Amigos
invisibles. Para conocer las entrañas de Bolívar hay que someterse primero a
una paciencia de investigador veraz, porque fuerza es decir que su múltiple
ocupación a lo largo de la vida dispersa da motivo a un análisis fuera de lo
común, por lo complejo de su andar y porque como persona cambiante o multiforme
por encima de que demostrara otra manera de ser, ello impide enfocar de una
manera diáfana los múltiples facetas de su personalidad, que para bien
estudiarla sería necesario convocar a un equipo multidisciplinario formado por
especialistas en materias tan diversas como la historia, la politología,
ciencias sociales, el arte militar, la diplomacia, economía, finanzas y otras
múltiples especialidades científicas que a través de la interrelación en conclusiones
expeditas podrían acercarse a quien destruye un imperio y en medio de una vida
privada que no lo fue tanto por el qué dirán, para de esta forma si no
exacta verdadera, poder llegar a determinaciones concluyentes que descifren ese
enigma inconcluso que hoy reposa sobre la cabeza de Bolívar, exaltado a la fama
sin mucho amor por unos y descendido del empíreo de una gesta inmortal para
otros, que entre críticas y avalanchas históricas le comprometen en el nombre,
al tanto que la Historia
con Napoleón Bonaparte y el denodado caraqueño juegan el primer lugar de la
reseña pública en el tan malogrado pero despierto siglo XIX.
Para
adentrarnos en esa nueva faceta bolivariana, de las tantas que ya he tocado en
este blog y en lo que me ha servido de compañero el recordado Aarón de Truman,
vamos a entrar por la puerta grande a fin de descifrar qué tenía Don Simón en
mientes cuando debió enfrentarse a una situación compleja y en qué forma pudo
salir de la maraña planteada, para lo que sencillamente aplica una técnica que
el italiano renacentista Nicolás Maquiavelo describe en su inolvidable libro
menor “El príncipe”, en 26 capítulos muy escogidos como tan usado en las
cuestiones políticas desde los tiempos del florentino Lorenzo de Médicis, de
quien fue su embajador varias veces y que aún por encima de la evolución de
esta ciencia tan compleja, la utilizan algunas autoridades para imponer su
sedicente diktat. Y viene a cuento este valioso tema conocedor de la razón de
ser del caraqueño en cuanto se afirma que su pensar y disponer es maquiavélico,
refiriéndose al distinguido Nicolo Maquiavelo, cuando en perífrasis asevera el
colombiano Juan Lozano y Lozano que “la mejor manera de ser maquiavélico es
negarlo”, a lo que en otro contexto de la razón histórica el académico merideño
Simón Alberto Consalvi aclara que el Manifiesto de Cartagena, obra bien
conocida de El Libertador, “está redactado al estilo acomodaticio, mimético o
fingidor, [en que] perdona a Mariño, a Páez y a Santander, [mientras] ensalza
en demasía a algunos amigos o funcionarios”, y valga la expresión ya impresa,
Bolívar crea dramas convincentes y fabrica mentiras, y mitólogos oportunamente
se las prepararon. Así lo apreciamos en el mentado sacrificio de Antonio
Ricaurte en San Mateo [por cierto tenía este colombiano algún desequilibrio
mental heredado, con accesos de locura,
según comenta el Libertador a su edecán Peru de Lacroix y lo afirma el
nariñense doctor Sañudo], que luego confiesa paladinamente dicha falsedad al
mismo militar galo: “yo soy el autor del cuento…… murió [1814] de un balazo y un lanzazo, y lo encontré en dicha
bajada [de San Mateo] tendido boca abajo, ya muerto y la espalda quemada por el
sol”. Y en cuanto a los honores especiales de
héroes efectuados al cadáver de
Atanasio Girardot, asesinado en Bárbula [l813] fue otra argucia política del
caraqueño, como también lo confiesa sin inmutarse, aunque en verdad el
antioqueño fue asesinado para robarlo, según asegura por escrito su paisano
Francisco de Paula Santander.
