En esas andanzas del conflicto en marcha algunos oficiales monárquicos como Zuazola, Rosete, Cervériz, Martínez, Puig y otros desalmados, esparcen el terror asesinando republicanos, noticias que al llegar a manos de los guerrilleros revolucionarios, para así determinar a estos insurgentes o rebeldes, enervan de pasión revanchista a los alzados y por ende muchos resuelven aplicar la antigua ley del talión, forma primitiva que hace más salvaje a la guerra en combustión. Así las cosas, con esta amenaza permanente los patriotas el año 1813 reemprenden actividades subversivas desde la costa colombiana, lo que luego se da en llamar entre historiadores la Campaña Admirable, siempre con el peligro de utilizar esas vías salvajes de la parte monárquica, aunque gracias a que el Jefe español era el educado oficial Ramón Correa los desmanes no se presentan de inmediato, y más bien sólo ocurren en cuanto al coronel y doctor Antonio Nicolás Briceño, venezolano, quien por obra de lo que presencia y conoce en poco tiempo, de la prudencia de su actuación se transforma en un carnicero, al extremo que en San Cristóbal de Venezuela decapita a dos ancianos españoles y con la sangre de ellos escribe sendas cartas al libertador Bolívar y al coronel Castillo, acto tan bochornoso y horripilante que de inmediato desaprueban ambos patriotas, con la reprimenda respectiva, lo que obliga a lanzarse al llano a este coronel Briceño con sus huestes de muerte, mientras el conocido y valeroso Ñaña o José Yánez lo persigue de cerca y en emboscada pronta le apresa con los suyos, remitiéndolo a Barinas, para iniciarle un Consejo de Guerra. A todas estas con los meses que lleva en la pelea Bolívar se hace duro, irreflexivo, y a medida que avanza hacia Trujillo su cabeza da vueltas porque el ejército deserta, la comida escasea y hay que poner orden en la anarquía, lo que no le deja dormir, al extremo que ya a su paso por la serrana Mérida, en el clímax del problema su respuesta mental no le produce sino odio, como lo escribe, “odio a los españoles”(“nuestro odio será implacable y la guerra será a muerte”). Y mire que al llegar a Trujillo, de donde es oriundo el mencionado Briceño, conoce que el Jefe Antonio Tíscar Pedroza y los otros del Consejo de Guerra han fusilado al detenido oficial, pues previo a ciertos maltratos y desafueros lo pasan por las armas y sus manos son cortadas para enviarlas a sitios donde su venganza enfermiza ocasionó la muerte de algunos españoles. Esto para Bolívar al saberlo colma de rabia sus sentimientos, y en un arranque que nunca se pensó salir de él, a las 5 de la mañana del 15 de junio de 1813 mediante pregón y tambor batiente rubrica la famosa proclama o Decreto de Guerra a Muerte, que en dos platos y sin salida alguna expresa para la eternidad Histórica “Españoles y canarios: contad con la muerte….”. Y sigue con otras explicaciones espantosas, que fueron llevadas de inmediato y a través de correos militares a todos los establecimientos patriotas existentes en Venezuela.
