Amigos invisibles. Cuando relato
escenas escalofriantes de la
Iglesia en Venezuela no lo hago con alguna intención sesgada,
sino simplemente para recordar escenarios que se vivieron en determinadas etapas
históricas y que dejaron como recuerdo un fardo contentivo de muchas
situaciones especiales que poco se conocen, como es el caso referido del obispo
fray Mauro Diego de Tovar, un hombre con
unción de obispo que vino desde España a estas tierras lejanas para ser todo
menos sacerdote, porque en múltiples problemas se interpuso, o mejor produjo,
dentro de un carácter violento donde a la antigua se creyó dueño y señor de
todo, como un caballero medieval impuesto por la espada, porque las pendencias
en que viviera inmerso durante esa larga residencia de 14 años que tuvo en la
diócesis caraqueña, dejó mucho que desear, salvo los herederos familiares, que
sí vinieron en son de paz y de construir familias con los naturales de estas
regiones en buena parte salvajes. Que no lo diga yo. De donde reitero que fue
un hombre rollizo, corpulento, lleno de pasiones, chapado a la antigua inquisitorial,
temible, resuelto, tenaz y con mucho
poder, pero no un sacerdote manso y bueno,
sino todo lo contrario, dejando una estela de desgobierno fanático, entre otras
curiosidades, que lo recuerdan imprudente, exacerbado, amotinador, pues a pesar
de la misa que practica aplicaba el odio por principio personal, la desunión y
hasta el terror, de donde ustedes se podrán dar cuenta de esta clase de ser humano
que comento, a pesar de la cristiana investidura que tenía. Cosas veredes. Ah,
y por si acaso toda esta suerte de hechos cuanto errores fanáticos que aquí
narro con frialdad, ya algunos versados sobre el tema han hecho uso de tales
ejemplos escalofriantes, por lo que
criticar con base cierta y reiterada tiene mejor justificación.
Para
ir enderezando la proa de este juicio sereno a que nos referimos como ejemplo
de ese ser radical, diremos que tal personaje de nuestra etapa colonial era
español, nacido en la octava década del siglo XVI, o sea en 1582, en
Villacastín, villa y terreno segovianos superpuestos en serranías y pinos de
paisaje, y cuyos padres fueron don Antonio de Tovar y doña Ana Valle Maldonado,
sin conocer otros detalles de dicha familia lugareña y que por cuestiones del
tiempo donde abundara la vida monástica como debido a razones críticas o
confesionales el joven Mauro con alguna vocación y según era costumbre, en época
de la mayor pubertad debió ingresar en 1600 para emprender un largo camino
monástico al muy importante convento benedictino o sea de la orden de San Benito
El Real, comparable a Cluny y Montecasino, situado en el castizo Valladolid, y
donde ordenado dentro del escalafón necesario por sus virtudes iniciales ha
hecho carrera vistiendo hábitos correspondientes hasta llegar a ser Prior y
Abad en dicho cenobio, y así, con la calidad
demostrada por la vacancia habida en el obispado de Caracas o Venezuela, en 3
de octubre 1639 el papa Urbano VIII con anuencia del rey Felipe IV y el poder
del conde-duque de Olivares, desde Roma lo
escoge para ser obispo de tal extensa diócesis indiana, sucediendo de este modo
al canario Agurto de la Mata ,
quien lleno de miedo por la “infestación” de piratas recien había trasladado la
sede catedralicia y episcopal de Coro a la ciudad de Caracas. Pero como las
cosas cambian, según lo afirma Copérnico y hasta Galileo, el tranquilo fraile Mauro
al tomar posesión de su feudo eclesial, en diciembre de 1640, una vez que oye
campanas sin saber de dónde y disgustado con el poco quehacer espiritual de la
grey, entre las comidillas de los correveidiles que persisten decide entrar de lleno
al ejercicio de su gobernación espiritual, que aspira serlo eclesial y civil,
de donde con prontitud vemos expresado el perfil sicológico cuanto guerrero de quien
ya ostenta el poder que acapara y que sintetiza el académico Castillo Lara, por
cierto sobrino de un arzobispo caraqueño y otro cercano cardenal, donde entre algunas
perlas añadidas dirá que el segoviano era de talento y ágil, pero también
apasionado en extremo, dominante, tiránico, orgulloso, despiadado y hasta
arbitrario, por lo que mejor perfil no se podía demostrar sobre tal personaje.
