lunes, 18 de junio de 2012

EL SUPERLOCO LOPE DE AGUIRRE



            Amigos invisibles. En Venezuela como siempre se han dado casos demasiado extraños o paranormales desde tiempo atrás, tan extraños u originales como únicos que han podido conmover la faz de la tierra esa que habitamos los que ahora saben leer y escribir, o mejor, expresarse por Internet, pues ya no se necesitan esos adminículos culturales de antaño para poder vivir algo cómodos, ni menos cargarse de títulos a veces mal encontrados pero que engordan el currículum suficiente al ego mantenido, a objeto de encumbrarse hacia una alta posición para cualquiera como sucedió a un ilustre rector universitario, siquiatra con postgrados a cuestas y alguna fama esgrimida política o no, porque termina asesinando en su consultorio a una pobre muchacha de visita a quien descuartiza o incinera que para el caso es lo mismo, con otros tantos atributos bestiales, macabro hallazgo no ha mucho sucedido en Caracas, la sultana del Ávila. Y hablo de tanto terror ya que a lo largo de cinco siglos de historia que han corrido por entre los vericuetos de la realidad dentro del territorio nacional, para colmo tenemos certeza de aparecer espantos tangibles a la usanza de Lope de Aguirre y el propio Bolívar que hacia sus enemigos contemporáneos eran como el Diablo de dos patas, mas que ahora un señor empecinado y lleno de equívocos mentales por la mala memoria aspira ser el comiquita televisivo de El Chavo, aunque sin contar con la diáfana astucia opuesta, y quien dentro de la estulticia histriónica pretende y al menos pretendía destruir imperios agarrado a un micrófono con el que despotrica por diez horas aburridoras y seguidas, aunque la mala jugada del traidor arcano le acerca la guadaña implacable que carga la Pelona para llevárselo sin otro chistar por más que rabie y patalee, dejando una estela azufrosa de recuerdos imborrables para que muchos lavados de cerebro y mentirosos de oficio también estrenen sin empacho camisetas de su líder al estilo Che Guevara, que acaso ya no serán obsequiadas gratis pero si demuestran un  origen endógeno o hueco negro de lo insensato, que es precisamente sobre lo que hablamos de forma circular o mejor circunloquial, porque las aristas que exhibe no permiten dar en el mero blanco de la paranoia clásica.
  
           Pues bien, dentro de esta maraña a recorrer hoy transitaremos por entre la cabeza de un loco supersticioso y agresivo narcisista e infalible que se creyó superior a todos y hasta del mismo rey Felipe II [tataraendo de aquel de la famosa imprecación “¿Porqué no te callas?], y fue tanta esa demencia esgrimida que riéndose bajo engaño de su propia desvergüenza al final de aquella trastornada ruta vivencial, pedía que le desvencijaran la cabeza, sin errar el tiro. Me refiero en este caso tan específico al mal llamado Lope de Aguirre, príncipe de otras tinieblas pero reconocido por extremista tira piedras desde antaño y hogaño, que naciera en el pueblo olvidado de Oñate, de origen vasco y cerca de Guipúzcoa, de clase media baja en tiempos de sequía económica donde la vida era dura para escoger porque no había mucho de qué subsistir salvo el grupo poderoso dominante aunque pequeño, de donde el infeliz Lope criado bajo techo de palma por una abuela respondona y envuelta en la miseria, desde muchacho debió ejercer duros trabajos no cónsonos con su manera de actuar despótica o burlona, superior a veces, aunque ayudado a subsistir por lusitanos prestamistas de alimentos, mientras se enfrascaba en algunas frescas e indescifrables lecturas indigestas que poco entendía como El Quijote o Marx, pero que le fueron taladrando la imaginación venenosa con sueños y castillos de nunca acabar. Mas como estaba de moda entre aquellos andurriales engrinchados que otros locos pero menos que él, habían descubierto un famoso El Dorado, donde todo era de oro, y andaba por esas tierras de caníbales e indios prepotentes un tal Juan Ponce de León, vallisoletano viejo y ajustado a no ser real por impotente de sexo ante tantas indias a escoger, en busca de una Fuente de la Juventud, aquello lo tenía más loco, porque fuera de ser