Ahora bien, que este documento, el más atroz salido de la pluma de Bolívar, lo haya firmado su secretario Pedro Briceño Méndez, o que la guerra a muerte se hubiera continuado como venía haciéndose contra personas culpables pero sin ese justificativo oficial, no tenía nada de extraño, pero que nada menos Simón Bolívar, ya revestido con el título de Libertador, hubiera rubricado semejante barbaridad, igualándose a lo más rastrero del otro bando, y en contradicción expresa de la famosa “gloria”, que cuidó siempre a lo largo de su ruidosa vida, es por demás inexplicable, como acto obsceno de poder, y que por tanto ha sido criticado a todos los niveles entre prestigiosos historiadores conocedores de estos temas delicados. Así, mientras Rufino Blanco Bombona asienta que Bolívar “realizó la independencia de Venezuela contra el querer de las mayorías”, por ser guerra impopular, con el terror y la brutalidad premeditada ahonda la zanja establecida ante los realistas, haciendo caso omiso del indulto ofrecido días antes por el coronel Atanasio Girardot, con una fría grandeza que pasma (José Gutiérrez añade) y en el “horror necesario” a que alude Luís Eduardo Nieto Caballero sobre el documento más polémico de su carrera, que en cerca de ocho años de refriegas acaba con 250.000 víctimas, en un país casi deshabitado, guerra comparable al periodo del Terror de la revolución francesa (agrega Juan Vicente González), degollina que acaba en torneo caballeresco o “conflagración troyana” (Eduardo Blanco y Tomás Straka), o instrumento con el que Bolívar apoyado en la suma dureza condena al exterminio u holocausto a tantos infelices, por el simple pecado de disentir, sin mediar alguna excusa y por el hecho de ser españoles o canarios. Para un simple recordar, horas después de esta proclama en Carache de Trujillo fueron exterminados todos los españoles y canarios hechos presos en el combate cercano de Agua de Obispos.
A fin de ahondar en cuantos han escrito sobre la Guerra a Muerte, diremos que el italiano César Cantú afirma que la posteridad pedirá cuenta de estas atrocidades a Bolívar. Juan Vicente González escribe que esa proclama creó a la república millares de enemigos, pues en dos años hizo bajar al sepulcro a 60.000 venezolanos, formó al temible Boves (José Tomás) y fue causa de los desastres en las sangrientas batallas de Urica y La Puerta. Vicente Tejera menciona que el Decreto (o proclama) castiga con el último suplicio a los inocentes, con la reprobación más absoluta de la Historia, mientras que José Gil Fortoul asienta en profundidad que dicha proclama es el despecho de haber sido derrotado Bolívar en 1812 y la necesidad de desquitarse a toda costa de tal Inri. Con esta teoría del buen salvaje Bolívar se acerca para responder por crímenes contra los derechos humanos y tan grandes como el hoy genocidio y hasta el holocausto, porque sería vapuleado en el recuerdo hacia la eternidad de sus hechos, en esta guerra sin fronteras llena de horror que se mantendría por un período de siete muy largos años. El hermano del sacrificado Antonio Ricaurte, o sea Joaquín Ricaurte Torrijos, al Congreso de Nueva Granada expresa que el bárbaro e impolítico proyecto aplicado llenó a los pueblos y provincias de enemigos, “convirtiéndolos así en enemigos nuestros”. De esta forma Bolívar se vuelve otro y para siempre, su rostro le ha cambiado, es prisionero de sí mismo, lo envuelve una nube impenetrable y mortecina que no lo deja dormir, acaba con el Derecho de Gentes y regresa a la socorrida jurásica ley del talión, de las represalias inauditas, de la venganza rastrera, cuando afirma “la justicia exige la vindicta y la necesidad nos obliga a tomarla”. Insensible en ello, se iguala con grandes criminales de la Historia y sanguinarios como Zuazola, experto en cortar orejas patriotas, Antoñanzas, borracho y desollador, el blasfemo y monstruo tabernero degollador que en la frente con hierro marca al rojo vivo a los patriotas, Rosete, el ladronazo, torturador, flagelador y carnicero, el Cervériz ignorante, cobarde y asesino con látigo, Martínez el inhumano, el bestial catalán Puig, y hasta el mismo racista antihéroe Boves, que en la rueda de la fortuna compensatoria de la Historia está por aparecer.
