viernes, 9 de marzo de 2012

BOLIVAR QUISO SER REY, PERO NO PUDO.

Amigos invisibles. Si, como lo digo a cuatro vientos y luego de pensarlo y estudiarlo mucho, porque sobrepuesto a tantas silvestres intenciones no comulgo con ruedas de molino ni menos con mitos incensarios  en este siglo XXI. La ficción o leyenda y la historia verdadera  son cosas diferentes, aunque se puede rediseñar esta última con fines comprometidos, pero eso es otra posición escogida. En este caso hay que llamar a las cosas por su nombre, de donde al momento me propongo derrumbar otro mito sobre el republicanismo del caraqueño libertador Simón Bolívar, porque si bien capeaba las situaciones a la conveniencia del momento, y en el fondo y hasta por causa de su nacimiento fue monárquico, en lo interior y siempre anduvo tras de esa intención esencial, aunque las circunstancias en varias oportunidades se lo impidieron, y finalmente, en dos platos, no pudo serlo.
    Desde la infancia de este prócer americano y a pesar de las disputas que le rodearon desde siempre, en la pacata Caracas colonial donde naciera y vivía a partir de los tiempos del uso de la razón, pudo darse cuenta que todo el mundo que le rodeaba era monárquico en sentimientos y manera de ser, donde existía una pequeña sociedad con títulos otorgados por el rey español, a los Rodríguez del Toro, a los Tovar, los Mijares, Ustáriz y otros tantos que pudo conocer y apreciar de un tiempo por allá en la  primera década de su vida. Pero lo que más debe haberle llamado la atención es cuando supo que su familia era muy rica en esclavos y propiedades terrenales, y más cuando le comentan que su adinerado abuelo con buen pago de doblones solicitaba para sí el reluciente título de marqués de San Luís, por haber fundado la villa de San Luis de Cura y el prestar desde luego servicios al monarca, y que ya la familia, o sea los tíos maternos, le buscaban tanto al mayor hermano, heredero de la primogenitura, Juan Vicente, otra vez el título del marquesado de San Luis, que se había quedado en veremos y hasta por avaricia del viejo Juan Vicente, y al retoño segundón se le destinara el ostentoso título de Conde de Casa Palacios, así solicitado mientras se elabora el pesado expediente nobiliario lleno de fes de bautismo, declaraciones testimoniales y muchos otros requisitos burocráticos que impedían entrar al cenáculo de la nobleza a gentes como herejes protestantes, hijos con no limpio nacimiento, o de orígenes morunos y sefarditas, en todo lo cual permanecían muy prestos los sacerdotes para cumplir una misión calificadora ejemplar. Ya los hermanos Juan Vicente y Simón estaban avisados de ello y hasta recibíeron clases de buenos modales, esgrima,  danza y otras necesarias para representar bien el papel de la nobleza local, donde había muchos mantuanos entrometidos, cuando de pronto estalla una bomba atómica o un tsunami quizás, porque se recibió de la capital del reino, es decir de Madrid, una mala noticia en cuanto que los muchos papeles esponsalicios, de nacimientos y de legitimidad fueron muy bien llevados hacia el atrás generacional, pero que cuando en la pesquisa obligatoria llegaron a la tatarabuela  de ambos jóvenes, Josefa Marín de Narváez, habían caído en cuenta los estudiosos del caso que no era hija legítima y que por ello continuar en el empeño era sencillamente perder el tiempo. Cuántos lloros debió ocurrir en aquellos momentos de rabia e indignación, viéndose así desposeídos de algo que ya consideraban suyos, como de la buena cantidad en monedas de oro que habían entregado al monasterio catalán de Monserrat, para que con prontitud los monjes benedictinos expidieran tales distinciones nobiliarias. Así el gozo se fue para el abismo del pozo.
