Amigos invisibles. En Venezuela como siempre se han dado casos
demasiado extraños o paranormales desde tiempo atrás, tan extraños u originales
como únicos que han podido conmover la faz de la tierra esa que habitamos los
que ahora saben leer y escribir, o mejor, expresarse por Internet, pues ya no
se necesitan esos adminículos culturales de antaño para poder vivir algo
cómodos, ni menos cargarse de títulos a veces mal encontrados pero que engordan
el currículum suficiente al ego mantenido, a objeto de encumbrarse hacia una
alta posición para cualquiera como sucedió a un ilustre rector universitario, siquiatra
con postgrados a cuestas y alguna fama esgrimida política o no, porque termina
asesinando en su consultorio a una pobre muchacha de visita a quien descuartiza
o incinera que para el caso es lo mismo, con otros tantos atributos bestiales, macabro
hallazgo no ha mucho sucedido en Caracas, la sultana del Ávila. Y hablo de
tanto terror ya que a lo largo de cinco siglos de historia que han corrido por
entre los vericuetos de la realidad dentro del territorio nacional, para colmo tenemos
certeza de aparecer espantos tangibles a la usanza de Lope de Aguirre y el
propio Bolívar que hacia sus enemigos contemporáneos eran como el Diablo de dos
patas, mas que ahora un señor empecinado y lleno de equívocos mentales por la
mala memoria aspira ser el comiquita televisivo de El Chavo, aunque sin contar
con la diáfana astucia opuesta, y quien dentro de la estulticia histriónica pretende
y al menos pretendía destruir imperios agarrado a un micrófono con el que
despotrica por diez horas aburridoras y seguidas, aunque la mala jugada del traidor
arcano le acerca la guadaña implacable que carga la Pelona para llevárselo sin
otro chistar por más que rabie y patalee, dejando una estela azufrosa de
recuerdos imborrables para que muchos lavados de cerebro y mentirosos de oficio
también estrenen sin empacho camisetas de su líder al estilo Che Guevara, que
acaso ya no serán obsequiadas gratis pero si demuestran un origen endógeno o hueco negro de lo
insensato, que es precisamente sobre lo que hablamos de forma circular o mejor
circunloquial, porque las aristas que exhibe no permiten dar en el mero blanco
de la paranoia clásica.
Pues bien, dentro de esta maraña a recorrer hoy transitaremos por entre
la cabeza de un loco supersticioso y agresivo narcisista e infalible que se creyó
superior a todos y hasta del mismo rey Felipe II [tataraendo de aquel de la
famosa imprecación “¿Porqué no te callas?], y fue tanta esa demencia esgrimida
que riéndose bajo engaño de su propia desvergüenza al final de aquella trastornada
ruta vivencial, pedía que le desvencijaran la cabeza, sin errar el tiro. Me
refiero en este caso tan específico al mal llamado Lope de Aguirre, príncipe de
otras tinieblas pero reconocido por extremista tira piedras desde antaño y
hogaño, que naciera en el pueblo olvidado de Oñate, de origen vasco y cerca de
Guipúzcoa, de clase media baja en tiempos de sequía económica donde la vida era
dura para escoger porque no había mucho de qué subsistir salvo el grupo
poderoso dominante aunque pequeño, de donde el infeliz Lope criado bajo techo
de palma por una abuela respondona y envuelta en la miseria, desde muchacho debió
ejercer duros trabajos no cónsonos con su manera de actuar despótica o burlona,
superior a veces, aunque ayudado a subsistir por lusitanos prestamistas de alimentos,
mientras se enfrascaba en algunas frescas e indescifrables lecturas indigestas que
poco entendía como El Quijote o Marx, pero que le fueron taladrando la
imaginación venenosa con sueños y castillos de nunca acabar. Mas como estaba de
moda entre aquellos andurriales engrinchados que otros locos pero menos que él,
habían descubierto un famoso El Dorado, donde todo era de oro, y andaba por
esas tierras de caníbales e indios prepotentes un tal Juan Ponce de León,
vallisoletano viejo y ajustado a no ser real por impotente de sexo ante tantas
indias a escoger, en busca de una Fuente de la Juventud , aquello lo
tenía más loco, porque fuera de ser repugnante el tal Lope de Aguirre hizo gala
de una mirada brillosa de basilisco arrecho que infundía miedo y una barba
hedionda por debajo de cierta carnosidad frontal que más le demacraba el
rostro, lo que él no podía contemplar al no existir verdaderos espejos y nadie
por el terror esgrimido lo iba a poner en causa de la cruda realidad. Nuestro
Lope de saltimbanqui y dicharachero molesto que lo era desde aquellos tiempos
primitivos no sabía qué hacer para subsistir, aunque se le ampliaban los ojos
al estilo lechuza cuando veía de cerca cualquier moneda de vellón de oro, o así
fuera el depreciado maravedí, que mediante avaricia presumida soñaba con
tenerlos en sacos tintineantes, mas como la chifladura le continúa pensó en
seguir casi a trote por el camino de Compostela y desviarse más allá de Burgos
hacia el Sur castellano para entrar en tierras andaluzas y aposentarse en la de
Mauricio Babilonia y los quehaceres propios de Sevilla, centro pernicioso del
imperio americano, a quien por la maldad que ostenta el desquiciado Lope de un comienzo
le cogió tirria, rabia y hasta desprecio, pero no tanto como para emigrar a
esos lugares incógnitos, con tal de llenarse de oro a objeto de satisfacer la
gula propia y de una parentela mantenida, serie de golfos perezosos por cierto,
regresando así como un “indiano”
millonario, aunque aquel sueño se le fuera al pozo.
