Amigos invisibles. Es bueno aclarar ante la tendenciosa y errada por
falsaria creencia que el criminal Comando “Cuicas”, como debe llamarse este
adefesio y no con la K sajona, donde dentro del etilismo y el arrebato mental
pensó imponer una “nueva historia” revolucionaria, según acostumbran estos confundidos
que tomando el rábano por las hojas no leen y menos estudian con rigor meditativo
en referencia a los escritos existentes desde hace cuatrocientos años sobre la
vida plural trujillana, palabra cuya desinencia verbal, grafía o toponimia han
sido expresadas de diversa manera mediante la ley del menor esfuerzo, o forma
usual para adecuar el lenguaje a las épocas con las licencias respectivas, y desde
tiempos pretéritos en América que conozca existen cuatro Trujillos de
importancia, es decir nuestro Truxillo colonial, de quien nadie así protesta,
la segunda y hermosa ciudad peruana que es Trujillo, el Trujillo o villa
marítima de Honduras, donde fusilaron sin compasión al negrero William Walker,
el pequeño Trujillo en el norte del colombiano Valle del Cauca, por cierto cerca
de la histórica Cartago, otro Trujillo radicado en los Estados Unidos y
cualquiera menor que se me escape. Mas
como no quiero explicar tantos detalles en clase magistral académica, porque al
momento escribo para el pueblo, también agregaré que las páginas borrosas
existentes al respecto acogen cuatro
largos siglos en que miles de personas habrán leído entendiendo sobre estas
materias locales, por lo que considero un deber y ante las inexactitudes con carácter de
sociedad secreta que riega ese clan alevoso sujeto a un estudio penal, que debo
en consonancia ser explícito dentro de esta materia porque es hora de poner las
cartas sobre la mesa a fin de dejar el tema en claro, libre de tantos
desaciertos e inexactitudes. Para estos confundidos sin fundamentos reales
por ahistóricos yo me pregunto ¿cuántos habrán leído de verdad entendiendo lo
que allí se explica mediante el análisis
pertinente a objeto de sustentar tesis que algo aporten sobre los estudios
realizados por historiadores y antropólogos como Amilcar Fonseca, Alfredo Jahn,
Julio César Salas, Mario Briceño Iragorry, José Jesús Cooz, Agustín Millares
Carló, Oliver Brachfeld, mis propios escritos alusivos en que he dedicado tanto
afán, Mario Briceño Perozo, Nectario María Pralon, Arturo Cardozo en su
concepción novedosa de la Historia, lo existente en los registros públicos de
ese tiempo, el Archivo General de la Nación, el Arquidiocesano, el Archivo de Indias,
el de Bogotá y Santo Domingo, los repositorios habidos en Mérida, Miguel Muñoz
de San Pedro, el escaparate histórico de monseñor Carrillo, la Biblioteca del
Congreso de Washington, las universidades norteamericanas (Austin en Texas,
etc.), British Museum, Record Office, las
de Oxford y Harvard, y así infinidad de fuentes confiables que con inteligencia,
dedicación, sabiduría y sin demagogia inescrupulosa se pueden consultar?.
Para este estudio que ahora hacemos sobre fundamentos prácticos, lógicos y deducibles salvo una mejor opción, donde uno se atiene sobre la materia al alcance en tan solemne suceso, como premisa a respetar debemos sostener que nadie, repito, nadie ha encontrado los verdaderos documentos o piezas fundamentales con que se pueda siquiera discutir sobre los antecedentes y consecuentes que pasaron en esos siete días sublimes en que tres designados por el reino de España en calidad de plenipotenciarios, o sea con plenos poderes para decidir y que obligan por tanto en lo firmado, en relación a los sujetos o temas que se deben tratar y que comprometen de manera indubitable a los mandatarios (España y Colombia) que representan, en este caso al rival contendiente. De modo que tanto los tres de la parte hispana y los tres de la parte colombiana que venían a su vez en representación de ese nuevo país, cuando la provincia de Venezuela era un departamento de dicho territorio construido en Angostura y validado en Cúcuta por obra y gracia de Don Simón Bolívar, todos entraban a la reunión en calidad de plenipotenciarios y de sus resultas habría de salir un resultado, luego de largos cuanto duros debates diarios extendidos hasta entrada la noche, con detalles deseados por conocer y quizás en un torneo de altura que hubiera querido oír a cada expositor.