repugnante el tal Lope de Aguirre hizo gala de una mirada brillosa de basilisco  arrecho que infundía miedo y una barba hedionda por debajo de cierta carnosidad frontal que más le demacraba el rostro, lo que él no podía contemplar al no existir verdaderos espejos y nadie por el terror esgrimido lo iba a poner en causa de la cruda realidad. Nuestro Lope de saltimbanqui y dicharachero molesto que lo era desde aquellos tiempos primitivos no sabía qué hacer para subsistir, aunque se le ampliaban los ojos al estilo lechuza cuando veía de cerca cualquier moneda de vellón de oro, o así fuera el depreciado maravedí, que mediante avaricia presumida soñaba con tenerlos en sacos tintineantes, mas como la chifladura le continúa pensó en seguir casi a trote por el camino de Compostela y desviarse más allá de Burgos hacia el Sur castellano para entrar en tierras andaluzas y aposentarse en la de Mauricio Babilonia y los quehaceres propios de Sevilla, centro pernicioso del imperio americano, a quien por la maldad que ostenta el desquiciado Lope de un comienzo le cogió tirria, rabia y hasta desprecio, pero no tanto como para emigrar a esos lugares incógnitos, con tal de llenarse de oro a objeto de satisfacer la gula propia y de una parentela mantenida, serie de golfos perezosos por cierto, regresando así como un  “indiano” millonario, aunque aquel sueño se le fuera al pozo.

           Por esta razón subjetiva pronto en aquellas cáscaras de nueces grandes que eran las carabelas y los galeones de entonces, apretujados unos contra otros y debiendo hasta el pasaje de carga, con rapidez emigra hacia el Perú, mítica tierra de unos indios asustados porque todavía a su manera trivial creían en el equívoco que Lope y los suyos fueron venidos del cielo astral incásico para contener maldades entre esas castas dominantes y que los vengadores centauros podían hacer de las suyas con los caballos jerezanos, petos metálicos y toledanas aceradas, con que incautos morían al descuento, por lo que el atarantado Lope hecho ahora un genio de las finanzas robadas y con otros aires mefíticos de gran señor que ni en minúscula parte los había tenido, prosigue haciendo de las suyas sin detenerse, esquilma, viola, arrebata y aunque ya cojo por obra de sus maldades mete la mano en lo que puede dentro de aquello llamado tahuantisuyo, futura creación deschavetada de Bolívar, y de allí, ya saciado de venganzas por los complejos habituales, aunque lleno de un odio rencoroso porque en carne propia recuerda la triste infancia de muchacho pordiosero a lo Lazarillo de Tormes, de donde para más agrandar la bolsa de oro que aprieta con alforjas montunas arriba de su estómago como parte del yo, en compañía de su tierna hija Elvira y quien la cuida que es María de Arriola, llamada “la Torralba”, decide enrolarse en otra legendaria marcha hacia lo ignoto, o sea esta vez en busca de El Dorado, riqueza superior a lo que encontrara en el Perú, por lo que junto al recio y elegante  navarro
Pedro de Ursúa, venido de Colombia y quien comanda unos frágiles barquichuelos o bergantines de poco y maloso andar acuático, arrancando así desde los ríos serranos aguas abajo por el Marañón para desembocar en el amplio Amazonas y de allí viaja en larga travesía a base de traiciones y engaños, donde va deshaciéndose de quienes le adversan, pues ahora con razón afincada lo llaman “El loco” por atorrante y malgeniado, siempre con la mentira primeriza que no paraba en fomentar, pues mientras conoce de lejos a unas tales amazonas mitológicas que bordean el río padre este sicótico, desgraciado y traicionero de Aguirre reunido con unos cuantos compinches del bergantín “Santiago” detiene al navarro de Ursúa y lo ejecuta echándoselo al pico junto con su querida mestiza Inés de Atienza, de la más vil manera, argumentando leyes inexistentes aplicables y otros recursos inventados de la más baja ralea para eliminar a su increíble competidor.  