De
esta manera sibilina por maquiavélica también Bolívar prepara la comedia sutil
con traza de franqueza donde con la figura enmascarada engaña al conocido León
de Sampayo, general Pablo Morillo, para que sin tropiezos se devuelva a España,
y también a sus contrarios de posición monárquica, tal el caso de la Entrevista
de Santa Ana, en Trujillo [1820], donde en las apariencia del teatro que allí
crea se presenta mal vestido, montado en mula y sin acompañantes, como también
hace todo un espectáculo trágico teatral dirigido hacia la posteridad con lo
del horrible terremoto de Caracas, en 1812, como bien narra su coetáneo
presente José Domingo Díaz, y también el teatral “juramento” romano en el Monte
Sacro o el Aventino [1805], si se descarta el primero, para embebido con aura
de grandeza culminar la escena quijotesca años después ante el absorto
desaliñado Simón Rodríguez en la cumbre del universo o Potosí [1825], al
exclamarle en alta voz y ceño
dictatorial, casi en delirio, “la gloria de haber traído victorioso el
estandarte de la libertad”. Caso parecido ocurre con el Delirio sobre el
Chimborazo, ficción literaria creada a fin de ensalzar la manida gloria de
Bolívar y donde inserta la pluma el poeta Olmedo, aunque algunos lo consideran
apócrifo al decir de Gerhard Masur, pero con muchos detractores y del que
apenas se habló en 1842, delirio por cierto ampuloso y ramplón, según lo alude
el finado Manuel Caballero. En este mismo ambiente sobre esclavos negros e
indios en extinción también se tejieron muchas argucias bajo la capa del
maquiavelismo glorificante. La creación
de Bolivia para algunos es parte del
repertorio de esos fracasos trágicos. Por algo el maestro Baldomero Sanín Cano
califica al Libertador como “demagogo en la expresión más alta y más pura”. Y
para demostrarlo en tantos acomodos oportunistas la bandera de Colombia por
cuatro veces ondea en Guayaquil, en julio de 1822, acorde a las circunstancias
cambiantes del momento, la que se ordena enarbolar o arriar, bajo este signo
directo del poder maquiavélico bolivariano. Otro rasgo de maquiavelismo
personal aplicado hacia la manipulación reeleccionaria y en la búsqueda del
título de Dictador, que tanto le atrae es la inclusión sesgada en las tácticas
disuasorias de su mando, como las consabidas en el fácil uso de sus “renuncias”
al gobierno que hace en varias oportunidades, venidas a mi mente en siete
oportunidades, tratando así de fortalecerse ante la opinión dudosa, o sea que
recordemos realizadas en enero de 1814, a raíz del desastre patriota y el triunfo
de José Tomás Boves; en agosto de 1818, cuando en momentos débiles anda todo
confuso y derrotado; ante el gobierno de
Angostura, reacio a admitir algunas disposiciones que se imponen, en febrero de
1819; en el Congreso de Cúcuta, por septiembre de 1821, cuando se le torna
difícil el panorama político; al salir en volandas del territorio peruano (26
de mayo de 1826); en la conspiradora Bogotá de 1828, y hasta en el agónico
1830, cuando ya este artificio gastado de volver a la carga le falla y no le
sirve de excusa valedera en la ambición de mando.
Dentro del desentrañar bolivariano que a manera de nueva autopsia
practicamos, en cuanto a sus relaciones con los norteños Estados Unidos,
afirmaremos que no fueron del todo amables, al extremo que Bolívar en cuanto a
los extremos libertarios que sostiene empecinado y la tendencia estadounidense en contrario con fines
autoritarios, había dicho durante 1825 en forma clara y categórica
que “….jamás seré de la opinión de que los convidemos [a ellos] para
nuestros arreglos americanos”, al extremo demostrado de no invitarlos para
asistir al Congreso de Panamá a efectuarse en 1826, por el peligro que
conlleva, como luego se demostró fríamente con las fronteras mexicanas e
intereses caribeños, aunque su subalterno general Santander no lo pensara así
ni menos las consecuencias, ordenando tal invitación a sus espaldas, lo que
debió enfurecer a Bolívar, según lo expuesto por estudiosos del tema. Fuera de
que conocemos mediante la muy publicitada carta dirigida por el Libertador al coronel
inglés Patricio Campbell, donde se refiere con sorna y hasta desprecio en
referencia con los gringos que no respetan límites en sus ambiciones
expansionistas, el caraqueño los consideró como “extranjeros” insertos en el
problema americano y dificultosos para un entendimiento protector con Gran
Bretaña, lo que buscó con ansia el caraqueño como medio de subsistencia ante un
peligro fatal por parte de España o de otros países europeos. Sea oportuno
dejar consignado aquí el contenido sustancioso de la larga misiva dirigida
desde Guayaquil al Encargado de Negocios de Su Majestad Británica Campbell y
enviada en agosto de 1829, tan usado como latiguillo en sus intenciones
disuasorias por las izquierdas decimonónicas latinoamericanas. Tal
correspondencia demuestra a los amigos ingleses la forma peligrosa de
federalismo en la región que conlleva la política norteamericana y referida al
poder hostil que utiliza esa potencia para sus arreglos en el continente, ergo
el caso de la doctrina Monroe, la que ha sido tan manoseada por los intereses
de la izquierda radical en su lucha constante contra aquel vasto imperio en
formación. Valga aquí, pues, reproducir
la esculpida frase sentenciosa en bien de una primera lectura: “Los Estados
Unidos parecen destinados por la providencia para plagar la América de miseria a
nombre de la libertad”. Otra
demostración palpable de los conflictos con la nación del Norte se evidencia en
cuanto a los intentos bolivarianos de independizar primero a Puerto Rico y
luego a Cuba, con la resistencia inmediata que presenta los Estados Unidos en
su tendencia hegemónica y de largo alcance sobre el amplio territorio insular
del mar Caribe, mientras el proteccionista Henry Clay bajo cuerda da
seguridades a la atribulada España en cuanto a su oposición a cualquier
propósito asertivo en el sentido de estar a su favor.