El origen de estos por demás importantes dos tratados internacionales,
que dieron validez a los reclamos independentistas de todas las naciones
hispanoamericanas, porque allí esos estados nacieron a la luz del derecho internacional (salvo Bolivia alto peruana, Panamá y Cuba
posteriores, pero acondicionados todos a la doctrina internacional rubricada en
Trujillo), lo que obliga a edificar un gran monumento en su memoria, son, pues,
de longa data y desde los tiempos iniciales con el descarrilado Lope de Aguirre
y otras tentativas de sustituir a los europeos (en el recuerdo viene a mi mente
lo tratado en Tordesillas) cuando estas
tierras iban en buena formación y a otros mejores rumbos por los caminos
tortuosos de la Compañía Guipuzcoana, el llamado código negrero y los intentos
ya establecidos desde cuando Napoleón invade y se posesiona de España, mientras
existen conspiraciones del mantuanaje local interesado en su destino de
prebendas, como la de 1808, y se
exacerban los ánimos con todo ese trascorrer inusitado por sortario donde
pasarán Miranda y el marqués del Toro, los alzamientos de Valencia y cuando
aparecen bestias feroces como Zuazola, Antoñanzas
y Rosete, con que en el colapso ocurrido se viene a comprender la Primera
República destruida antes de su muerte total con el doloroso Pacto de San Mateo,
de julio de 1812, mediante los acuerdos firmados en tiempos tristes y donde por
primera vez se sienta la república minusválida ante el triunfante mandón de
Monteverde, para después salir corriendo cada uno por su lado previendo que el
tenebroso Boves pueda alcanzar a tan acorralados emigrantes.
La llamada con pasión Guerra de
Independencia tuvo altibajos muy destacados, porque entre sus calificativos
según el bando que se entienda, fue cierta insurrección colonial que maneja una
élite de la tierra cuyas prerrogativas se perdían, pero mediante nuevos cauces
estudiados se destapa otro terror escondido que algunos mencionan solapadamente
porque buena parte de la población venezolana apoyaba a las Cortes de Cádiz y
ese mito secular más fuerte que María Lionza constituía una permanente
omnipresencia de la Península en América hispana y su sacrosanta palabra visto
todo a través del monarca de turno, esta vez en el débil Fernando VII, porque
así se entendía desde las pocas letras a enseñar y porque siempre se dijo a
viva voz que las llamadas Indias eran un feudo eterno de los monarcas españoles, de donde contra esa sentencia celestial no se
podía luchar y menos combatir, porque como se dice en estas comarcas solariegas
y quijotescas americanas, aquello correspondería a la pelea de burro contra
tigre, en medio de una guerra dispersa y original fratricida decretada siete
años antes sin medir consecuencias futuras, por el mismo Bolívar y en la ciudad
eterna que es Trujillo. Así fue y así aconteció durante muchos meses, cuando al
salir de los terrenos conquistados por las ideas de patria, salvo excepción,
como se aplica en el caso permanente y doloroso de los constantes desertores,
todos en sumisión volvieron al seno familiar de España.
Pero resultó que estas
contiendas a uno y otro lado del Atlántico tenían resultados diferentes dado que
el grupo al servicio de Bolívar y la visión de sus oponentes caudillos orientales,
aunque se adversaran en la práctica y sin entendimiento entre ellos, salvo el
caso notable de Antonio José de Sucre, podían
ser como el tío vivo que se cae y se levanta, a través de esa madeja
conflictiva que semejaba una guerrilla de aquel tiempo, lo que no se podía
aplicar para el caso de España que por siglos combate en sus entrañas, porque
fue territorio dominado por bárbaras naciones, por los nacionalismos y
regionalismos interiores que manejaban al gusto aquellas guerras de desgaste
como la secular mantenida contra los moros musulmanes, y luego el alto costo de
una permanente confrontación europea y mediterránea que sostiene esa España
diversa en lucha permanente dentro de Italia, contras los turcos, el poderío
austriaco que se alargaba hasta los confines limítrofes con Rusia, las guerras
intestinas como la de Flandes y en los mismos territorios franceses, que eran un
desaguadero de riquezas, el pleito inglés en que interviene Roma porque Irlanda
y Escocia caen en manos anglicanas, de donde a su costo y minción Don Felipe II
prepara una Armada Invencible que por circunstancias del destino termina vencida
y en rotundo fracaso. Esos tres siglos de combate en Europa, que en buena parte
absorbe las riquezas de América, dieron al traste con un gran imperio donde no
se ponía el Sol y lo que viene a resultar en América en tiempos de Bolívar es
ya la sombra enfermiza de aquel poder
inmenso sujeto a presión que entre otras resultantes dominó los mares
para sujetar las colonias, que es como se puede ver ese conflicto para el
momento en que se lucha dentro de los laberintos y tremedales de América aunque
ya desmejorada, pobre, “sola, fané y descangallada” como dirían en lunfardo los
argentinos, que ya no es lucha de burro contra tigre, como dije, sino de poder
a poder.
