miércoles, 14 de agosto de 2013

MÁS SOBRE LA VIDA ÍNTIMA DE BOLÍVAR.

 
Amigos invisibles.  Como la personalidad de Simón Bolívar es tan compleja, llena de traumas juveniles dando oportunidad de ensayar sobre ella a lo largo de una vasta trayectoria vivencial, que en apenas 47 años de existencia física  fue suficiente para cambiar los estratos sociopolíticos de América Latina y por ende toda la nueva vida que se desarrolló con la presencia de su persona en la actualidad de este continente de raigambre hispánica, como de las secuelas en Europa, es oportuno hacer un recuento valorativo de ese su activismo desde muy temprana edad, como la proyección que sostiene  en las andanzas conocidas de este caraqueño ejemplar, donde se palparon los numerosos méritos, como también los errores, terquedades y hasta los desencuentros en que se vio metido, de todo lo cual ahora se puede escribir con holgura y sindéresis, luego que se cerró con  razones fundadas la presencia inmarcesible del mito para así entrar sin tapujos en el campo de la razón existencial, del difícil análisis, pasados los tiempos del opio incensario sobre su figura que abarcó sobre todo desde el período presidencial del general Antonio Guzmán Blanco, emparentado con el Libertador, quien busca destruir papeles comprometedores, hasta cuando mediante  el RIP del  descanso marginal se cierran las puertas de las insensatas por incongruentes loas con la desaparición de algunos intocables en estas materias a aludir, para el caso concreto y por ejemplo los historiadores de antaño Lecuna y Mendoza, aunque el hilo de la concupiscencia mental para sostener leyendas  a favor sobre el héroe  se rompe  cuando en 1969 el historiador Germán Carrera Damas tiene la osadía de dar a conocer su excelente trabajo biográfico e interpretativo “El culto a Bolívar”, que rompe con todos los paradigmas y esquemas anticuados para tratar el tema al bisturí, de donde con ideas  forjadas en el estudio profundo del personaje y de acuerdo con el tratamiento adecuado que realiza, surge un Bolívar de carne y hueso, al decir también de otro precursor novedoso que es el siquiatra Francisco Herrera Luque, para sobre estas bases liberales y nada sujetas a   una obsolescencia radical, encontrar así a este Bolívar diferente, humano, con lo que el académico Carrera Damas  rompe la oscuridad en muchos temas que lo aluden y que por tanto abre puertas de par en par a fin de que investigadores serios o simples amantes de la verdad histórica prosigan esos caminos diáfanos a objeto de descubrir el personaje que habitaba dentro de ese ser tan característico por encima de las múltiples facetas a entender estudiando para dentro de lo extraño de esta figura polivalente llevarlo de la mano de la razón a eso que como un himno de obligada memoria llaman empíreo, o al mausoleo trajinado donde yacen sus restos, a objeto de que pueda descansar en paz y ser admirado dentro de un conocimiento cabal de sus vivencias.
