Amigos invisibles. Los perros ladran
mientras la caravana pasa, y con ello me refiero a la contrariedad sentida
cuando realizada ya como la mitad de esta crónica chispeante en que anduve
embebido, por un pequeño traspiés de la máquina servidora de pronto se borró todo el continente y sin
copia de seguridad, lo que me sumiera en
una tristeza pasajera, superada con prontitud, por cuanto el personaje tan
interesante como para sacarlo del cofre (closet) de la Historia debía reponerlo
en su justa medida y según mi interpretación nada confusa pero sí discordante
con posiciones oficiales, retardatarias o llenas de interés, porque este funcionario
público y enriquecido al máximo por tales servicios que generan ganancias, sin
embargo y pese a sus características natales y formativas llevadas como la hoja
al viento, fueron capaces para reconstruir un escrito que lo enjuicie a su
justa medida en el tiempo que le tocó ser conocido y dentro de los desafueros
normales en toda época de transición.
Con
el interés de trazar un perfil claro pero aproximado sobre este valiente y
rústico general de las montoneras que se formaban en Venezuela después de la
Federación, agregaremos que lleno de una vida muy personal y cuajada de
anécdotas como para deleitarse en un libro,
este guariqueño era alto, mestizo entre mulato y zambo, de piel clara,
bembón, apuesto, robusto, de ojos negros mirones y grandes, la barba espesa,
prieta, partida y crespa, como el pelo haciendo honor al apellido, mientras de
otra visión de su persona se mostraba sencillo, zamarro, austero, amigo de los
necesitados, casi ascético, sin pecar en los vicios corrientes y alejado de los placeres tentadores que tuvo a su
alcance, al mismo tiempo que dentro de ese personaje plural digno de un buen
estudio sicológico era silencioso, reflexivo, místico, astuto y tosco, lleno de
dichos llaneros para tapar su incultura, mas en ocasiones alegre, zumbón,
sereno pero arrogante en momentos de cólera, con tratos de caballero y
presentable. Codicioso, con ambición de mando y de personalidad absorbente, se
decía por aquel tiempo, “al que no le guste Crespo, que se peine liso”,
demostrando así la guasa en que viviera cuanto rodease al caballero, a medias.
Ahora, con paciencia, arme usted el rompecabezas que he formado de quienes le
estudian, para que saque conclusiones sobre este venezolano de cepa venido de
la nada.
Nuestro
biografiado nació el 22 de agosto de 1841 en el poco conocido San Francisco de
Cara, del sediento y yermo llano guariqueño, siendo hijo del impredecible Ño
Leandro Crespo, curandero y mañoso creador de un bálsamo llamado por el vulgo
“Tacamajaca de Ño Leandro”, producto oleorresinoso procedente del árbol
copaiba, que se ganaba el sustento a base de estos preparados convincentes por
fe en aquel inframundo de la cultura rural. Su madre, Aquilina Torres, era una
morena que hacia arepas para vender, teniendo como asiento la raquítica posada que
servía de refugio a los escasos viajeros de tránsito. Poseyendo en las venas
algo de vasco y tinerfeña, por la miseria circundante a nuestro Joaquín le
trasladan hacia Parapara, donde se le instruye en forma muy rudimentaria, hasta
que en los nueve años de ser alguien atraviesa aquella vastedad circundante un
tal “general” Manuel Borrego, a quien pronto se agrega el muchacho como
Asistente tropero y sin brújula alguna que lo conduzca en el destino. Ya para
marzo de 1858 y en los inicios de la Guerra Federal con parasitosis y malaria
endémica este soldado raso de caballería
deambula por el llano que conoce, bajo las órdenes del facineroso guerrillero “El Agachado” y del anárquico
paisano Donato Rodríguez, a quienes tiempo después enterrara en el famoso Panteón
Nacional. Luego de andar con Zoilo
Medrado, a punta de lanza es hecho general en 1864, terminada la guerra, y de
allí comienza otra etapa ágil de su vida en que será Diputado, amigo de Guzmán
Blanco, empuñador de armas en las revoluciones Azul y Reivindicadora, Encargado
además de la Presidencia de la República, Ministro, Jefe Civil y Militar, y en
fin, trepador en muchas posiciones públicas que le dan cierto barniz de
funcionario capaz en aquel mundo iletrado o falto de luces y al que pronto llevará
a la Presidencia republicana el mismo Antonio Guzmán Blanco, para sucederle
entre 1884 y 1886, porque el caraqueño se da cuenta de su ascenso carismático y
de lo que es, recompensándolo luego con el pomposo título de “Héroe del deber
cumplido” (o sea devolverle el “coroto” que es el mismo poder), cuando ya se
estrecha la amistad entre ambos generales plutócratas. Durante el ejercicio de
su gobierno presidencial problemas y espinosos no faltaron, que supo eludir y
hasta torear con elegancia, no solo ante el terrible flagelo de las langostas,
que le obliga a rebajar sueldos y pensiones en un 25%, por no tener dinero en
caja para cumplir con las deudas, sino por el problema presentado frente a
ciertos miembros excedidos de la Adoración Perpetua guzmancista, y el ridículo
que en 1885 le organiza la oposición estudiantil cuando glorifica como gran
poeta nacional a un desquiciado sombrerero de El Guarataro, al que en
imborrable burla glorifican en el Teatro Caracas, con que se incomoda al propio
Guzmán Blanco.