Pues
bien, una vez que agarra el báculo episcopal De Tovar declara la guerra a casi
todo el mundo, o a los que no estaban con él, para sujetarlos a sus creencias
radicales y retardatarias en materia espiritual y humana, de donde desencadena
una feroz batalla contra la congregación mercedaria ubicada en Caracas, al extremo
de destruir personalmente sus pertenencias materiales (oratorio, hospedería, la
propia iglesia, pronunciando palabras “ignominiosas”), y llega incluso a
excomulgar en tres ocasiones al fraile Juan de Espinosa, que los dirigía,
porque según él en la confrontación de los poderes “habían menospreciado su
autoridad”, mientras ordena en una
segunda vez a dar también fuego a las pertenencias que se habían salvado
sacando a los frailes a empellones de su hogar y hasta maniatados. Y en cuanto
a eso se refiere, la coge también con el dominicano y gobernador de Venezuela,
Ruy Fernández de Fuenmayor, a quien “no le tiene por más cristiano que a su
caballo”, y en una guerra “de preeminencias” quita las sillas reservadas dentro del templo al Ayuntamiento,
y en el motín que sustenta veja de manera constante expresando que el
dominicano gobernador era miedoso, para doblegarlo ante su propia férrea autoridad,
lo que no consigue desde luego, mientras sigue encendiendo los ánimos en contra
y a través de nuevas excomuniones y amenazas, en los conflictos que cada año a
partir de diciembre de 1640 atiza, sin ninguna misericordia. Así desde 1641
enfrenta a su Cabildo eclesiástico contra el Municipal, en una guerra sin sentido,
y en el 42 se niega a enviar capellanes en los barcos de Don Ruy, que deseaba
desalojar a los holandeses de Curazao, y hasta tiene los riñones de promover
una deserción de tropas reales acantonadas en el puerto de La Guaira , escondiéndolas en
la propia sede episcopal, que así se convierte en refugio de desertores y
enemigos, mientras que con algunos y a fin de ampararlos en la fuga los ordena
sacramentalmente, para eximirlos en la obligación de ir al combate. De igual forma
en nada colabora haciéndose el loco para detener la amenaza de una flota
inglesa al mando de William Yackson que en diciembre del 42 se presenta frente
a La Guaira
con fines non sanctos. Así la sociedad se divide en dos bandos, o sea los que están
con él, y los que le adversan sus modos atrabiliarios, por lo que para mejor
manejo de la situación tiene a un sacerdote de compinche en estos menesteres
divisorios, o sea a Marcos Arista de Sobremonte, capitán de su banda, violento,
pendenciero, estrafalario y poco
escrupuloso, que vive en gran escándalo y vida poco recomendable, al servicio permanente del obispo y para esos
asuntos privados, quien con desparpajo llega a expresar que no es pecado
vengarse del enemigo y al que por vueltas que da la vida luego se le designa obispo de Puerto Rico, silla que no
llegó a ocupar.