            Sobre esta aclaratoria  sincrética y necesaria vamos ahora a  tratar varios temas referidos a su personalidad y en especial política, que encubre diversos pareceres bolivarianos, por lo cual me ha llamado la atención un trabajo crítico publicado en el diario El Universal de Caracas, del domingo 28 de julio de 2013 (pág. 4-7), que se titula “De porqué Bolívar no es muy apreciado en el Perú” y cuya autoría corresponde al columnista Jorge Sayegh, analista que por el contenido veraz de tal estudio simple viene a coincidir con el mío publicado anteriormente en este blog y al que pusiera por título “Porqué no quieren los peruanos a Simón Bolívar”.      Sobre esta línea trazada en ese escrito del referido blog que aquí sostengo, de fecha sábado 4 de febrero de 2012, con pormenores suficientes y corroborado el trabajo sobre los pasos del pensamiento de este caraqueño que expusiera con respecto a su actuación a partir del primer viaje desde Quito y hasta llegar a Potosí, como  unidad de criterio, lo que se sostiene en base a opiniones de distintos peruanos y otros tratadistas que analizan lo concerniente al tema, sobre ese parecer sustentado del escritor Sayegh y en concordancia con lo mío  expuesto y la libertad de conciencia que se tiene, me sumo en lo genérico en cuanto Sayegh hace constar la renuencia que mantienen los peruanos para convertir a Bolívar como su libertador (tachando así a la figura de San Martín, que apenas los impugnantes le colocan como protector) y más cuando que a ese sentir achacan sin perdonarlo el haber dividido este enorme territorio virreinal por intereses secundarios, de donde durante su gobierno en aquellas lejanías dicho país perdió la provincia de Guayaquil, por causas que he citado (ver mi artículo del blog “La entrevista de Guayaquil: una comedia teatral”, del  sábado 26 de mayo 2012), algunos territorios amazónicos, su influencia sobre el Ecuador, la separación independiente de Bolivia (Charcas o Alto Perú) y otras causas de política interna que tanto los monarquistas de ese país como los republicanos del mismo, no podían admitir por la terquedad nada diplomática de Don Simón, lo que dio origen a una insubordinación interior, que en su momento casi le cuesta la vida al caraqueño para ellos intruso.
            Otro detalle doliente que señala Sayegh se refiere a la posición de sorpresa al llegar San Martín a Guayaquil, donde lo recibe el Libertador “en territorio colombiano”, como un hecho cumplido, por lo que de inmediato queda sin agenda a discutir el argentino, y por ello con la diplomacia debida tal situación de facto a la luz internacional lo obliga a hacer el mutis de esa terrible celada que entonces le deparó la vida. Igual ocurrió con la negativa bolivariana para su ayuda libertaria y militar que le señala el rioplatense, en base al socorro prestado por ese ejército sureño para ganar el venezolano Antonio José de Sucre, luego mariscal, la batalla de Pichincha, con que se libera la provincia de Quito (Ecuador), en lo que Bolívar tampoco ofreció verdadera colaboración.     Por ese mismo camino contradictorio y antiperuano los naturales de este país desaprueban que el injerto republicano y monárquico puesto de manera sibilina y a pesar de las repulsas que encontrara, nuestro Libertador con sumisos seguidores hace aprobar como Constitución para regir en Bolivia, que después a la callada trata de imponer en el Perú, sin conseguirlo, con aquello de la monarquía vitalicia y hereditaria que incluye a su persona, lo que produce también intentos de magnicidio y de cuya gestación se salvó por casualidad.     Hasta aquí voy a referirme en cuanto al artículo de Sayegh, que es como una voz emanada del propio Perú, al que siguen tantos historiadores de dicho país y otros críticos bolivarianos.
            Pero es bueno que ahora en una segunda parte de este blog me detenga sobre el tema bolivariano y al que me he referido muchas veces dentro del análisis imparcial y nada mítico, ajustado a la historia de los hechos y sus consecuencias, que he consignado en diferentes medios nacionales e internacionales, y entre los que puedo citar en mi libro “Los Amores de Simón Bolívar y sus hijos secretos”, que ya va hacia una sexta edición, como la cantidad de escritos bolivarianos (calculo cerca de cien, de los cuales 24 se insertan en este blog) y de su entorno que se han publicado en la prensa y otros medios nacionales y extranjeros, que alguien interesado podrá hurgar oportunamente, fuera de otro trabajo más completo que tengo terminado sobre la personalidad de Simón Bolívar, en 172 páginas.     