Por esta razón subjetiva pronto en aquellas cáscaras de nueces grandes
que eran las carabelas y los galeones de entonces, apretujados unos contra
otros y debiendo hasta el pasaje de carga, con rapidez emigra hacia el Perú,
mítica tierra de unos indios asustados porque todavía a su manera trivial creían
en el equívoco que Lope y los suyos fueron venidos del cielo astral incásico para
contener maldades entre esas castas dominantes y que los vengadores centauros podían
hacer de las suyas con los caballos jerezanos, petos metálicos y toledanas
aceradas, con que incautos morían al descuento, por lo que el atarantado Lope
hecho ahora un genio de las finanzas robadas y con otros aires mefíticos de
gran señor que ni en minúscula parte los había tenido, prosigue haciendo de las
suyas sin detenerse, esquilma, viola, arrebata y aunque ya cojo por obra de sus
maldades mete la mano en lo que puede dentro de aquello llamado tahuantisuyo, futura
creación deschavetada de Bolívar, y de allí, ya saciado de venganzas por los
complejos habituales, aunque lleno de un odio rencoroso porque en carne propia
recuerda la triste infancia de muchacho pordiosero a lo Lazarillo de Tormes, de
donde para más agrandar la bolsa de oro que aprieta con alforjas montunas
arriba de su estómago como parte del yo, en compañía de su tierna hija Elvira y
quien la cuida que es María de Arriola, llamada “la Torralba ”, decide enrolarse
en otra legendaria marcha hacia lo ignoto, o sea esta vez en busca de El
Dorado, riqueza superior a lo que encontrara en el Perú, por lo que junto al
recio y elegante navarro
Pedro de Ursúa, venido de Colombia y quien comanda unos frágiles barquichuelos o bergantines de poco y maloso andar acuático, arrancando así desde los ríos serranos aguas abajo por el Marañón para desembocar en el amplio Amazonas y de allí viaja en larga travesía a base de traiciones y engaños, donde va deshaciéndose de quienes le adversan, pues ahora con razón afincada lo llaman “El loco” por atorrante y malgeniado, siempre con la mentira primeriza que no paraba en fomentar, pues mientras conoce de lejos a unas tales amazonas mitológicas que bordean el río padre este sicótico, desgraciado y traicionero de Aguirre reunido con unos cuantos compinches del bergantín “Santiago” detiene al navarro de Ursúa y lo ejecuta echándoselo al pico junto con su querida mestiza Inés de Atienza, de la más vil manera, argumentando leyes inexistentes aplicables y otros recursos inventados de la más baja ralea para eliminar a su increíble competidor. Y aquí precisamente es donde la nefasta leyenda del sempiterno tarado Aguirre lleno de desequilibrios peyorativos comienza a tener referencia en lo más profundo del mal, porque al apoderarse de la expedición eliminando de la más rígida forma a quienes se le opusieron y sin temblarle el pulso, lo que es mentira sesgada en los textos históricos porque el sabandija traidor era un gallina taimado e impertinente aunque se las diera de bíblico Sansón, sin embargo para dar otra apariencia mayestática se hace el duro, sonríe con esa cara de Judas Iscariote enfermizo que a ratos le acompaña y dueño ya de sí y de cuantos le siguen en una de las primeras bajas traiciones de importancia ocurrida en esta América colonial ordena seguir la brújula, el sextante y el astrolabio para con velas altas y bien cerca de la costa subir del Amazonas rumbo al Orinoco o Uyupari y sorteando a la ruinosa Cubagua prosigue hacia el norte de la isla de Margarita, hacia Paraguachí cerca de Pampatar y no lejos del sitio que recuerda su pudibundez extrema de mentira que le afecta al momento y a manera de engaño, pues ahora le llaman playas de El Tirano, el lunes 20 de julio de 1561 desembarca para desarrollar una cadena de crueldades y asesinatos sin límite.