Pues bien y continuando con lo tratado y eso sí puede sostenerse porque
tiene asideros de certeza, sobre que el autor o detonante verdadero de la
independencia de América fue el asturiano general Rafael del Riego, republicano
liberal que se alza en Cabezas de San Juan (Sevilla) a fin de que las numerosas
tropas prestas a embarcar para América (Tierra Firme) no puedan hacerlo
dispersándose, lo que fue considerado una traición vil y en consecuencia detenido
poco después para ser ahorcado y decapitado, según sentencia cumplida en la
plaza La Cebada de Madrid. Sobre estas bases diversas del conflicto
pendiente y en acción debemos dividir dos períodos del mismo enarbolando cada
uno su bandera de opinión e interés respectivo
dentro del desgate que ocurre en ambos bandos, a lo que se agrega que si bien
el ejército hispano nacido de las mesnadas antiguas era en buena parte regular
y hasta de escuela, por el contrario las iniciales guerrillas patriotas o
americanas sin explicar su formación se componían de heterogéneas parcialidades
étnicas a veces obligadas en recluta, que es una de las causas por las cuales
Bolívar decreta la guerra a muerte dentro del salvajismo fratricida que
imperaba entonces, apareciendo por consecuencia una cohorte de líderes
abstractos con grupos adheridos y entre ellos recordamos al principal Mariño, a
Bermúdez, José Félix Ribas y al ajusticiado Piar, entre una confrontación constante
de las nacientes facciones donde cada uno a su manera pugnaba por el poder. Dentro
de este grupo de oficiales de abajo, venidos del montón, de la fuerza
connatural, donde el escenario de la traición era común, ya sabemos que quien
triunfa en estos menesteres es el acomodado mantuano que hoy llamaríamos
conservador, de buen pensar y que miraba lejos, porque entre las piedras del
camino supo imponerse mediante argucias y el gesto de la palabra, para dirigir
esta guerra entre hermanos que por demás fue dolorosa y redujo la población
existente a la mitad.
En cuanto al poder español ya mencionado si bien triunfó en su guerra
interna contra los franceses ocupantes, fue el propio Napoleón Bonaparte con sus
ideas expansionistas quien de forma indirecta pero segura abate el dominio hispano
en otra guerra cruenta, que dejó a los peninsulares en una situación de
emergencia, al extremo que el descarado Fernando VII hizo lo que tenía en
mientes luego de la derrota del francés, rodeado de una corte picaresca,
aduladora donde se incluye a los pícaros y con el firme pensar borbón de
sostener el reino que se prolongaba hasta América, Filipinas y otras zonas de
ocupación, no sabía qué treta inventar para sobrevivir en cuanto al tesoro disminuido
por demás, ya que realmente estaba exhausto. De allí el conjunto de
dificultades que tenía este rey cacaseno a objeto de firmar la aceptación
constitucional a que lo obligaron las Cortes de Cádiz, porque él como es lógico
suponer era conservador y las Cortes gaditanas a pesar de las diferencias
fueron liberales de por sí, con ideólogos que digerían los postulados franceses
revolucionarios, lo que a la postre dieron al traste con la mayoría
retardataria de las colonias españolas en ultramar. En este tejemaneje de la política y por cuanto
los feudos provinciales ultramarinos en algunos momentos demuestran fuerza que
implicaba un peligro cierto en cuanto a los intereses coloniales y en juego e
incluso de la misma Península, ya sellado el período de las matanzas y porque
triunfa España con la enorme colaboración inglesa, que no se debe olvidar,
dentro de ese conflicto suscitado para lo posterior aparecen nombres de
guerrilleros y sujetos del común que dejan una huella o impronta buena de
recordar y entre esos algunos descuellan libres de pecado en cuyo seno aparece
un humilde zamorano héroe en la contienda pasada y que por razones de
oportunidad el ejército en boga y la Corona manejada por Fernando VII, visto
ese ejemplo contundente de valor resuelven enviar al mando de una expedición ultramarina
y guerrera hacia Tierra Firme (Venezuela), a Pablo Morillo Morillo, que por
circunstancias guerreras necesarias se extenderá hacia la Nueva Granada. Es así como este plenipotenciario en materia
militar llega frente a la isla de Margarita y pronto con férreo manejo militar
asume la dirección de dicho conflicto bajo el mote de “Pacificador”, que en
principio lo era y que luego cambiará de posición.