Por ejemplo, y ya que hablamos de sus amores esparcidos  dentro de una geografía bolivariana referida a ese tema, hay artículos que pueden ser leídos para su deleite en este mismo blog, pues sacando las cuentas necesarias sobre tantas pruebas aportadas de diversa índole, puedo afirmar in extenso que Bolívar tuvo 18 amantes, señalando entre ellas a una mexicana, una española, tres francesas, dos venezolanas, una dominicana, dos colombianas, mas Nicolasa Ibáñez, que fue también pareja del general Francisco de Paula Santander, dos ecuatorianas, tres peruanas, dos bolivianas, y una estadounidense.       A esta colección creciente debemos incluir dentro de las travesuras aventureras de costumbre, a otros nueve amoríos que con lo fogoso de Don Simón y la testosterona que siempre lo acompañaba, aunado al erotismo de la pretuberculosis, como se aprecia en los textos médicos,  entre ellos con las damas del Toro, Valdés, Bowvbril, Goncourt, la insustituible Fanny, etc. Las que sumadas como se desprende de este libro y por la investigación hecha en varios países asciende a 27 amantes, cada una con sus singulares características y oportunidades de tiempo.   Y correspondiendo sobre el mismo tema del erotismo donjuanesco que le excitaba la mente debemos colocar entre las sobresalientes a su tierna esposa María Teresa y a la que le da un amor pasional y hasta con celos, raro además, que es Manuelita, en esos 31 años intensos que le tocó vivir mirando la razón de su sexo, o sea entre la juventud inicial que lo conmueve en México (a los imberbes 16 años, salvo que alguna morena a escondidas en la heredad de San Mateo le haya servido de probanza) y hasta los 47 años cuando ya moribundo en la intimidad solariega bogotana se despide de Manuela).     Para rematar sobre este tema tan alentador diré que con las cuentas hechas entre varios investigadores de sus pasos en la tierra Don Simón con su arrastre natural pudo tener la friolera de 20 hijos varones, que muchos detallan con  nombres y apellidos supuestos para guardar apariencias, a cuya lista se agregan 9 hembras nacidas por los mismos canales ocultos y correspondientes a su tiempo, agregándose uno más indeterminado como aparecido a última hora, que también debe entrar en este estudio de pormenores, lo que suma un total de 31 presuntos hijos, desde la famosa Flora Tristán en adelante, descendencia sujeta a pruebas posteriores como el ADN que se hiciera o harán principalmente en Colombia y el Ecuador.      A ello debemos sumar el conjunto de pruebas recogidas sobre la verdadera descendencia del Libertador, que por otras fuentes seguras nos llevan a concluir con cierta exactitud para afirmar que Bolívar tuvo dos hijos, uno en Bolivia, Don Pepe Costas, donde de edad muriera en Caiza, y otro en Colombia, Don Miguel Simón Camacho, que falleció también de edad en Quito y cuyos descendientes me escribieron no ha muchos meses desde Europa, donde se hallan por tiempo establecidos.
            Por lo demás el tema central bolivariano sigue en efervescencia, desde cuando el finado presidente Hugo Chávez para la conveniencia política destapa esa curtida olla moldeada al interés, junto a otros detalles íntimos de su personalidad que serán tratados en el futuro por críticos y estudiosos de esa persona tan controversial como es Bolívar a la luz de la razón palmaria.      En consecuencia para el simple recordar y a manera de pinceladas históricas acotaremos que de simple malcriado por huérfano juvenil, Don Simón cae en manos de un maestro de escuela muy extraño, quien lo imbuye de ideas por demás escabrosas y que con ese conocimiento superficial su vida se troca al oír los clarines de una revuelta que es mantuana (monárquica) pero nada  social, y que con su dinero es enviado a Londres para fracasar por lo imprudente de las conversaciones oficiosas, para luego y dentro de la derrota londinense volver a La Guaira en un regreso imbuido de conflictos emocionales en que ahora carga contra los ancestros españoles y hasta contra sus propios amigos que trae a Venezuela, valga decir el propio general Miranda, quien confiado en cierta forma para con su locuaz paisano lo ve fracasar en Puerto Cabello, con lo cual se pierde la quijotesca república, mientras que por pleitos internos llenos de miopía todo termina en la triste por absurda prisión de Miranda y su entrega final a los españoles monárquicos, bajo la conducción terca del romántico de ideas Bolívar.      Viene luego otro español, como su verdadera esposa, o sea el bueno Francisco Iturbe, que lo salva de la cárcel y hasta de la muerte, avalando con su prestigio para que el feroz Monteverde no se empecine sobre él y lo lleve al cadalso, pudiendo así salir expatriado a Cartagena.