    Aquello debió sentirse en el alma de Don Simón como algo extraño, porque dentro de sus pocos conocimientos no llegaba a digerir ese rechazo, que pudo producirle ira y soledad. Sin embargo frente a otros pormenores este desarrollo habitual continuó pasando como si nada hubiere acontecido, a pesar de los corrillos y murmuraciones que se pudieron presentar, mientras el mantuano y burgués Simón Bolívar crecía junto a la generación pudiente que le entorna y al tiempo se apresta para viajar a Europa en busca de nuevos conocimientos y otra educación más refinada. Pero es bueno señalar que en su viaje a Europa y de tiernos dieciséis años, durante una estancia que hace en la virreinal ciudad de México va a residir en la mansión de la marquesa de Uluapa, y allí en medio de la nobleza que le acoge conoce a la famosa María Ignacia “Güera” Rodríguez, mientras se codea con gente de su rango y donde según se ha escrito saborea las primeras intimidades de alcoba. Y llegado a Madrid se aloja en casa del munífico pariente marqués Jerónimo de Uztáriz, y allí pronto entra en contacto con Manuel Mallo, amante de la reina María Luisa de Parma, y por ese conducto llegará a jugar pelota hasta con el futuro rey Fernando VII, según se cuenta en las crónicas reales oportunas. Durante su estancia en Madrid el caraqueño Bolívar pronto casa con la aristócrata española María Teresa del Toro, prima de los marqueses del Toro, pero al  enviudar de ella en Caracas Don Simón regresa a Europa, y en París se vuelve amante de Fanny Dervieux du Villard, esposa del barón Trobriand de Kenderlen, por medio de la cual se codea con la alta y noble sociedad francesa.
    De vuelta a Caracas y ya pasada esta etapa formativa y social, Bolívar se encuentra con que en ebullición se halla el país a causa de los sucesos acaecidos en España. De un inicio, Bolívar que es conservador anda apartado de los conatos insurrecciónales contra la monarquía que acaecen en el entorno, porque ellos no defienden a fondo el estatus imperante del cual él forma parte, y solo toma ingerencia en los asuntos públicos cuando triunfa el movimiento secesionista del 19 de abril de 1810, porque lo convence el mantuano Martín Tovar Ponte, segundo conde de Tovar, para que en solicitud de ayuda vaya a Londres con una delegación cuyos gastos sufraga y en calidad de representante del nuevo gobierno que se pretende imponer, donde logra reunirse en privado y de manera no oficial con el ministro marqués de  Wellesley, quien si bien lo recibe de una manera fría, nada le ofrece de cooperación a la causa libertaria, por lo que Bolívar luego sostiene conversaciones con el allí exiliado general Francisco de Miranda, convenciéndolo para que vuelva a Venezuela y se ponga al frente de las tropas americanas. La traída de Miranda a Caracas termina en un fracaso, por la incomprensión de las partes y la ojeriza que se le tenía al considerársele un extranjero en su propia tierra, de donde Miranda es detenido y enviado preso a España para pronto morir  lleno de tristeza y olvido. Sin embargo la avanzada monárquica que defiende los intereses españoles al mando de Domingo Monteverde enarbola de nuevo la bandera a favor de Fernando VII y Bolívar entonces se exilia rumbo a Cartagena. Pero en Colombia ya la contrarrevolución da sus frutos con la avanzada de los ejércitos bajo pabellón español, que el caraqueño los combate y en rápida campaña llega a Caracas triunfante, aunque bien pronto el huracán astur que es José Tomás Boves se alza en Calabozo, y es cuando por primera vez vemos a Bolívar pensar en firme sobre sus pretensiones monárquicas, pues pretende hacerse Virrey para luchar con mejor opción contra el tenebroso Boves que avanza indetenible, según lo propone por carta al arzobispo Narciso Coll y Prat, aunque con rapidez se da cuenta de lo imposible de su idea y decide entonces abandonar ese intento para salvar el pellejo, iniciando la conocida emigración a Oriente. A partir de ese momento trágico la vida de Bolívar entra en un vaivén de circunstancias, con algunos triunfos militares y muchos fracasos, mientras escribe numerosas cartas que sería oportuno revisar por sus atisbos  monárquicos.
