinas en la primitiva Roma, mientras proliferan otras concubinas para añadir
a la rica colección. En San Carlos, poblado llanero de gentes fanfarronas,
detecta 24 casos de concubinato y “otro tipo de relaciones sexuales
irregulares”, sin determinar qué, lo que deja libre albedrío a uno para pasearse
en lo que quiera, hasta de animalismo, dentro de ese destape mañoso por crudo
de tal situación. En Güigüe el cura
lugareño “vive con una comadre suya”. En Turmero se encuentra con que la
población desinhibida prefiere utilizar el estilo adánico para mayor frescura,
casi sin ropas y menos guayucos mientras “los vicios eran más que las
virtudes”, donde lo dominante consistía en la lascivia y la permanente embriaguez.
En Nirgua durante aquella época de fantasmas o espantos había “un completo
dominio de la negrura” y que a su buen decir los vecinos eran muy malos por “no haber tenido crianza alguna”. En
Guama del Yaracuy encuentra un verdadero relajo sacramental porque de 50 bautismos
apenas diez fueron de hijos legítimos y desde luego que 40 bastardos,
atribuidos por cierto a los “abusos de los caminantes que pernoctaban en las
casas del pueblo”. Muy fácil por cierto de decirlo para borrar las culpas. En
Yaritagua las presumidas indias no querían a sus congéneres prefiriendo “unirse
a los zambos”. San Felipe es propenso al gálico (sífilis) y a las bubas
tumorales. Y sigue con El Sombrero, pueblo de arrochelados zambos y mulatos; en
Altamira, tierra lujuriosa, “a los religiosos les dieron veneno”; en El
Chaguaramal la incontinencia es palpable, entre casados o no cercanos, sin
detenerse “ni ante el adulterio ni ante el incesto”, mientras existía con
puertas abiertas la de una vendedora de aguardiente cuya “su casa era un
lupanar”. En Camatagua aquello también era pura embriaguez, donde los
pretenciosos zambos entre las borracheras se hacían pasar por indios acaso
privilegiados, al tanto que proseguía la común incontinencia carnal. En
Aragüita la borrachera estimulaba el hurto, mientras en Guarenas un español
granadino creyéndose califa y siendo casado vivía a la luz pública por entre el
regocijo de cinco o seis concubinas asaz despreocupadas.
Bien, aquí termina
la larga relación de un religioso enfiebrado con sueños y pesadillas bien
distintas a su tierna calidad espiritual de pastor. El retrato que nos lega
como recuerdo de lo que le llevó a visitar 2533 leguas en 300 pueblos cuajados de
detalles donde la Iglesia
y los feligreses no estaban lejos del infierno descrito por Dante y el propio
Satanás, es verídico. Por esta misma secuencia de sociología histórica
podríamos seguir registrando datos de importancia suma para demostrar que los
venezolanos desde aquellas terribles épocas no eran ningunos tontos y que no
solo en la Colonia
se mantuvieron al pie del cañón en este sentido, sino que en la República y hasta los tiempos actuales en que
diosas eróticas, para no señalar a otros refistoleros que siempre los hubo,
mantenían el altar casi llegando al variado kamasutra y a otros exquisitos
libros vedas y no tantos que se leerán en los tiempos oportunos de descanso
físico. Ojalá y usted pueda encontrar para la venta, y desde luego que lo ojee,
el libro “Historia Oculta de Venezuela”, donde describo con detalles estas
aberraciones, encantos, y entretenimientos de un mundo que sigue siendo el
mismo o mejor, porque los buenos gustos y el almíbar pastelero nunca se pierden.
El sabio rey Salomón dijo “Miel y leche tienes debajo de los labios”. Con
certeza de puntería.
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