Y aquí precisamente es donde la nefasta leyenda del sempiterno tarado Aguirre lleno de desequilibrios peyorativos comienza a tener referencia en lo más profundo del mal, porque al apoderarse de la expedición eliminando de la más rígida forma a quienes se le opusieron y sin temblarle el pulso, lo que es mentira sesgada en los textos históricos porque el sabandija traidor era un gallina taimado e impertinente aunque se las diera de bíblico Sansón, sin embargo para dar otra apariencia mayestática se hace el duro, sonríe con esa cara de Judas Iscariote enfermizo que a ratos le acompaña y dueño ya de sí y de cuantos le siguen en una de las primeras bajas traiciones de importancia ocurrida en esta América colonial ordena seguir la brújula, el sextante y el astrolabio para con velas altas y bien cerca de la costa subir del Amazonas rumbo al Orinoco o Uyupari y sorteando a la ruinosa Cubagua prosigue hacia el norte de la isla de Margarita, hacia Paraguachí cerca de Pampatar y no lejos del sitio que recuerda su pudibundez extrema de mentira que le afecta al momento y a manera de engaño, pues ahora le llaman playas de El Tirano, el lunes 20 de julio de 1561 desembarca para desarrollar una cadena de crueldades y asesinatos sin  límite.
            Pronto, con los 200 marañones que bajo terror le acompañan sin tomar en cuenta nada porque la isla de Margarita vive en un edén pacífico, procede a conducir las riendas de cuanto encuentra y a ejecutar a los que se le oponen, adueñándose del cabildo, de la policía, de cualquier infanzón vigilante que se encuentre, de otras autoridades del lugar y en especial de las cajas reales de Su Majestad, donde se guarda religiosamente lo que corresponde por quintos y diezmos de Dios del cielo y de la tierra. En esos 40 días de permanencia insular como dueño y Señor ahorca a 23 personas que fueron autoridades y notables, por solo banalidades y extravíos mediante un violento tribunal de excepción expedito y sin recurso de alzada que maneja a la entera satisfacción, y a uno de tantos rabioso ordena que muera por los buenos modales y el fino carácter que posee, mientras al escogido Álvaro Cayado “le hizo lavar la barba con orines descompuestos y luego con el maloliente líquido lo afeitaron” supongo que antes de degollarlo. Por otra decisión criminal suya dispone dar garrote vil al gobernador Juan de Villandrando, que de un principio no le cayó bien y porque comete la imprudencia de referirse con sensatez al Monarca reinante, que aquello fue un explosivo interno para la soberbia de Aguirre, puesto que él tiene pensado acabar con Felipe II y mientras regresa a España aspira investir a los cabecillas secuaces que le acompañan en cargos escogidos por sus hazañas criminales dentro de ese viaje de regreso que le espera para volver hasta el Perú. A doña Ana de Rojas decide ahorcarla en el rollo sostenido en la plaza del pueblo, porque se le metió en la cabeza disparatada que quería envenenarlo, ordenando a la vez el estrangulamiento de su marido Diego Gómez de Agüero, viejo valetudinario que ya mascaba el agua, a objeto de no dejar ni rastros de sus enfebrecidas, tiránicas y despóticas intenciones que a buen gusto de paladar realiza. Para seguir en la cadena desatada de odio que le embarga el alma y que en el manicomio rodante transmite a sus congéneres a través de diversas mañas escogidas, decide sacrificar a su pacato confesor, fraile siempre asustado pero que conocía algunas de las intimidades dichas por el tirano en momentos que se creía morir, mientras obliga al trabajo de todas las mujeres de su reino imaginario, pues se consideraba pachá turco rodeado de un harem a escoger, y al que en el delirio que lo entorna le deben reverencia y esfuerzo con remuneración vil miles de siervos indígenas, o mestizos o nuevos zambos o negros africanos, mal alimentados y sumidos en sus acolchonadas minas de oro o plata que obtendrá de México al Perú. Entretanto a las esclavas que le siguen sin chistar ordena coser banderas  rojinegras de la revolución antimperio español, y sobretodo rojas, cuyo matiz le sacaba de quicio con rubor y espuma por la boca, o negras por el contorno flaco del origen social, mientras orgulloso “juega el alma a los dados con el diablo”, y cual otro Fausto en pena hablaba solo de maravillas a obtener jactándose de su superioridad inalcanzable y sin pensar que los cangrejos penetran en el alma.