En 1888 ocurre el episodio
político en que Crespo es detenido y trasladado a la cárcel caraqueña La
Rotunda, con la sorpresa que dada su importancia le acomodan alfombrada una
habitación especial donde el Presidente Rojas Paúl y próximo Primer Mandatario Andueza
Palacio, por separado lo visitan a escondidas, de donde con rapidez arreglada
el llanero parte exiliado al extranjero. Regresado pronto del ostracismo se
enfrenta luego al guanareño Andueza desatando la Revolución Legalista, que
acaba con los deseos hegemónicos de este llanero y presto debe asumir la
Presidencia republicana, esta vez por cuatro años, que fueron cinco, mientras
la economía se va al suelo y las casas de empeño proliferan, entrometiéndose en
negocios extraños, como el empréstito con la casa berlinesa “Disconto”, filial
de la familia Krupp, en que sale con las tablas en la cabeza frente a las
nocivas cláusulas contractuales y los daños ruinosos, por lo cual ni un céntimo
de dicho préstamo vino al país mientras
el 10 % de la negociación fue a parar a los bolsillos del propio Crespo, todo
ello ocurrido al tiempo que la imperial Gran Bretaña iba despojando
paulatinamente el inmenso territorio Esequibo, a Venezuela. Como mandamás de
aquel tiempo don Joaquín decide apoyar la candidatura de su sucesor
presidencial, el insincero Ignacio Andrade, provocándose un inmenso fraude
electoral y contrariando así los deseos de su esposa doña Ana Jacinta, quien al
personaje lo tenía ya estudiado, por lo que una vez impuesto en el solio
presidencial y ocurrido el alzamiento del perdedor general José Manuel “mocho”
Hernández, en celada propicia a Crespo se le ultima por traición mediante
cierto hábil tirador (un joven Obadía, de Valencia) acoplado cerca de un árbol
en el sitio cojedeño Mata Carmelera, el 16 de abril de 1898, quien a las 8 y
diez de la mañana al corpulento hombre peligrosamente bien vestido para ser
fácil de encontrar lo bajó de la mula que cabalgaba entonces, mediante un tiro
certero al pecho, atribuyéndose el horrendo crimen al general Isidoro
Wiedemann, o sea como autor intelectual, resentido con él para pagar con su
vida debido a un maltrato verbal anterior.
La esposa del caudillo
liberal era Ana Jacinta Parejo, de duro carácter y talento rural, con suerte
para esconder siempre onzas de oro en totumas que guarda con tiento,
obsesionada de fantasmas y entre otras cosas fue de gran ascendiente sobre
Crespo, mientras luce de pitonisa que
mediante bola de cristal iluminada asegura leer o predecir el futuro sobre una
tapara llena de abejorros y donde fuera de ayudar a su marido en lo
supersticioso o descifrando brujerías del entorno, como hechicera de saberes
diagnosticara en negativo a Ignacio Andrade, y quien la agraciada de marras
para aquel momento romántico era viuda reciente de Ramón Saturnino Silva,
convirtiéndose el nuevo marido en abstemio de la vida sexual para con otras
damas, pues en la obsesión perfecta vivía encerrado con ella y por esta
circunstancia calurosa tuvo en esos arrebiates de alcoba once hijos, siete
varones y cuatro hembras, y acaso no produjo más porque lo ultimaron en la Mata
Carmelera. Pero lo resaltante en la
figura diaria del caudillo Crespo fue el rodearse en el poder omnímodo que
utiliza, con cierto grupo de extranjeros favoritos, como un tal “monsieur”
Parquet, de origen belga, el corso Montecatini, que apenas mascullando el
castellano llega a ser Jefe de la Guarnición de Caracas, Alirio Díaz Guerra, poeta bogotano que funge de
Secretario particular y a quien le encima igualmente el cargo de Director de
Instrucción Superior. Pero no se queda allí el recuento personalizado, ya que
para las obras y negocios provechosos que realiza como igualmente en sus
propiedades rurales, encarga de ello al novelesco conde Giuseppe Orsi de
Monbello, militar florentino quien por los trabajos y ganancias a él
encomendados supera con creces la labor del ministro de Obras Públicas, porque
todos los contratos se entregan a este noble italiano “toero” que se dice
geógrafo, ingeniero, contratista, director, inspector y administrador de tantas
obras y negocios en que mete la mano por cuenta de Crespo, para salir colmada
de ganancias. Pero el favorito que en esta clase de acuerdos turbios tuvo el
aguerrido llanero, fue el catalán y por ende comerciante Víctor Barret de
Nazaris, “premier”, consejero político y amplio Secretario General de la
Presidencia, hombre de ampulosos y retorcidos discursos, que con sus riquezas
acumuladas lo llevaron a reposar en el Panteón Nacional.