Y sin arredrase en tal intento el caraqueño supone y por traición a la patria las degollinas y los fusilamientos, después de la batalla de Taguanes (31-7-1813), donde pasa por las armas a toda la oficialidad realista que se entrega, y poco después, el 21 de septiembre juega a lo mismo haciendo ejecutar a 69 españoles y canarios, sin fórmula de juicio, “espantosa carnicería” como la tilda Rodrigo Llano Isaza. Así más tarde dichos asesinatos múltiples los repetirá el año 1815, con españoles avecindados en Bogotá, y de allí sigue para Cartagena enfurecido, donde también actuará de una manera cruel y por ende censurable. Lo mismo hará en venganza con la población colombiana del irreductible Pasto, como el doctor José Rafael Sañudo bien lo detalla, o cuando en el río venezolano Araure ordena fusilar a doce inocentes soldados, que suplican por su vida, o como en octubre de 1824 en el trágico Perú dispone descuartizar a tres soldados colombianos, o cuando expresa al Congreso de Nueva Granada que desde Tinaquillo hasta Caracas y durante su paso por nueve ciudades, que detalla, “todos los españoles y canarios, casi sin excepción, han sido pasados por las armas”, de donde sacadas cuentas por estudiosos del tema cerca de 1.600 realistas prisioneros entonces fueron inmolados. Gil Fortoul, el argentino Bartolomé Mitre y el italiano Cantú están entre quienes critican y deploran esos rasgos extremos de Bolívar. ¡Que Dios se haya apiadado de todos ellos¡.
Y como la guerra a muerte sigue en ascenso, sin inmutarse Bolívar para nada, en cuanto a él concierne desde luego, vamos ahora a referirnos sobre ciertos episodios concomitantes de esta masacre, que evidencian no solo el odio cada vez más creciente que se respira entre las fuerzas opositoras, sino a la frialdad excesiva con que se cometieron tales desmanes que nunca pueden olvidarse, desde su inicio hasta su ejecución, y con los autores consagrados, argumentando para ello, en el campo patriota la “falta de tropas” necesarias para el cuido de los prisioneros, lo que dio en este caso rienda suelta a la barbarie que se acredita históricamente. Así el propio Bolívar el 8 de febrero de 1814, “como medida de precaución” desde Valencia ordena al pariente Leandro Palacios pasar por las armas a todos los españoles y canarios, heridos o sanos, que se hallaban presos en La Guaira, “sin excepción alguna”, matanzas por degüello, a machete y decapitados llevadas a cabo en filas engrilladas de a dos en los sitios porteños El Cantón y El Cardonal, desde el siguiente día 12 y por tres jornadas consecutivas bañadas de sangre. Con el mismo ritmo sádico ejecutorio, Bolívar también ordena al oriental Juan Bautista Arismendi que extermine en Caracas a todos los detenidos por la guerra, orden que ejecuta a pie juntillas sin perder detalle y durantes tres días de matanzas, que ascendió a la suma de 866 mártires, muchos de ellos inocentes. “Hoy se han decapitado los españoles y canarios que estaban enfermos en el hospital, último resto de los comprendidos en la orden de Su Excelencia”, fue la respuesta cínica que de ello tuvo en sus manos el libertador Bolívar, mientras en Valencia hacía lo mismo el caraqueño, con entera frialdad, “atendidos personalmente por el Libertador”, los días 14, 15 y 16 de ese igual febrero, lo que sumó por su orden 382 asesinatos, según cuenta Pablo Eduardo Victoria. ¡Que lo juzgue la Historia imparcial¡