            Para el momento de esta tragicomedia de corral a telones acaecida, el loco Aguirre andaba en 50 años, pequeño de estatura y de persona, amorenado de nariz ganchuda, embustero compulsivo, fanático delirante de cabellos largos en rizos mugrosos y cabeza desencajada, manco de la pierna derecha, cojo por herida de arcabuz en la misma extremidad, patituerto, mal agestado, la cara chupada, ojos huidizos, barbinegro tirando a canoso, flaco, pusilánime aunque astuto relamido, lleno de chascarrillos vulgares y mal cantante cantinero de trovas lugareñas, andaba siempre armado de diferente manera al acecho de una celada, insomne y a veces sonámbulo, enemigo del rezo y de los curas, fanfarrón paranoico, amansador de potros, temerario y cobarde, amigo de alborotos y pendencias, con esta descripción tan ajustada al cuerpo no se podía mucho esperar de un ser estrujado por la realidad y la envidia compulsiva, pues dentro del cuadro patológico que lo describe es feroz, sedicioso, falto de juicio y provenía en su última aventura del frío Potosí donde recibió desnudo doscientos latigazos de castigo, por lo que jura venganza y muerte frente a todo cuanto se le oponga. Antes de partir de Margarita, que despoja de cualquier riqueza, despedaza a uno de los suyos por quítame estas pajas, y a otro hace beber la sangre caliente del recién asesinado, como a tarascadas ordena comer los sesos del cadáver que asomaban por una de las heridas abiertas. Mientras asevera que iba a volver al Perú “aunque Dios no lo quiera, Y supuesto que no me puedo salvar [pese a rezarle besando el crucifijo Señor de los Milagros para que le alargase la vida, en sabiendo por olores malsanos que pronto iba a morir] “pues vivo estoy ardiendo en los infiernos, he de ejecutar tales crueldades, que suena mi nombre por la redondez de la tierra”, tal como pensara Lee Harvey Oswald mientras remata al presidente Kennedy. Aguirre abandona a Margarita lleno de los expolios y en especial las perlas, para seguir a Borburata, mientras aconseja a los suyos vivir la vida bohemia, de plena francachela sin miramientos ni menos limitaciones. En el puerto que encuentra abandonado desembarca 180 hombres armados, seis cañones y 130 arcabuces, declara la guerra a muerte al austero Felipe II, que debía andar rezando por El Escorial, saquea lo que puede y sigue hacia Valencia, muy enfermo, en una hamaca cargada por cuatro negros robustos, ciudad donde cortó cabezas, conversando a lo griego con una de ellas en medio del eterno delirio ante el público que reía de sus payasadas perversas, y es allí donde inspirado por el propio Diablo Satanás lleno de sobreexcitación escribe una famosa carta enajenada al introvertido monarca Felipe II, en la manía sicótica que le tuviera, donde entre otras perlas blasfemantes de su desenfreno dice que todo hombre inocente es loco, que por no sufrir las crueldades de tantos funcionarios reales ha salido para hacerle la más cruel guerra, y que rebelde lo es y “seremos hasta la muerte”, pues los reyes son peores que Luzbel, ambiciosos y sedientos de sangre humana, haciendo solemne voto de no dejar ministro suyo [de Felipe] con vida, y luego el desaforado lunático, que también lo era, arremete contra los frailes corruptos a quienes anatematiza por tener en sus cocinas a “una docena de mozas no muy viejas”, mientras afirma que seguirá rebelde hasta la muerte por ingratitud. En la puerta del infierno nos veremos.