Y para ahondar más sobre el tema agregaremos que el ministro americano
en Bogotá, William Harrison, después Presidente por varias horas de los Estados
Unidos, se liga estrechamente a la variada conspiración septembrina de 1828, y
luego es figura central en el complot rabioso del general José María Córdoba,
que lo lleva a la muerte en las manos inglesas del coronel Ruperto Hand, sin
que ello comprometa a aquel imperio comercial. En referencia a estos mismos
paralelos ideológicos el señor William Tudor, cónsul americano en Lima, por ser
pro inglés llama al indispuesto Bolívar con epítetos de “dictador, usurpador,
loco de Colombia etc.”, y por el lado opuesto el caraqueño descarga baterías cuando
tildaba a los gringos norteños con inauditos motes de albinos americanos,
canallas, belicosos, regatones, capaces de todo, egoístas, humillantes,
fratricidas, y hasta de vende patrias, como asegura al detalle el profesor
universitario Carlos Bastidas Padilla. Valga el aforismo “Lo que es igual no es
trampa”.
Su Excelencia hizo la entrada bajo la distinción del sagrado palio, a la manera de un emperador, y en este puerto fluvial con la dispensa y el apoyo del mismo metropolitano Jiménez entra de lleno a
Dentro de ese juego de las entrañas bolivarianas podemos decir que Bolívar
fue un liberal progresista de la corriente conservadora pero nunca un
revolucionario ni para nada mencionó esa palabra ni siquiera en abstracto, ni
su intención fue la de hacer un cambio social, sino que correspondía al pequeño
burgués de aquel tiempo agitado, ansioso de poder a como fuere lugar, siendo
apenas un reformador adaptado a los vaivenes del siglo XIX y porque le sonó la
flauta al aparecer en el momento de la decadencia española y los terribles
problemas internos que ella tuvo. Era un aristócrata mantuano y por ende con
visiones evolucionistas, a veces reaccionarias, como lo aprecia John Lynch, un
tanto carismático aunque las diversas tendencias izquierdistas de la época
tenían una posición preventiva a sus ideas, como el caso específico de Carlos
Marx. El Libertador soñó con restaurar lo monárquico republicano pero a su
manera dentro del híbrido construido, con el puño cerrado mientras lo gobernaba
una aristocracia de mérito, tradicional y progresista, lo que acaricia por algo
más de ocho años, o sea desde el tiempo de la Entrevista de Guayaquil
hasta el desastre final con su desaparición física. Consciente de esos graves
reveses, de lo que deja segura constancia, aunque con astucia natural sabía
convertir a las derrotas recibidas en triunfos espectaculares. De allí
podríamos señalar numerosos fracasos que los eleva en triunfos, como los
decretos educativos, el sistema lancasteriano, el ombligo pernicioso que es
Simón Rodríguez, los intentos constitucionales no admitidos, la creación
utópica de la Gran Colombia ,
el paso suyo por Cartagena, la ausencia de verdaderos amigos, que se pueden
contar con las manos, las pérdidas de Puerto Cabello, primera y segunda
repúblicas, la igualdad social entre las castas, la Convención de Ocaña, el
Congreso de Panamá, de Angostura y Cúcuta,
las leyes decretadas en el Perú y
Bolivia, el arreglo cuestionado del Perú y la masa informe que es Bolivia, el
sueño libertario de Caribe, y el delirio de una Hispanoamérica con propias
monarquías o sujetas firmemente al cordón imperial inglés, como los
catastróficos años de 1812, 1814, 15, 16 y 18, sacan a relucir de la tumba a un
fantasma lleno de utopías hiperbólicas imposibles de fructificar y por ello es
que hoy coexisten tantas repúblicas en América nuestra que suben y se desinflan
rápidamente de una manera original, donde cualquier caudillo o tirano adaptado
al tiempo hace de las suyas creyéndose no ungido sino el propio Dios y donde la
riqueza heredada se tira por la borda de la manera más inverosímil, siempre
cantando a Bolívar pero nunca mejorando lo presente porque parece que el vudú
nos invade y aquello que llaman “pava macha” los protege, aunque nunca sea
tarde, para algún día recuperar lo que tanto hemos perdido desde 1810 en
adelante. Los perros ladran pero la caravana pasa.