Como un antes y después a esta respuesta sangrienta que se tiene, voy a enumerar de lo que conozco la sucesión de algunos hechos inverosímiles que trajeron como consecuencia la desgracia familiar y la ruina del país, entendiendo como tal la concepción colombiana de Simón Bolívar. 1) 19 de junio de 1813: por la guerra a muerte ya decretada, que se acabará apenas en 1820 mediante los tratados firmados y en el mismo sitio de su origen, o sea en Trujillo, se ordena ejecutar a los españoles y canarios apresados en la acción de Agua de Obispos; 2) Agosto de 1819 luego de la batalla de Boyacá ante la duda pendiente sobre siete españoles apresados, Bolívar ordena al Alcalde José Acevedo “que se fusilen a los españoles”; 3) 27 de agosto del mismo 19: el gobernador de El Socorro pregunta al Libertador sobre el destino de unos pacíficos realistas españoles detenidos, y su respuesta fue “puede matar hasta seis”; 4) 9 de abril de 1822, cuando ya no estaba vigente el Decreto de Guerra a Muerte, Bolívar escribe al general Bartolomé Salón “Trate usted al pueblo de Quito muy bien, pero al que caiga en alguna culpa, fusílelo usted. La orden del día es terror”; 5) 25 de enero de 1823: Su Excelencia dispone fusilar a todos los pastusos (sur de Colombia) reclutados que se fugaron de Balsapampa, “y a todos los que los acompañaban”;6) Bartolomé Salón por mandato de Bolívar ordena a José de la Cruz Paredes escoger a 14 jóvenes pastusos y que atados de a dos por las espaldas los arroje al hondo precipicio del río Guáitara, quizás acaso para sembrar terror; 7) mayo de 1823: fusilamiento de desertores que iban rumbo a Guayaquil, por orden de Bolívar, al secretario José Gabriel Pérez, “Su Excelencia autoriza a U.S. para que haga fusilar sin forma de proceso a (…..) juzgados con el último rigor y prontitud”, “que los cogidos en Tumaco (Colombia), se fusilen en el acto…”; 8) Desde Zarzal (Valle) Bolívar dando rienda suelta a sus deseos indica a Juan Paz del Castillo sobre prisioneros retenidos, “deshágase Usía de ellos del modo que le sea conveniente y más expeditivo”; 9) 3 de febrero de 1824: el secretario de Bolívar José Domingo Espinal escribe a O’Connor que “Su Excelencia me manda (a los desertores) los ejecute en el acto”, lo que aplica el propio Bolívar a su oficial José Ugarte, pero la intervención urgente del mariscal Gutiérrez lo salva del cadalso, aunque el 18 de marzo siguiente aplica la misma fórmula letal, a los jefes de aduana fraudulentos; 10) 14 de mayo de 1824: Bolívar autoriza al coronel Egusquiza “juzgar al cura de Chota (Ecuador) y fusilarle como a los demás rebeldes”; 11) Noviembre de 1824: como Dictador del Perú Bolívar ordena fusilar al capitán Manuel Bueno; 12) Enero de 1825: como es vox populi sobre argumentos bien fundados, es asesinado por segundas personas y en Lima el prócer Bernardo Monteagudo, desavenido seriamente con el caraqueño; 13) mayo de 1825: Su Excelencia escribe al prefecto de Arequipa (Perú), Pardo de Zela, “que a los cabecillas aprehendidos los fusilara,… cumplirá Ud. enviándolos a mejor vida”. 14) marzo de 1827: por rebelarse la guarnición de Valencia y ante el temor infundado Bolívar escribe al general Rafael Urdaneta “Yo he dado orden que fusilen a todos los rebeldes, y cuatro que han venido aquí (a Caracas), se fusilan hoy”. Y así en esta forma y estela fueron muchos más que pasaron a la otra vida, como el caso del fraile Pedro Corella y los recuerdos emblemáticos de Piar, Padilla, Córdova, Sánchez Carrión y tantos más que formaron parte de la gesta emancipadora.
No he querido ser trágico con este relato histórico, pero las circunstancias en que vivimos me han obligado escribir a la ligera un trabajo menos extenso de lo debido, para informar a los lectores sobre la guerra a muerte que por propia cuenta viviera en estos episodios sanguinarios el propio Libertador Simón Bolívar. Allá él con sus ideas, su trayectoria y la vindicta histórica, que de un tiempo para acá se empeña en descifrar esas ejecutorias. El hombre de carne y hueso es juzgado ahora con diafanidad y sin complacencias, porque muchos de estos sucesos los conocíamos aunque los mantuviéramos callados por razones subjetivas, mas ahora aquí los apuntamos no para dañar sino a través de los ejemplos palpables contribuir en algo hacia una mejor percepción de nuestra verdadera Historia. Ojalá que conforme con su recto análisis Ud. esté de acuerdo conmigo.
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