          En ese andar malsano Aguirre saquea durante l5 días, mientras los españoles atrás de la frontera de batalla se preparan frente  al loco más malo que Guardajumo como decían en el llano barinés, y el miedoso gobernador Pablo Collado desde El Tocuyo se excusa de actuar pues padece de constante “ataque de temores” o mejor de almorranas. Y así mientras Aguirre ahorca a tres residentes valencianos, por parecerles flojos para la guerra emprendida de acuerdo con un chamán sabihondo de Chuquisaca que lo aconseja, el 22 de octubre en medio de esa oleada de crueldad sanguinaria que fustiga los discursos de una voz atiplada para alimentar a sus gentes y la demás patraña que utiliza, establece su horda en la ya vacía Barquisimeto, donde se atrinchera en espera de la batalla final de Jericó que para el descocado será un éxito abriéndole así el camino hacia Pamplona. El Cuartel General lo ubica casa de Damián del Barrio, cercada de muros, almenada y con una cuadra de superficie, mientras so pena de muerte prohíbe la lectura de unos pasquines oficiales hechos a buena letra que penetran en el castillete, ofreciendo el perdón a favor de quienes se escapen del tirano, lo que hace efecto sicológico en el desertor capitán Pedro Alonso Galeas. Ya para el 27 de octubre, sintiéndose solo y abandonado, lleno de rencor y odio que siempre siembra entre los suyos, ante el pánico justificado de que violen a su hija doña Elvira, la quinceañera que le acompaña, decide asesinarla a sangre fría, para que no la llamaran hija de traidor, ni abusaren de ella la soldadesca, mientras le clava una filosa daga por tres veces a ese cuerpo infantil, que grita desesperadamente, y si  bien el filicida no canta como Nerón expone una retahíla de palabras sin sentido e inconexas que nadie entiende por lo profundo de la oscuridad mental. Igual ocurrirá de seguidas con la dama acompañante y rolliza, que en privado “no desdeña de hacer favores”, o sea María de Arriola. Y ya desinhibido de toda suerte, mientras el Diablo le hace el guiño con el viejo tenedor oxidado que entonces utiliza, frente a un parloteo ineficaz para la espera de su ejecución las fuerzas que lo entornan y conocedoras al detalle del enemigo se preparan al asalto final, porque la muerte la tiene encima, así no lo crea el empecinado Aguirre, que se cree inmortal y jura en vano convocando los Santos Evangelios, porque en la locaina que lo atormenta el seso en ese estribillo de la guerra o vida y  ¡venceremos¡ debe  desbaratar  por  siempre  al  imperio español. Así, con
la detención del algunos marañones acompañantes que rondaban por atrás de los muros y el serio desertar de muchos otros que ven perdida la causa impredecible, el desaforado Aguirre se atrinchera con algunos veinte asesinos de confianza, pues como siempre todo tirano cuida las espaldas, mientras el valeroso Diego García de Paredes de orden del gobernador Gutierre de la Peña se le enfrenta y dispara primero, más como éste no hace mella importante en su andrajosa estructura, el mismo Aguirre suplica de que disparen otra vez para así acabar con el suplicio de su vida. En lo que fue convenido. De seguidas al monstruo envenenado y charlatán por lenguaraz maldito se le corta la cabeza para exponerla en pica o asta elevada ante los ojos atónitos de los habitantes barquisimetanos, al tiempo que las moscas larvarias le rodean la cabeza. Su cuerpo hecho cuartos fue distribuido entre lugares donde hizo tanto mal, y la mano derecha se la llevó en salmuera a Trujillo el veneciano Francisco de Graterol, padre por cierto del primer obispo aunque encargado por 16 años, de la diócesis de Caracas o Venezuela.
           Así murió el monstruo falsario y así termina la pesadilla. Con el tiempo todo se fue esfumando para perder potencia el recuerdo trágico de un demente que tuvo la osadía de atacar el imperio con trácalas asimétricas y de creerse superior a Dios, porque de locos está lleno el mundo. Se lo llevó Mandinga.

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