El tiempo vuela y las páginas de la historia que se hace son cambiantes, mientras de la Península llegan figuras para la guerra larga que obtendrán sus títulos de nobleza aquí, en la campaña, como el general Pablo Morillo, que será Conde de Cartagena y luego Marqués de La Puerta, y el general Miguel de la Torre y Pando, ennoblecido como Conde de Torrepando, al tanto que Bolívar conoce de estas actitudes y en contrapartida trae legionarios británicos para el combate, algunos de casas nobles, mientras aparece otro guerrero fenomenal, que es el general José Antonio Páez, quien con su conducta militar pronto hace correr la balanza del triunfo a favor del grupo llamado patriota.  Pero el salto grande en eso de ser Rey, Bolívar, que acariciaba la idea desde antaño y que por ende había creado una estructura autócrata en ese sentido, sintió que ya era oportunidad de lanzarse por este camino napoleónico, desde luego a hurtadillas de un comienzo, pero con todas las razones para así pensar hacia el cambio posterior que gira en 180 grados. Puesto y reconocido ya como dictador absoluto, según lo asienta el reverendo John Hambleton, y por tanto acabado parcialmente el problema de sus enemigos que le serruchan el paso, proyecta crear un país bajo el estilo personal autócrata y por esto congrega en Angostura del Orinoco a muchos de sus seguidores, que se reunirán en febrero de 1819, y donde luego por su voz cantante y buena sindéresis de convencimiento se discute una Constitución que es obra suya, para que rija en la República de Colombia, que se acaba de fundar como algo en el fondo quimérico. Este proyecto constitucional, a todas luces monárquico aunque disfrazado, resguarda el poder omnipotente de Bolívar donde el caraqueño plantea una Presidencia vitalicia y dictatorial asistido de inviolabilidad personal, con facultad de elegir sucesor, asistido de un senado hereditario, de notables aristócratas, que tras bambalinas desde 1813 la ejerce. Dicho gobierno artificial que crea, el Presidente de Colombia Bolívar así lo hace con miras a su futura visión monárquica de Rey sin Corona, que pronto en cuatro meses de vida es rechazada por los constituyentes, dentro del fracaso que conlleva tal utopía personalista.
Con la ilusión de una Colombia formada por tres países distintos, anda en la batalla de Boyacá y regresa a Venezuela con el fracaso de su Constitución monárquica a todas luces, aunque empeñoso en su definitiva imposición vuelve al Rosario de Cúcuta, para continuar remachando sobre ese proyecto constitucional en un Congreso reunido mas falto de legitimidad, “no menos cómico que los dos de Angostura”, según asienta Luis Level de Goda, donde luego de utilizar como táctica una renuncia al cargo que ostenta y con muchas correcciones que le incluyen al proyecto en cuestión, entre ellas el suprimir los senadores vitalicios, y eliminándose las ideas bolivarianas que sustenta para esa Carta Magna, se hace aprobar dicha Constitución cojitranca, que en el fondo es el principio del fin de Colombia. “Las campanas están doblando por Colombia”, lo dirá el propio Bolívar. Una vez superado este empeño desastroso el caraqueño se bate en Carabobo, y pronto regresa a la Nueva Granada, para preparar la campaña que lo orientará hacia el Sur del continente, entrando así por la vía de Popayán, el monárquico Pasto y Quito, que conquista para anexarlo a Colombia, como hace luego con Guayaquil, donde se entrevista y en la diplomacia que utiliza engaña al general San Martín sobre sus intenciones seguidas y dictatoriales, aunque no dejan de hablar en tal encuentro sobre las tendencias monárquicas de un futuro gobierno en el Perú, porque en ello ambos coincidían. Y así el caraqueño Don Simón prosigue rumbo a Lima, donde nadie deseaba por cierto romper con la realeza española, porque todos se sentían súbditos del Rey.