Pedro de Ursúa, venido de Colombia y quien comanda unos frágiles barquichuelos o bergantines de poco y maloso andar acuático, arrancando así desde los ríos serranos aguas abajo por el Marañón para desembocar en el amplio Amazonas y de allí viaja en larga travesía a base de traiciones y engaños, donde va deshaciéndose de quienes le adversan, pues ahora con razón afincada lo llaman “El loco” por atorrante y malgeniado, siempre con la mentira primeriza que no paraba en fomentar, pues mientras conoce de lejos a unas tales amazonas mitológicas que bordean el río padre este sicótico, desgraciado y traicionero de Aguirre reunido con unos cuantos compinches del bergantín “Santiago” detiene al navarro de Ursúa y lo ejecuta echándoselo al pico junto con su querida mestiza Inés de Atienza, de la más vil manera, argumentando leyes inexistentes aplicables y otros recursos inventados de la más baja ralea para eliminar a su increíble competidor. Y aquí precisamente es donde la nefasta leyenda del sempiterno tarado Aguirre lleno de desequilibrios peyorativos comienza a tener referencia en lo más profundo del mal, porque al apoderarse de la expedición eliminando de la más rígida forma a quienes se le opusieron y sin temblarle el pulso, lo que es mentira sesgada en los textos históricos porque el sabandija traidor era un gallina taimado e impertinente aunque se las diera de bíblico Sansón, sin embargo para dar otra apariencia mayestática se hace el duro, sonríe con esa cara de Judas Iscariote enfermizo que a ratos le acompaña y dueño ya de sí y de cuantos le siguen en una de las primeras bajas traiciones de importancia ocurrida en esta América colonial ordena seguir la brújula, el sextante y el astrolabio para con velas altas y bien cerca de la costa subir del Amazonas rumbo al Orinoco o Uyupari y sorteando a la ruinosa Cubagua prosigue hacia el norte de la isla de Margarita, hacia Paraguachí cerca de Pampatar y no lejos del sitio que recuerda su pudibundez extrema de mentira que le afecta al momento y a manera de engaño, pues ahora le llaman playas de El Tirano, el lunes 20 de julio de 1561 desembarca para desarrollar una cadena de crueldades y asesinatos sin límite.
Pronto, con los 200 marañones que bajo terror le acompañan sin tomar en
cuenta nada porque la isla de Margarita vive en un edén pacífico, procede a conducir
las riendas de cuanto encuentra y a ejecutar a los que se le oponen,
adueñándose del cabildo, de la policía, de cualquier infanzón vigilante que se
encuentre, de otras autoridades del lugar y en especial de las cajas reales de
Su Majestad, donde se guarda religiosamente lo que corresponde por quintos y
diezmos de Dios del cielo y de la tierra. En esos 40 días de permanencia
insular como dueño y Señor ahorca a 23 personas que fueron autoridades y
notables, por solo banalidades y extravíos mediante un violento tribunal de
excepción expedito y sin recurso de alzada que maneja a la entera satisfacción,
y a uno de tantos rabioso ordena que muera por los buenos modales y el fino
carácter que posee, mientras al escogido Álvaro Cayado “le hizo lavar la barba
con orines descompuestos y luego con el maloliente líquido lo afeitaron”
supongo que antes de degollarlo. Por otra decisión criminal suya dispone dar
garrote vil al gobernador Juan de Villandrando, que de un principio no le cayó
bien y porque comete la imprudencia de referirse con sensatez al Monarca
reinante, que aquello fue un explosivo interno para la soberbia de Aguirre,
puesto que él tiene pensado acabar con Felipe II y mientras regresa a España aspira
investir a los cabecillas secuaces que le acompañan en cargos escogidos por sus
hazañas criminales dentro de ese viaje de regreso que le espera para volver hasta
el Perú. A doña Ana de Rojas decide ahorcarla en el rollo sostenido en la plaza
del pueblo, porque se le metió en la cabeza disparatada que quería envenenarlo,
ordenando a la vez el estrangulamiento de su marido Diego Gómez de Agüero,
viejo valetudinario que ya mascaba el agua, a objeto de no dejar ni rastros de
sus enfebrecidas, tiránicas y despóticas intenciones que a buen gusto de
paladar realiza. Para seguir en la cadena desatada de odio que le embarga el
alma y que en el manicomio rodante transmite a sus congéneres a través de
diversas mañas escogidas, decide sacrificar a su pacato confesor, fraile
siempre asustado pero que conocía algunas de las intimidades dichas por el
tirano en momentos que se creía morir, mientras obliga al trabajo de todas las
mujeres de su reino imaginario, pues se consideraba pachá turco rodeado de un
harem a escoger, y al que en el delirio que lo entorna le deben reverencia y esfuerzo
con remuneración vil miles de siervos indígenas, o mestizos o nuevos zambos o
negros africanos, mal alimentados y sumidos en sus acolchonadas minas de oro o
plata que obtendrá de México al Perú. Entretanto a las esclavas que le siguen
sin chistar ordena coser banderas
rojinegras de la revolución antimperio español, y sobretodo rojas, cuyo matiz
le sacaba de quicio con rubor y espuma por la boca, o negras por el contorno
flaco del origen social, mientras orgulloso “juega el alma a los dados con el
diablo”, y cual otro Fausto en pena hablaba solo de maravillas a obtener jactándose
de su superioridad inalcanzable y sin pensar que los cangrejos penetran en el
alma.