Experto marinero y héroe de la batalla de Trafalgar, Morillo viene a las
Indias en calidad de Comandante en Jefe y con una oficialidad brillante
producida en la brega de campaña por causa de la contienda hispano francesa. Llega
a Venezuela a principios de 1815, al
frente de 15.000 soldados veteranos y donde es muy bien acogido, aunque por
acasos del destino la nave capitana que trae un inmenso parque con que luchar,
hace aguas y se hunde con todo ese material valioso frente a la isla de Coche,
de donde Morillo de inmediato debe ingeniárselas para el sostén de los suyos a
objeto de cumplir el cometido dispuesto. Durante esa campaña que emprende el zamorano
si bien toma medidas exageradas por causa de la guerra, los críticos de su
permanencia en Indias lo consideran haber puesto en peligro permanente a los
adversarios facciosos o insurgentes, que en verdad lo eran dentro de un estado
de derecho. Por el lado patriota de la guerra el caso era más complicado,
debido a las deserciones y pugnas habidas entre los propios jefes militares extraídos de
diferentes orígenes de la sociedad, con el comportamiento correspondiente y
porque el gobierno español de la provincia como corresponde a un gobierno
militar, mantuvo en la raya a los
diversos grupos patriotas que se peleaban incluso entre sí, y donde desde luego
el poder de mando bolivariano fue deficiente por la oposición interna mantenida,
al extremo de haberse dividido el país en dos porciones, el de oriente y el
centro occidental. A ello se suma como dije el visto bueno
popular por parte de las castas sociales que reconocían mejor a los valientes
soldados españoles o realistas hechos en larga brega de la lucha y no en
cuarteles adentro sino en el campo de batalla, sobre todo desde 1813, donde podemos
recordar en esta vertiente de empecinados soldados al canario Monteverde, al
émulo de Páez llamado José Yáñez, y a alguna oficialidad que combate cuerpo a
cuerpo como el digno Correa, el caudillo Boves, otro canario que es Morales, y distintos
valientes del lado contrario quienes manteniendo su encomio acabaron poniendo
fin a la primera república bolivariana en los sangrientos sitios de La Puerta.
Al ingreso de Morillo a Venezuela
el país de Bolívar y los suyos andaba en serios y diversos aprietos, sosteniendo
un campo de guerrillas dispersas, peleándose entre sí, muchos migrando principalmente
a cercanas islas francesas, inglesas, danesas y holandesas del Caribe, y otros se
mantenían renuentes a proseguir la
guerra que consideraban perdida, a partir sobre todo de los mencionados combates de La Puerta. El descorazonamiento era bastante, a lo que
se suman los reveses ocurridos. Pero llegó una tabla de salvación como caída
del cielo, representada en la persona física y militar que de un principio con
sus impresionantes cargas lanceras de a caballo en los llanos del país, se
perfila como el ganador de la contienda, mientras Bolívar en la pasión de
estadista a su manera mantuana anda lleno de discursos e ilusiones que
comenzara adecuando la pluma a las circunstancias cambiantes, lo que se hará
palpable a partir del Congreso de Angostura. Para 1818 los patriotas se
mantienen en franca pérdida territorial y arrinconados entre bastiones pequeños,
pero el capaz Bolívar se da cuenta que la guerra ahora no puede triunfar en el
ejercicio de la espada sino sobre la lanza llanera del general Páez, por lo que
entonces busca presuroso una entrevista con este centauro popular, reunión
habida de consuno y rapidez acaeciendo este conocimiento personal en el hato
apureño Cañafístola (1818), sitio donde Bolívar comprende mejor a Venezuela y
acepta a quien de la parte patriota y frente a la sangre por derramar será el
puntero de esta contienda sin cuartel que en sus cargas mortíferas ahora corresponde
a José Antonio Páez, mientras Bolívar se refugia más en el pensamiento y el llanero
triunfante recupera los ríos, las amplias sabanas y territorios y la mayor
parte del país que había vuelto a manos españolas.