En Lima el Libertador inicia otro período autoritario de gobierno, ya en calidad de Dictador, con altos funcionarios que pronto le traicionan, como el marqués Riva Agüero,  el marqués de Torre Tagle y Mariano Portocarrero, pues vista la situación planteada aspiran el regreso de la colonia española al Perú, país donde predominan muchos nobles de alcurnia, aunque se comenta a sotto voce, que el retorno será bajo el dominio de Colombia. Y vista esta situación excepcional mientras a  Bolívar se le calientan las orejas con lo de la monarquía propia, extralimita el mando con pelotones de ejecución sumaria, como el caso del Vizconde de San Jonás, o Juan de Berindoaga, Bernardo Monteagudo, y otros que son así eliminados y algunos que se salvan a última hora. Mientras tanto el general Antonio José de Sucre triunfa en la batalla de Ayacucho, lo que pronto cambia la situación de Bolívar, porque ya piensa en grande, extralimitándose de fronteras y con mayor ambición de poder, por lo que inicia el viaje hacia el Alto Perú, al que pronto aspira independizar por conveniencia vista su relación hacia el futuro, y sobre el paso de las bayonetas colombianas ocupantes nuevamente saca debajo de la manga su comentada Presidencia Vitalicia, conservadora, constitución que elabora y envía desde Lima para su aprobación, que es “una monarquía  con otro nombre”, llamándola así Bartolomé Mitre, o “monarquía disfrazada de república”, según anota el venezolano Carlos Irazábal, Carta Magna despótica  y contraria al ejercicio representativo, calcada de los resabios monárquicos sostenidos en Angostura y Cúcuta, como la presidencia perpetua, el senado vitalicio y hereditario o “cámara de lores”, que pronto se rechazan, dentro del rápido declive político que se nota en Bolívar. Pero antes de regresar el caraqueño a Lima, en la nueva Bolivia sostiene conversaciones con  delegados argentinos [Alvear, Díaz Vélez, etc.], que le tientan nuevamente a Bolívar para el ejercicio monárquico del Estado, mientras piensa, además, en una “Federación Boliviana”, que abarque a Colombia, el Perú y a Bolivia, y donde ya algunos impulsores en tiempo oportuno creían que el caraqueño podía ser nombrado como “Emperador de los Andes”. De esta manera se forman ya grupos pro monárquicos con Hipólito Unanue a la cabeza, y en Bogotá con dificultad existe el colectivo monárquico pero de tendencia francesa, y hasta en Caracas ronda por sí otro sector duro que con el fin de sostener a Páez en el poder piensa en el rey “Simón 1º”, aunque residiendo en Bogotá. Juntos pero no revueltos. Así se despeja la idea de traer príncipes borbones para reinar en América, como algunos sostenían, mientras en Venezuela  se forma un corro a favor de la corona a fin de colocar sobre la testa bolivariana [para que reine pero no gobierne] sostenido dentro y fuera de sus alcances por Antonio Leocadio Guzmán, Rafael Urdaneta, Sucre, Flores [entonces Morillo comunica a Madrid que en Caracas pensaban proclamarlo rey  como “Simón 1º, Rey de las Américas”], Ibarra, Montilla, Valdés, Briceño Méndez, O´Leary, Mariño, Rivas, Soublette, Carabaño, también Mosquera, Vergara, Restrepo y hasta Santander, mientras Bolívar le responde a éste, como buen Maquiavelo, “que se persuada todo el mundo que yo no seré rey…”.