Este llanero incapaz en
materia administrativa, voraz terrateniente y admirador de la riqueza material,
pronto se encuentra con otro embaucador por el estilo de Ño Leandro, que fue el
taumaturgo improvisado y pícaro tachirense, experto y lleno de títulos
académicos forjados, brujo curioso, empírico charlatán y yerbatero, que con
vivezas mas pócimas indígenas repone la salud de doña Ana Jacinta y una hija
desahuciada, por lo que de inmediato dentro del palacete Santa Inés se
transforma en el monje Rasputín de la familia, teniendo entrada y salida según
quisiera y a quien Crespo en retribución de favores interesados como “médico”
sin créditos le entrega la dirección de los hospitales, el leprocomio
capitalino y el asilo de locos de Los Teques, donde infundiendo terror con
estos enfermos desquiciados hasta de clavarles tornillos en la cabeza, realiza
curaciones instantáneas y milagrosas, mientras los profesionales universitarios
de Caracas tiemblan porque Crespo aspira nombrar a este compadre afortunado
como Rector de la Universidad Central, de donde se inicia una protesta contra el
crespismo y sus acólitos desbocados, con lo que terminan quemando un libro
herbolario de dicho charlatán, como arde también la Botica Indiana, que el
pícaro andino montara para ofrecer a incautos sus recetas y pócimas
indeterminadas. En materia de negocios personales el marido de doña Ana Jacinta
fue uno de los más ricos venezolanos del siglo XIX, con cien cuerpos de bienes,
39 casas, palacios (Miraflores, Santa Inés), hatos verbigracia El Totumo, 42
grandes haciendas, etc., etc. Anduvo en 37 campañas y 58 guerras intestinas,
donde colecciona cicatrices, fue factor importante en cinco revoluciones
nacionales, y peleó por catorce años continuos, para morir en la contienda.
Gran amigo de Guzmán,
después se enemista con él, sin atacarlo a fondo, pero adversa luego a Rojas
Paúl y a Andueza, que antes fueron sus
amigos, mientras a última hora descubre cómo se voltea Andrade, por lo que dice
de él que la gallina está cantando como gallo. Crespo llevó al país a un
desastre financiero, siempre rodeado de menudas intrigas, y porque no supo ni
papa de administración la Tesorería Nacional se puso en bancarrota, lleno de
gastos superfluos e inoportunos, pues mientras hay hambruna colectiva construye
baños hidroterápicos y casinos, al tanto que intenta enjuiciar a más de 200 peculadores, pero sin aparecer en
esa lista. Para inmortalizarse mandó a
escribir al poeta colombiano Vargas Vila su “autobiografía”, que en apenas dos
ejemplares costó un dineral, mientras el reinoso autor se reía porque el
guariqueño le tuvo “fobia a los “versitos que fuñen” y satíricos que al tiempo
lo ridiculizaban. Con sus adversarios fue muy cruel, hasta matarlos a machete,
y así mismo acaba con más contendientes, o de otros modos los silencia, como el
caso del general y banquero Pérez Matos, que troca su alzamiento insurreccional
por tres ministerios que el zamarro llanero le ofrece, o el caso del zaraceño
Velutini, que se puso bajo el amparo de
“misia Jacinta” para que lo
ayudara su marido en las trácalas financieras que luego llevó a cabo. Y hasta
se burló de todos cuando nombra ministro de Relaciones Interiores a José
Temístocles Roldán, ilustre desconocido que apenas había sido archivero en un ministerio. De
este personaje que tiene tanto parecido con un famoso llanero recién muerto, me
ocuparé en otra oportunidad, para hacer comparaciones de esa mentalidad extraña
y cabalística que siempre andara por el atajo de lo tangencial.
Con la muerte de Crespo el
mundo político de Venezuela cierra una etapa de décadas y alborotos, donde el
viejo partido liberal se desgasta hasta casi desaparecer, pues iniciada ya la
decadencia guzmancista la orfandad del presidente Andrade es bien palpable, acabándose el poder
político de los zamarros llaneros por un siglo, que se había mantenido desde
Páez, como se destruye el poder económico de la familia Crespo entre llantos y
lamentaciones, para llevarla a la ruina, fuera de largos pleitos sucesorales
que su desaparición plantea. Nacieron de la nada y desaparecen en la nada.
Veremos repetir esta sentencia, como la bíblica del polvo, pues lo que por agua
viene, por agua se va.
No hay comentarios:
Publicar un comentario