Pero la desilusión de Morillo no tardaría en llegar cuando recibe mediante
orden del Rey Fernando, una misiva ocasionada por las resultas del alzamiento
de Riego junto con el oficial Antonio Quiroga, que sumado ello a la pobreza de
España y su tesoro exangue le obliga ordenar al general Morillo, quien tenía
controlada buena parte del país, a pasar por encima de sus triunfos para luego del casi infarto que sufriera y de un
sonoro ¡Carajo¡ que emitió a todo pulmón, ordenar el envío de cartas alusivas hasta
el campo enemigo con el fin de llegar a un acuerdo pretendido o sea para buscar
la paz. ¡Qué desgracia, qué desilusión¡ cuando en sus adentros tenía ganada la
guerra contra los insurgentes. Sin embargo ya pasada la angustia o el dolor y
como la orden era para cumplir de inmediato, en consonancia Morillo despliega a
subalternos mediante sistemas de inteligencia para detectar dónde se halla
Bolívar, quien al recibir tal misiva oficial debió bailar solo, como lo hizo en
otras ocasiones, por ejemplo en Ayacucho. El tiempo pasó en corre corre de ambas
partes, ya que Bolívar tenía planeado seguir una temporada por los llanos, como
Calabozo, mientras se cruzan misivas oportunas y Bolívar sigue jugando a
ganador, que lo lleva hasta San Cristóbal en un juego caza ratón. Finalmente casi
a fines de 1820 el caraqueño se compromete para que Colombia entre en
conversaciones con España en la ciudad serrana de Trujillo, a objeto de lo cual
el ennoblecido Morillo ha designado tres plenipotenciarios absolutos e
incorruptibles que fueron en aquel cruce de correspondencia Don Ramón Correa de
Guevara, Capitán General interino, quien preside la Comisión y es coronel
fogueado en esa cruenta guerra, que a la vez era de una amistad grande con
Bolívar, pues su suegra, Doña Inés Mancebo, lo había amamantado al nacer. El otro
en comisión por Morillo correspondió a Don Francisco González de Linares, factor
principal en la conspiración mantuana de
1808, asturiano y comerciante de renombre como defensor a todo trance en sus
ideas de la monarquía española, y el último en nombrar comisionado y
plenipotenciario fue a Don Juan Rodríguez del Toro, Alcalde constitucional de Caracas,
familiar del Libertador y hermano del mantuano adinerado Marqués del Toro, quien
junto con Juan habían vuelto al redil monárquico y hasta exigen perdón real
para poder regresar del exilio al país.
Como respuesta a estas
designaciones monárquicas el general Bolívar a nombre de Colombia por él
presidida nombró a su vez al ilustre general de brigada Antonio José de Sucre,
militar de entera confianza y hombre de gran valer en América Latina que luego
sería el héroe de Ayacucho y el procónsul de Bolívar en la recién creada
Bolivia, y quien vino a reemplazar a Rafael Urdaneta en la proyectada y exitosa
Campaña del Sur, porque este marabino se hallaba enfermo de cuidado debido a cólicos
renales, que finalmente y pasados los años lo llevarían a la muerte. El segundo
designado en la función plenipotenciaria correspondió al caraqueño teniente
coronel José Gabriel Pérez Quero, de larga actuación en la Guerra de
Independencia, que fue su Secretario por años (1820-1826) en diversas
oportunidades, hasta en los conflictos del Sur. Debió encargarse de la Secretaría
correspondiente a la delegación colombiana, por su capacidad en estos difíciles
y complicados trabajos, como en la redacción de las Actas respectivas bajo el
acuerdo de las partes y sobre las bases presentadas por la misma delegación
colombiana con la supervisión del
general Sucre. Y el tercer plenipotenciario que nombra Bolívar para estos menesteres correspondió al
barinés Pedro Briceño Méndez, vinculado a su parentela, de estrecha relación
con el general Sucre, que estudiara en
las universidades de Mérida y Caracas, de familia distinguida durante el tiempo formativo de la
patria, militar incorporado como Secretario
permanente a la asistencia del Libertador y que ocupa un importante historial
guerrero al lado de Bolívar dentro y fuera de Venezuela (Campaña del Sur) hasta
casi la hora de su muerte.