En este tiempo y ya en el Lima que no lo quiere y antes de partir a Bogotá luego de un lustro de discordias, el caraqueño clausura el Congreso adversario a sus ideas, y mientras sateliza el Perú a favor de Colombia, triste por no haber tenido éxito sus intenciones personales de coronarse en el Perú de un reino imperial que se extendía del Orinoco a más al Sur de Bolivia, fracasado parte rumbo a la Nueva Granada, donde le esperan tiempos muy amargos, pues quienes pueden circundarle ya conocen bien sus intenciones políticas finales y porque además se ha afianzado en el poder un rival de peso que es el general Francisco de Paula Santander. Allí entrará de nuevo la política en juego, porque salvo sus amigos ahora disminuidos por las ideas monárquicas a que aspira para Colombia, lo tienen sentenciado a la perdición.  De regreso, pues, en Bogotá, el aspecto político está revuelto por demás, no solo debido al fracaso del Congreso de Panamá, donde se trata el tema de la monarquía bolivariana en boga, sino porque también el desasosiego y desunión cunde en Venezuela, por lo que Bolívar parte hacia la Caracas del revoltoso general Páez, mientras se llega a un acuerdo salvador en que ese militar llanero presida el gobierno departamental de Venezuela, porque en compensación reinará desde Bogotá el caraqueño Bolívar. Y con este compromiso al estilo inglés de Chamberlain para evitar la ruptura del país Don Simón regresa a Bogotá, ciudad a la que encuentra casi en estado de ebullición, porque la mayoría no acepta que Bolívar sea Rey de Colombia; mas como las noticias vuelan aunque los correos sean muy lentos, a las coronas europeas les interesa designar cualquier príncipe que venga a gobernar en Colombia, por asuntos de negocios y a objeto de cortar un poco la tendencia republicana que se amplía para el momento, con amigos de Bolívar  que están en el Consejo de Estado en Bogotá y para evitar mayores males, bajo la anuencia incluso del general Santander, que aspira ser Presidente de Colombia, en aquel juego empeñado mientras se ciñe la corona monárquica y apenas protocolaria Don Simón [o una Federación de los Andes a presidir],  el histórico 3 de septiembre de 1829 oficialmente dicho Consejo y por unanimidad acepta el proyecto de establecer en la existente Colombia una Monarquía Constitucional, pues “presenta todo el vigor y estabilidad que debe tener un gobierno bien cimentado”.
Esta idea monárquica subsistente, que incluso en medio de la efervescencia se mantendrá hasta el Congreso Admirable de 1830, ya era protegida por el obispo malinés De Pradt, de donde a principios de 1829 llegaron a Bogotá los delegados franceses  Conde Charles de Bresson [quien luego escribe que Bolívar “terminará por aceptar el trono que se le ha ofrecido”], a quien acompaña el Par de Francia y Duque de Montebello Napoleón Augusto Lannes, enviado por el Rey Carlos Xº a este efecto constitucional, para que Bolívar sea el rey Simón lº, o Presidente Vitalicio, que nombre un monarca sucesor, de la casa francesa de Orleáns, opinión a la que se ha sumado el ultraaristócrata príncipe galo Jules Auguste de Polignac. Sin embargo este empeño hecho por Francia  debido a las fluctuaciones ocasionadas en Colombia, al final no avanza y quedó como mero proyecto.
Es de recordar que para ese tiempo existieron varios reinos en América, como el de México, Brasil, Haití, y otros a crear que con impulsores como San Martín, Puerreydon y Rivadavia apostaban por colocar un príncipe europeo en tierras delimitadas de América [fuere inglés, germano  y hasta sueco]. En cuanto a Colombia por las disensiones internas no se pudo llegar a culminar ese propósito bolivariano, que incluyó llegar hasta una Federación de monarquías. Ya antes sus oficiales de confianza como José Gabriel Pérez sobre el Perú afirma que “hemos de coronar al Libertador”, y Valdés le pide en carta que se proclame Rey, “que ese era el voto de todos en Quito y Guayaquil”. Mosquera le dice que el “ejército está decidido por una monarquía”, mientras Restrepo le recuerda en igual sentido, y Montilla le reitera que “en una monarquía y que os coloquéis  a la cabeza de ella”. Estanislao Vergara le comenta igualmente  sobre que Vuestra Excelencia sea Presidente Vitalicio y después venga un Rey. Más radical es Urdaneta, quien le comenta a Sutherland así: “Bolívar tenía la intención de formar una monarquía, bajo la protección inglesa”, para colocarse luego la corona, mientras el irónico Santander, le escribe que acepta que mande [a los colombianos] “porque nos gobernará según las leyes”. Y en verdad no gobernó como monarca quedándose con las ganas, a pesar de su maniobra siempre maquiavélica, porque ya estaba en las últimas y pronto iba a morir. De otra forma a lo mejor tendríamos duques y marqueses por doquier, amarillos y negros, analfabetos y analfabestias, según los identifican en el Perú, locos y ladrones, siempre a la espera de que cuaje un pequeño y diabólico sueño de esos que suceden a veces quizás debido a una mala digestión. Y como dicen por aquí en Venezuela, “los deseos no empreñan”.

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