            Ya en Cartagena de Indias, dominado por la soledad y la pobreza accidental, piensa en su familia extraña, la desgracia de su hermano mayor ahogado que viviera a escondidas con una amante, de la famosa  y legendaria goda María Antonia, su hermana, de quien se tejen tantas historias de pecado y cuernos lujuriosos como buena hija del sátiro padre de Simón, sacadas a flote por la ágil pluma historiadora de Inés Quintero Montiel, en cuyo recuerdo de mal andanzas  se asciende la mente hasta la mestiza Marín de Narváez, su bisabuela, cuya mezcla de razas y de sangre le impidiera junto a su hermano Juan Vicente aspirar a títulos nobles adquiridos en el monasterio catalán de Montserrat, que le fueron vedados, circunstancia despectiva y social que en el reproche debió llenarlo de ira y resentimiento, acorde con lo que fue su posterior actividad. En Jamaica dentro de aquellos arreboles mentales, acaso poéticos que lo hacen inspirar para producir la elucubrante Carta de Jamaica, que es una misiva exploratoria  para todos según su entendimiento y mientras lo acoge bajo cobijas calurosas una morena dominicana, que así lo salva del alevoso asesinato, por lo que alejado de amigos que lo olvidan del todo viaja hasta la negritud de Haití donde el presidente Petión lo ampara y logra reunirse con exiliados orientales que en una suerte de nido de alacranes lo aceptan bajo condiciones para regresar a Venezuela entre enemigos del clan regional como Mariño o luego Piar, y el propio pariente José Félix Ribas, para hacerle la vida casi imposible dentro del nuevo fracaso expedicionario, debiendo Bolívar fusilar al insurgente Piar a fin de imponer cierto orden en esa caimanera de la resistencia oriental a su poder central que hasta lo execran  rebajándolo con el famoso “congresillo” de Cariaco. Para entonces ya la guerra estaba en su apogeo con la aparición previa del fenómeno Boves, que acaba a punta de lanzas con las pretensiones independentistas, hasta cuando otro lanzazo remata con su vida controversial en el campo de Urica y Bolívar con la labia característica luego puede recuperar algunos “amigos” a pesar del horrible Decreto de Guerra a Muerte que ha firmado en Trujillo.     Mas en ese tiempo para aplacar los ánimos coloniales soliviantados por orden del rey Fernando VII llega a Margarita un curtido soldado pacificador, enviado desde Madrid con esos fines, quien sin  parar en mientes tira por la borda el latiguillo de la paz y establece una cacería de verdaderos brujos para desarticular el poderío guerrillero nacionalista, aupado ahora por tropas neocoloniales inglesas que trae Bolívar, por cuya estrategia del general hispano pronto las fuerzas patriotas comienzan a decaer y recibir palo tanto en Venezuela como en Colombia, donde suceden casos como el famoso sitio famélico de Cartagena.