Por fin las fechas se acercaron al
encuentro de Trujillo en calidad de sede escogida, que debió engalanarse para
tan magno acontecimiento continental.
Como punto primero a solucionar
tuvo que ser todo lo concerniente a los comisionados de ambos bandos, es decir
al alojamiento y confort necesario para satisfacer sus estadías. A este objeto fuera de las personalidades
delegadas de la ciudad a fin de establecer un calendario de fechas y de actos a
realizar, lo primero y más importante debió ser el acomodo de los delegados
monárquicos que iban a convivir una semana diplomática (21 al 27 de noviembre
de 1820) en esta ciudad de Nuestra Señora de la Paz, como se llama, que por
ende en dicha ocasión ipso facto procedió a enterrar formalmente el terrible Decreto
o proclama de la Guerra a Muerte,
expedido siete años antes en la misma urbe y en una madrugada de terror por el
mismo Bolívar, quien ahora junto al Estado Mayor había estacionado sus tropas (3.000
soldados) a poca distancia de las del general Morillo (2.000 infantes y 200
caballos), en el sitio de Sabana Larga, correspondiente a lo que hoy se llama
La Cejita y cerca del actual aeropuerto valerano. Para
ese momento cumbre el general Bolívar que junto con Morillo a través de
correspondencias ajustaban algunas bases de los tratados, previsivo el
caraqueño y temiendo cualquier atentado o revés se adelanta y escribe al
general Rafael Urdaneta que si algo le ocurriera en esas fechas de los Tratados,
él debía encargarse de la continuación de la guerra libertaria.
Los comisionados españoles en
conjunto provenientes del monárquico Carache,
cuartel provisional del ejército español y sede también del Jefe del Ejército
Expedicionario dirigido por el Pacificador Morillo, junto con numeroso equipaje
oficial, guardias de seguridad y personal encargado de las acémilas
correspondientes, a través del empinado camino real de los Higuerones y Santa Ana bajando
por Mocoy antes del medio día del 21 de
noviembre en caravana llegaron a
Trujillo, donde les esperaba una espléndida acogida por parte de los
funcionarios patriotas designados al efecto, las autoridades locales y un
público que se invita para este recibimiento ajeno a toda confrontación y lleno
de amistad. De seguidas y con el tropel de caballería
andante la comitiva junto con los invitados oficiales se dirigieron a la
principal calle del poblado, donde residían muchos de los mejores establecimientos
mercantiles y familias, o sea la llamada Calle del Comercio o de los catalanes,
donde se preparara para su residencia la amplia casona de dos pisos y balcón
establecida en la primera bocacalle de la llamada Cruz Verde cruzando arriba hacia el camino reinoso de Nueva Granada, o Casa de
los Muñecos, llamada así porque en su exterior lucía pintadas unas figuras
religiosas desnudas portando espadas, con la Santísima Trinidad encima y debajo
del cañón de dos aguas, sitio que había sido escogido por la Junta designada al
efecto y porque ese caserón pertenecía al español malagueño y godo de pensar
Don José de Gabaldón (confinado en Trujillo, donde casa, por las disputas que
mantuvo en Caracas con el sevillano Capitán General Juan de Guillelmi) que
acaso no la ocupaba sino Don Pedro José de Maya, éste pariente cercano del presbítero
Manuel Vicente y de Juan José de Maya, yaracuyanos ilustres, próceres y ambos
firmantes del Acta de Independencia. Como
era de esperar allí con las comodidades
del caso y algunos finos muebles prestados, porque el mobiliario de calidad entonces
no era muy importante y al tiempo que escaso en esa época, pudieron desmontar
el nutrido equipaje que traían como las ropas de ocasión por las visitas y
homenajes a tener, prendas interiores, perfumes, armas personales de calidad, papelería,
libros, espadas, botas altas, casacas para fiesta, algunos licores a ofrecer,
obsequios personales, vinos de calidad y todo lo concerniente a un distinguido
delegado, como que cada uno llevaba una representación especial desde el
Monarca derivada.