Para el momento de esta tragicomedia de corral a telones acaecida, el
loco Aguirre andaba en 50 años, pequeño de estatura y de persona, amorenado de
nariz ganchuda, embustero compulsivo, fanático delirante de cabellos largos en
rizos mugrosos y cabeza desencajada, manco de la pierna derecha, cojo por
herida de arcabuz en la misma extremidad, patituerto, mal agestado, la cara chupada,
ojos huidizos, barbinegro tirando a canoso, flaco, pusilánime aunque astuto
relamido, lleno de chascarrillos vulgares y mal cantante cantinero de trovas
lugareñas, andaba siempre armado de diferente manera al acecho de una celada,
insomne y a veces sonámbulo, enemigo del rezo y de los curas, fanfarrón
paranoico, amansador de potros, temerario y cobarde, amigo de alborotos y
pendencias, con esta descripción tan ajustada al cuerpo no se podía mucho
esperar de un ser estrujado por la realidad y la envidia compulsiva, pues
dentro del cuadro patológico que lo describe es feroz, sedicioso, falto de juicio
y provenía en su última aventura del frío Potosí donde recibió desnudo doscientos
latigazos de castigo, por lo que jura venganza y muerte frente a todo cuanto se
le oponga. Antes de partir de Margarita, que despoja de cualquier riqueza, despedaza
a uno de los suyos por quítame estas pajas, y a otro hace beber la sangre
caliente del recién asesinado, como a tarascadas ordena comer los sesos del
cadáver que asomaban por una de las heridas abiertas. Mientras asevera que iba
a volver al Perú “aunque Dios no lo quiera, Y supuesto que no me puedo salvar
[pese a rezarle besando el crucifijo Señor de los Milagros para que le alargase
la vida, en sabiendo por olores malsanos que pronto iba a morir] “pues vivo
estoy ardiendo en los infiernos, he de ejecutar tales crueldades, que suena mi
nombre por la redondez de la tierra”, tal como pensara Lee Harvey Oswald mientras
remata al presidente Kennedy. Aguirre abandona a Margarita lleno de los
expolios y en especial las perlas, para seguir a Borburata, mientras aconseja a
los suyos vivir la vida bohemia, de plena francachela sin miramientos ni menos
limitaciones. En el puerto que encuentra abandonado desembarca 180 hombres armados,
seis cañones y 130 arcabuces, declara la guerra a muerte al austero Felipe II,
que debía andar rezando por El Escorial, saquea lo que puede y sigue hacia
Valencia, muy enfermo, en una hamaca cargada por cuatro negros robustos, ciudad
donde cortó cabezas, conversando a lo griego con una de ellas en medio del eterno
delirio ante el público que reía de sus payasadas perversas, y es allí donde
inspirado por el propio Diablo Satanás lleno de sobreexcitación escribe una
famosa carta enajenada al introvertido monarca Felipe II, en la manía sicótica
que le tuviera, donde entre otras perlas blasfemantes de su desenfreno dice que
todo hombre inocente es loco, que por no sufrir las crueldades de tantos
funcionarios reales ha salido para hacerle la más cruel guerra, y que rebelde
lo es y “seremos hasta la muerte”, pues los reyes son peores que Luzbel,
ambiciosos y sedientos de sangre humana, haciendo solemne voto de no dejar
ministro suyo [de Felipe] con vida, y luego el desaforado lunático, que también
lo era, arremete contra los frailes corruptos a quienes anatematiza por tener
en sus cocinas a “una docena de mozas no muy viejas”, mientras afirma que
seguirá rebelde hasta la muerte por ingratitud. En la puerta del infierno nos
veremos.