            A estas alturas de la conflagración en marcha aparece en Venezuela un hombre llanero venido de la nada, que con su lanza y espada pronto impondrá la autoridad para unificar débiles fuerzas que ahora recoge con triunfos de batalla, de donde el gastado Bolívar puede regresar a Venezuela por la vía del llano que maneja Páez y de allí el caraqueño con ese amparo defensivo decide establecerse en Angostura con sus ideas políticas bajo la manga, porque sin renunciar a lo mantuano desde siempre pensó en una monarquía necesaria en territorios de América y hasta bajo su dependencia, como freno ante tanta ambición desmedida y en base a su propio futuro político.  Mediante esas vías personalistas y apoyado por gente fiel venezolana mirando ya a lo lejos como medio de contención a fin de evitar nuevas incursiones españolas (Cuba, Puerto Rico, Florida, Santo Domingo, etc.) dentro de territorios que considera peligrosos (ojo, a los alzados hispanos Riego y Quiroga deben ser considerárseles próceres de nuestra Independencia), en Angostura crea un país llamado Colombia que será algo accidental, dotándolo de una constitución monarquista en su fondo, y de allí corre hacia Nueva Granada para liberarla con la batalla de Boyacá y darle un corazón enfermizo mediante la Constitución de Cúcuta, mientras se llena de papeles dogmáticos para emprender la cabalgata que por el terrible Pasto de la matachina humana, con Bomboná y Pichincha hacen juego libertario al tiempo de los amoríos quiteños con Doña Manuela, para luego dejar en la estacada al admirado San Martín y después mediante un envolvimiento de traiciones y desencuentros  bajo el peso de las fuerzas colombianas de ocupación viene a sostener un férreo manejo de gobierno dictatorial en el Perú liberado, bajo grandes presiones internas de quienes no lo reconocen adversándolo por sus posturas nada convencionales y para muchos antiperuanas.      De allí a los sucesos serranos del Junín y Ayacucho queda solo un paso, con lo que el caraqueño se desborda de seguidas hacia Bolivia para imponer su constitución señorial y mientras deshoja margaritas a objeto de seguir hacia el Sur en la pelea, con que piensa controlar a rioplatenses y braganzas, para poner fin a un ciclo que entre tanto sinsabor le fue denegado.      El regreso al Perú siguió en un alboroto profundamente antibolivariano, mientras plantea otro absurdo error o sea el mal visto Congreso de Panamá, escaso de presencia  y casi sin acuerdos, para regresar vetado hasta Colombia  donde ya no le quieren, dándose así los atentados a su persona, el desastre de la Convención de Ocaña, en que su grupo es minoría porque ya Santander comanda, y la pérdida del poder que tiene enfrente, con el triste asesinato de su incondicional mariscal Sucre,  y en medio de tanta alevosía continúa el enojo irreconciliable por parte de quienes le adversan en Colombia, como la trampa inteligente que le tienden a su otro amigo (que apenas fueron dos, el mariscal y) Rafael Urdaneta, Presidente Interino de ese país artificial (de entonces), ante este desengaño tan macabro aunado con el tremendo sinsabor que le rellena el alma cuando desde Honda desciende por el río Magdalena colmado de tristeza para morir casa de un español y lleno de más tristeza o sea en San Pedro Alejandrino, mientras sus asistentes absortos en corredores aledaños jugaban a los dados.      Así se acabó Colombia y todo lo demás de sus esperanzas, abjurado de su patria de origen (hasta 12 años después de su muerte por la oposición fuerte no se pudieron traer los restos a Caracas), para con el tiempo empeñarse a objeto de reconstruir las buenas intenciones y su pensamiento, y hasta alguno ya muerto sin escrúpulos trató de modelar su efigie con fines demagógicos al esperpento creado, teniendo por ejemplo facial de patillas a un diputado talanquero del gobierno de turno que llaman Ojeda, caraqueño, “igualiiito” como se comenta a troche y moche en los bajos fondos de los escondites capitalinos. Por ahora, eso es todo.
En pocas y apretadas páginas he tratado de comentar sobre la vida y misterios de un personaje tan interesante y mal llevado en los trajines de sus ideas, a pesar del esfuerzo que se hace, que es el general sin título académico Simón Bolívar, hombre arriesgado de leyendas, de pluma y de la espada con que también perdiera muchos combates.     Y me excusan por decir la verdad.     Toca ahora a usted pensar en lo que fue, por donde transitó y en los triunfos y fracasos que tuvo, sin querer para nada compararlo con Alejandro Magno, Napoleón y otros grandes de la antigüedad, para que algunos de otras tendencias que no escriben deformando la historia sí lo hagan. Porque la historia oficial es otra.    Ahora con este espacioso preámbulo de tragos amargos usted también puede releer los 24 trabajos largos que sobre el ilustre caraqueño y Padre de la Patria he colgado para saberse a carta cabal en este blog.

   

       

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