En cuanto a la comitiva oficial de los patriotas enviados por Bolívar y en calidad de plenipotenciarios
representantes de Colombia, se hospedó
con holgura y finas atenciones entre apreciadas familias trujillanas. Y en definitiva como lugar de las sesiones de
tales comisionados se escogió la casona en forma rectangular con amplio terreno
trasero destinado a las caballerías y ubicada en una esquina de la Plaza Mayor,
arriba de la Iglesia Matriz y frente al concurrido Estanco del Tabaco, que
funcionara en tiempos coloniales y luego durante la república instaurada. Dicha
casona propiedad entonces de los gemelos vecinos señores García, fue conocida y
mejor recordada por quien esto escribe, donde viviera junto a mis padres y
hermanos entre 1936 y 1938, lo que da certidumbre a la fuente primaria, y era holgada,
con dos espaciosos por amplios cuartos que daban a la calle mediante el
corredor de ingreso y las cuatro ventanas exteriores, con dos patios atrás y extensas
galerías de diversos usos, mientras en un salón o sala principal despachó la
comisión española con su tren de secretarios, escribientes y otros empleados,
que debió ser el local situado en toda la esquina de dicha plaza, y la otra
sala de trabajo donde funcionaría el tren de empleados republicanos, debió quedarse con el despacho
acondicionado y establecido más arriba de la calle, fuera de las demás
dependencias interiores expeditas y el solar atrás destinado como dije a las
caballerías que a diario salían para rendir informes a Morillo y a Bolívar, en
Carache y Sabana larga, respectivamente. Estas comisiones bilaterales cumplieron su
función a plenitud una vez aprobada la agenda a discutir, trabajando desde la
mañana cada grupo y para preparar la otra sesión de la tarde, con el intervalo del
almuerzo y la siesta respectiva, durante esa larga semana diplomática (21 al 27
de noviembre) donde mediante los pros y los contras intercalados se defendieron
puntos minuciosamente debatidos por los plenipotenciarios y se entendieron como
en casa de familia los temas a tratar en cada día, mediante el cronograma
temático previamente elaborado, salvo en el tercer día que fue duro en los
planteamientos adversos porque Colombia aseguraba negociar de potencia a potencia,
lo que por interpretaciones y detalles exhibidos de la contraparte estuvo a
punto de romper la negociación, pero gracias a la sabiduría de Sucre que supo
solventar sin estropicios el debate, se volvió al tema de las conversaciones y los acuerdos. Y por
fin, el sábado 25 de noviembre de 1820,
día de júbilo para la libertad de América y la independencia de los países hispánicos
que la componen y trabajando arduamente hasta las diez de la noche, a la luz de
las velas y candelabros, como acaeció en el día anterior, se dio paso
definitivo a esta gestión diplomática
suscribiendo en la noche el primero de los dos tratados (armisticio) y luego el
de regularización de la guerra), gestión que está escrita en los anales de la
diplomacia y de la Historia universal, momento cumbre en que dentro del
protocolo se brindó por el éxito obtenido en la labor de esta negociación. En
el entretiempo de dichas fechas de trabajo y antes del inicio preparatorio el
mismo Libertador Bolívar estuvo una vez de paso en Trujillo para guardar
distancias y seriedad, residiendo en la casona y como huésped preciado de Don
Jacobo Roth, entonces delicado de salud (murió el 31 de julio de 1822 por la
misma causa), y yerra el circunspecto O’Leary al no citar fuentes fehacientes
sobre una supuesta permanencia de Bolívar en casa del enfermo delicado), y no
visitó más la ciudad en esa temporada por
causa de una diarrea molesta que le ocurrió en el campamento de Sabana Larga,
como el propio Bolívar lo escribe en una correspondencia del momento.
