viernes, 5 de agosto de 2011

REDESCUBRIENDO AL CABALLERO GRANMONT.

Amigos invisibles. El año 1997 el Instituto de Altos Estudios de América Latina, de la Universidad caraqueña Simón Bolívar, publicó un trabajo mío intitulado “Marco y retrato de Granmont (Francia y el Caribe en el siglo XVII)”, donde a través de un exhaustivo estudio de este personaje desconocido para muchos, se recrea rescatando con abundante investigación realizada en archivos europeos y americanos, las andanzas de ese luchador francés cuya presencia cambia el concepto mal  llevado de la piratería para transformarlo en guerrilla sostenida atrás del océano por dicho Caballero del Rey (Chevalier du Roy), nacido en 1625 en el París de Mazarino, Colbert, Richelieu, de los tres mosqueteros y el Cyrano de Bergerac, que en medio de una gran aventura vino a defender su causa al servicio del monarca imperial Luis XIV, que lo era, contra la casa real austriaca que gobernaba en España y sus posesiones americanas, para así impedir el flujo marítimo de oro y plata tan necesario en Madrid a fin de sostener las guerras en Europa y principalmente contra lo borbones franceses.
        

                     De buena presencia, el ancestro gascón, fornido y educado en esa capital del Sena, Francisco Granmont de la Mothe por parte de su padre tiene buenas vinculaciones a tenor del señorío de Versalles, pues el progenitor trabajaba para el gobierno, mientras el hijo luego de batirse en duelo mortal en la calle de los Osos, escoge el camino del mar y se hace oficial de la marina francesa en el Regimiento Real y en la Compañía que dirige el señor de La Lauretière, especializándose en táctica, geografía y cosmografía,  con lo que recorre los puertos mediterráneos y atlánticos en beneficio de su monarca. Pero como el ardor defensivo de este joven marino no se circunscribía al mar territorial de su patria francesa y como fue costumbre de muchos, decide cruzar lo que se llama el charco para aparecer  más libre o sea sin ataduras legales, de donde se apersona en el mar Caribe en defensa de sus principios liberales, en 1673, para actuar en calidad de corsario, o sea con permiso legal para el ejercicio del corso, que era una forma de hacer la guerra en el mar, en la pequeña y bien defendida isla La Tortuga, bastión del filibusterismo caribeño, el noroeste de Haití, donde de seguidas entra en contacto con autoridades francesas y personajes conocidos en la Historia, que la habitan. Pronto, con la habilidad y los conocimientos náuticos de que disfruta arma una flotilla bajo su mando para enfrentarse cerca de Curazao, en 1677, al convoy holandés Las Bolsas de Ámsterdam, logrando aprehender con rico botín de 400.000 libras a su mejor bajel, cerca de la isla de Martinica. Con el nombre aguerrido que adquiere pronto entra a dirigir la cofradía de los Hermanos de la Costa, organización de mar con leyes propias, lo que le promueve a la categoría de los sires Hawkins, Raleigh, Drake y Morgan, dominando así el panorama guerrero del mar Caribe.
            Para mejor conocer de su trabajo, desde 1674 elabora un mapa detallado de la Tierra Firme y algunas posesiones costeras españolas, trabajo del que hablará por carta al almirante conde Jean De Estreés, avezado marino que piensa incursionar por el Caribe americano, y lo hace por mandato del Rey tomando a Cayena y Tobago, mientras ordena al gobernador de La Tortuga, Jacques De Pouançay, traer varios cientos de filibusteros, bajo el mando de Granmont, en 12 naves ágiles llamadas filibotes, con el fin de unírseles en la isla San Cristóbal para el asalto a la holandesa Curazao, mientras una veintena de pesados barcos de la época acompañan al alto oficial galo en tal intento y con tan de mala suerte, que al confundir el práctico la carta marina del archipiélago de Los Roques con el de Las Aves, en la noche surge un desastre de consideración porque encalla y se hunde buena parte de la flota militar, mientras que los filibotes como barcos ligeros de poca quilla quedan libres de tal desastre. El almirante ordena el fin de la operación y permite a De Pouançay que otorgue permisos de corso a los barcos filibusteros dirigidos por Granmont, con lo que así al mando de 700 hombres se dirige a la rica zona del lago de Maracaibo, donde toma el fuerte de Zaparas a su entrada, y ya libres los franceses permanecerán dueños y señores de aquel inmenso lago por seis meses del 1678, recogiendo el botín necesario en Maracaibo, en el importante pueblo de Gibraltar y en la alejada hacia la sierra ciudad de Trujillo, distante a muchas leguas de la costa, en una epopeya inusitada que termina con el incendio de la heroica urbe, para regresar finalmente el 24 de diciembre de 1678 y con grueso botín, a sus bastiones haitianos.
            Lleno de prestigio y de fortuna el próximo paso de Granmont contra las posesiones españolas es la toma de Puerto del Príncipe o Camagüey, en tierra adentro de la isla de Cuba, razzia que efectúa desde el 23 al 25 de febrero de 1679, episodio realizado con todo éxito económico y al mando de 600 marinos y el saldo de 130 muertos de ambas partes, lleno de episodios y peripecias dignos de contar en cualquier serie mediática de fortuna. Luego, auspiciado por el éxito que lo entorna y el apoyo indiscutido de los hermanos marinos que lo siguen, frente al puerto de La Habana resuelve ir a la toma de La Guaira y Caracas,  por la vía de La Tortuga y Martinica, donde se halla fondeado en marzo de 1680. Y provisto de permiso o comisión oficial del gobernador De Pouançay, a bordo de La Trompeuse y con otros barcos acompañantes se dirige rumbo el cometido en Tierra Firme, hace la aguada en la isla La Blanquilla, en Los Roques aguarda información para el ataque, y el 25 de junio antes de amanecer con 180 hombres pone pie en tierra de La Guaira para reunir jugoso botín, hasta el día 27, en que los galos son repelidos por fuerzas españolas, mientras desmantelan fortalezas, hunden cañones y recogen más botín, como también a 150 prisioneros llevados para el canje y luego retirarse al archipiélago de las Aves el 29 de junio y regresar triunfante a Petit Goave,  el 13 de agosto de 1680.