En ese andar malsano Aguirre saquea durante l5 días, mientras los
españoles atrás de la frontera de batalla se preparan frente al loco más malo que Guardajumo como decían
en el llano barinés, y el miedoso gobernador Pablo Collado desde El Tocuyo se
excusa de actuar pues padece de constante “ataque de temores” o mejor de
almorranas. Y así mientras Aguirre ahorca a tres residentes valencianos, por
parecerles flojos para la guerra emprendida de acuerdo con un chamán sabihondo
de Chuquisaca que lo aconseja, el 22 de octubre en medio de esa oleada de crueldad
sanguinaria que fustiga los discursos de una voz atiplada para alimentar a sus
gentes y la demás patraña que utiliza, establece su horda en la ya vacía
Barquisimeto, donde se atrinchera en espera de la batalla final de Jericó que
para el descocado será un éxito abriéndole así el camino hacia Pamplona. El Cuartel
General lo ubica casa de Damián del Barrio, cercada de muros, almenada y con
una cuadra de superficie, mientras so pena de muerte prohíbe la lectura de unos
pasquines oficiales hechos a buena letra que penetran en el castillete,
ofreciendo el perdón a favor de quienes se escapen del tirano, lo que hace
efecto sicológico en el desertor capitán Pedro Alonso Galeas. Ya para el 27 de
octubre, sintiéndose solo y abandonado, lleno de rencor y odio que siempre
siembra entre los suyos, ante el pánico justificado de que violen a su hija
doña Elvira, la quinceañera que le acompaña, decide asesinarla a sangre fría,
para que no la llamaran hija de traidor, ni abusaren de ella la soldadesca,
mientras le clava una filosa daga por tres veces a ese cuerpo infantil, que grita
desesperadamente, y si bien el filicida
no canta como Nerón expone una retahíla de palabras sin sentido e inconexas que
nadie entiende por lo profundo de la oscuridad mental. Igual ocurrirá de
seguidas con la dama acompañante y rolliza, que en privado “no desdeña de hacer
favores”, o sea María de Arriola. Y ya desinhibido de toda suerte, mientras el
Diablo le hace el guiño con el viejo tenedor oxidado que entonces utiliza, frente
a un parloteo ineficaz para la espera de su ejecución las fuerzas que lo
entornan y conocedoras al detalle del enemigo se preparan al asalto final,
porque la muerte la tiene encima, así no lo crea el empecinado Aguirre, que se
cree inmortal y jura en vano convocando los Santos Evangelios, porque en la
locaina que lo atormenta el seso en ese estribillo de la guerra o vida y ¡venceremos¡
debe desbaratar por siempre al imperio español. Así, con
la detención del algunos marañones acompañantes que rondaban por atrás de los muros y el serio desertar
de muchos otros que ven perdida la causa impredecible, el desaforado Aguirre se
atrinchera con algunos veinte asesinos de confianza, pues como siempre todo tirano
cuida las espaldas, mientras el valeroso Diego García de Paredes de orden del
gobernador Gutierre de la Peña
se le enfrenta y dispara primero, más como éste no hace mella importante en su
andrajosa estructura, el mismo Aguirre suplica de que disparen otra vez para
así acabar con el suplicio de su vida. En lo que fue convenido. De seguidas al
monstruo envenenado y charlatán por lenguaraz maldito se le corta la cabeza
para exponerla en pica o asta elevada ante los ojos atónitos de los habitantes
barquisimetanos, al tiempo que las moscas larvarias le rodean la cabeza. Su
cuerpo hecho cuartos fue distribuido entre lugares donde hizo tanto mal, y la
mano derecha se la llevó en salmuera a Trujillo el veneciano Francisco de
Graterol, padre por cierto del primer obispo aunque encargado por 16 años, de
la diócesis de Caracas o Venezuela.
Así murió el monstruo falsario y así termina la pesadilla. Con el
tiempo todo se fue esfumando para perder potencia el recuerdo trágico de un demente
que tuvo la osadía de atacar el imperio con trácalas asimétricas y de creerse
superior a Dios, porque de locos está lleno el mundo. Se lo llevó Mandinga.
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