En conclusión debemos afirmar que los Tratados de Armisticio y
Regularización de la Guerra fratricida que se llevaban a cabo fueron suscritos
sin lugar a dudas y por recuerdo histórico comunal en cadena que proviene de
aquel tiempo, en ese inmueble esquinero
de la hoy Plaza Bolívar (para mejor constancia histórica de ello el camino
lateral a esta casona que asciende hacia el cerro trasero de la casa desde
entonces y para magnificar la fecha se le llamó
Calle Regularización, y ahora también se denomina calle de la Regularización,
lo que deja inobjetable este nombre, que recuerda lo tan importante allí
ocurrido), cuyas firmas por ambas partes de la plenipotencia allí se calzaron
conjuntamente para los dos tratados, en los respectivos documentos con sus
varias copias a utilizar y según consta en la placa de mármol allí instalada de
tiempo atrás como hermoso recuerdo republicano. Y para darle el ejecútese de
ley por parte de cada delegación una de
las tantas copias debidamente rubricada se envió a Su Excelencia el Libertador
a Sabana Larga, que la firma de inmediato para dar así el visto bueno ejecutivo
que es ahora beligerante, y la otra copia igualmente se destinó con los rigores
de ley entonces vigentes y la premura necesaria, a Su Excelencia el Conde de
Cartagena y Marqués de La Puerta, Don Pablo Morillo Morillo, para que la
firmara de igual manera en canje de instrumentos oficiales y obligando así a la
Corona española, en su cuartel general establecido en Carache. Lo de la
entrevista posterior de Bolívar y Morillo en Santa Ana fue algo “off the
record”, de amistad, sin formar parte de la agenda, para beneplácito de ambos
contendores.
He dejado pues, muy en claro todo lo relativo a esta Semana Diplomática,
donde España reconoce de hecho y de derecho la beligerancia de los
republicanos, transformando así el concepto de guerra establecido, que abre las
puertas como he dicho a la liberación total de las antiguas provincias
españolas americanas. Sin embargo
queda un importante tema a resolver y de carácter material, o sea que ni el Gobierno
Nacional de Venezuela, ni el del Estado Trujillo, ni ninguno ha tomado empeño
en buscar donde sea todo el contenido de las actas y papeles que salieron a
relucir de tan importantísima reunión, estén donde estén, porque de la parte
española los documentos y sus copias fueron
enviados con seguridad a la Península, sin que quepa la menor duda, y de la
parte venezolana que de seguidas arrecia la campaña militar en varios frentes, a
pesar de los embates de la guerra en función esos documentos en originales o las
copias de oficio deben reposar en los archivos de Colombia a donde fueron
enviados según correspondía, perdidosos estos como igual ocurriera en su
momento para con el Acta de Independencia de Venezuela. Es necesario disponer de esfuerzos
inauditos a objeto de encontrar estos documentos fundamentales (Archivo
Nacional de Colombia, sección Venezuela, correspondencia diplomática, documentales en la Biblioteca Luis Sánchez Arango, etc, etc,,
en los Estados Unidos, Inglaterra y en España, donde con toda seguridad
aparecerán mediante un rastreo de expertos (Archivo de Indias, Archivo de
Simancas, Biblioteca Nacional, archivo del Palacio Real, diarios españoles de
circulación, Biblioteca de la Real Academia de la Historia y su monumental
diccionario recién impreso, Archivo del
Ministerio de Relaciones Exteriores, Archivo del Ministerio del Ejército, Archivo
de la Marina, correspondencia especial de esta guerra y otros caminos seguros
para encontrar copias auténticas de esos documentos y las Actas aprobadas de
tal discusión, que son indispensables en la Historia de Venezuela, como de los
demás países implicados. Igual investigación debe hacerse en otros
repositorios documentales europeos o americanos (Biblioteca del Congreso, Washington),
referidos a la América Hispana.
Una vez aclarado totalmente lo ocurrido en Trujillo y en relación a la
por demás errónea cita donde se señala que dichos tratados fueron firmados en
la Casa del entonces enfermo de cuidado Roth (he
dicho que falleció allí meses después), se cae por propio peso esa invectiva
poética de un seudogrupo local sensacionalista, y por el equívoco o
malentendido de O’Leary, que no cita fuentes de su aserto (el irlandés tampoco
estuvo en Trujillo durante ese tiempo). Vamos pues a dejar el trabajo histórico hasta
aquí, que ya he tratado en otra oportunidad y puede usted revisarlo en este blog, aunque sin los detalles presentes.
Los creadores de truculencias históricas, manipulaciones surrealistas, mentiras
y monsergas falsarias de la historia regional andan presos o subjudice con
muchas acusaciones penales como debe ser, teniendo un copioso expediente por
delante. Ahora falta que el afanoso gobierno local para corregir el adefesio reponga
mediante otro Decreto alusivo emanado de la Procuraduría del Estado, la realidad
de esta Historia eterna.
Pueden verse al respecto en mi blog referido “De cómo España reconoce la libertad de
América”, publicado el 3 de diciembre de 2011, y además el libro de cabecera
“Orígenes trujillanos”, de Amílcar Fonseca, Tipografía Garrido, Caracas, 1955.
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