            El próximo paso de Granmont lo llevará a la opulenta ciudad de Panamá con un flota anglofrancesa y en tiempo del gobernador De Cussy, partiendo de La Tortuga el 16 de diciembre de 1680 al mando de 1.100 hombres para tomar la isla Providencia y de allí luego rendir el  fuerte de Chagres, en la desembocadura de ese río panameño, siguiendo después su cauce por varios días y llegar a Panamá el 28 de enero siguiente, donde luego de arduo combate militar al estilo de Morgan toma la rica ciudad y se adueña de una fortuna para regresar a La Tortuga, donde descansa por un tiempo, mientras su flota apresa navíos que aparecen en la distancia. En este intermedio temporal traba amistad con los capitanes holandeses Nicolás Van Horn y Lorenzo de Graaf, y así parten a la cabeza de 1.200 hombres rumbo a Roatán, en México, para atacar el bastión militar de Veracruz, comenzando el asedio el 17 de mayo de 1683 hasta que en varios días de lucha y asedio se rinde la ciudad, con un rescate de riqueza y 1500 esclavos a vender. Regresado a su cuartel general de La Tortuga, De Cussy le encarga algunas comisiones marítimas por sí y el conde de Blenac, mientras prepara el importante asalto al fortificado Campeche, en Yucatán, lo que lleva a cabo el 6 de julio de 1685 al mando de 900 hombres. Por este nuevo éxito es cuando el monarca Luís XIV le otorga el título de “Caballero del Rey” y Gobernador del Cul de Sac haitiano, dulce y rica por demás posesión francesa. Mas como Granmont no desperdiciaba la ocasión decidió previamente incursionar hacia La Florida española, al mando de  180 hombres y a bordo del barco “Vent Debout”, pero el mal tiempo y los huracanes de esa temporada acabaron con esa expedición tragada por el mar, al noroeste de Jamaica, quedando sin embargo el nombre y la leyenda de este parisino registrado en los anales de la posteridad caribeña, y sobretodo en Venezuela, donde anduvo de incursiones exitosas por muchas islas, poblados marítimos, puertos importantes, por el lago zuliano tan lleno de aventuras, y para rematar recorriendo unas montañas llenas de color imborrable y lejos de la costa, en una larga experiencia inusitada donde parecía descollar la flor de lys.
Como colofón sobre este valeroso personaje francés en una segunda lectura reúna usted  todos los datos escritos en negrita para darse entera cuenta de quién era, de su origen, sus estudios, trabajos realizados en honor de su patria, personajes con quienes trató en vida y altas distinciones que obtuvo, de donde podrá entender sin premura cómo con paciencia y estudio ha podido sacarse del olvido alguien que se coloca primerizo en estos mundos nuevos, entre los grandes del mar Caribe, porque la verdadera historia por más que permanezca latente y hasta oculta, no se puede olvidar.

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