A
poco De Tovar no se queda quieto y en 1643 promueve otro gran escándalo
citadino, por anulación de matrimonio entre dos fieles conocidos, de donde con
pelos y señales aparece en el expediente malos tratos a la dama y amancebamiento
con su hermana por parte del esposo, disponiendo así la prisión de los hermanos Ponte, la amenaza de
excomunión a quienes los protejan, y también para remate de tal locatera excomulga
y con vejación pública, como era su costumbre, a la madre de la encausada
calificándola de encubridora (es presa, cargada de grillos pesados, se le azota
públicamente, y en acto de venganza frailuna se la pasea desnuda con una corona
de capirote por las calles capitalinas
para el escarnio debido, por lo de la fuga de esta pareja enjuiciada, como por
no haber bautizado algunos hijos, y a otros interesados también castiga por no
presentar testigos en este juicio familiar. Para colmo de esa actitud episcopal
De Tovar excomulga a Don Ruy, a su teniente general y a los alcaldes ordinarios
de Caracas, por no haber sido diligentes en cuanto al juicio que este sacerdote
atrabiliario sostuvo de manera infame contra la familia Ponte (los tiene bajo
cepo e incomunicados, aplicando tormento y por más de dos años presa retiene a la encausada, rematándole sus bienes),
negándose luego el obispo a entregar recaudos que lo inculpan en tan tremendo
escándalo, por lo que a su vez, cazador cazado, la autoridad eclesiástica
dominicana con bastante razón lo excomulga, en este tan siniestro juicio
eclesial. Y como pronto ya Madrid se cansa de tantos desafueros promovidos,
envía de nuevo Gobernador a Marcos Gedler y Calatayud, quien vista esta escena
de comparsa titiritera llega a Venezuela por Maracaibo y allí se queda un
tiempo, mientras el irascible De Tovar, nominado obispo de Chiapas, en
Centroamérica, hoy en territorio mexicano, se trasladaba a ese bello rincón montañero,
que hace un tiempo visité siguiéndole los pasos al terrible hombre, pudiendo
determinar que siempre habitó por más de una década en San Cristóbal de Las
Casas, en cuya iglesia de Santo Domingo descansa quien nunca dejó descansar a
nadie, ni de viejo (de mal genio, “el iracundo con todos se peleó”), en aquel
paisaje mexicano porque su enfrentamiento de llevar la contraria contra todo
siguió igual. Murió con más pena que gloria ajustando 84 años de lucha severa
en sus tercas creencias, o sea el 3 de noviembre de 1.666, en el rincón bucólico
de su episcopalía. Todavía en 1648 la familia Navarro, de Caracas, ante el Consejo
de Indias de Sevilla presentó un memorial de agravios contra este escandaloso
levita, contentivo de 38 piezas de documentos, donde demostraban los
desaciertos y arbitrariedades cometidos por el mismo que viste y calza, de
quien con al excusa necesaria voy narrando tantos hechos ilícitos y hasta penales.
Pero como tenía familia que dejara en Caracas, luego ennoblecida por el Rey
español, tardó varios años en viajar a su destino. De esa su permanencia en
México escribí oportunamente un trabajo periodístico, que fue publicado en el diario
El Universal, de Caracas.
Ahora
voy a traer a colación otros datos más que poseo porque la fiesta no termina
aquí, ya que hay mucha tela que cortar, como lo anoto en mi libro “Historia
Oculta de Venezuela”. En efecto, De Tovar con el grupo aludido la emprende
contra damas de Caracas y por nimiedades en el vestir les dicta castigos
inquisitoriales, y hasta a la señora Díaz el obispo ordena azotarla en el
propio templo, lo que fue cumplido con rigor. Por esas mismas causas viene un
Juez metropolitano desde Puerto Rico, para aclarar este nuevo problema.
Entonces De Sobremonte y su cuñado Buenaventura de Cabrera intentan asesinar al
gobernador Ruy Fernández, pero el que sale herido de muerte con dos
cuchilladas es el Juez visitante, e incluso
de las resultas el prelado excomulga a partidarios del gobernador. Los pleitos
continúan y De Tovar acaso en la venganza a una dama familiar del gobernador
Fernández la hizo echar del templo a través de un “perrero “ que cuidada tres
feroces mastines” de Su Señoría, en medio de una guerra sorda de asaltos y
palizas nocturnas. Como bien lo tildó el
historiador Ramón Díaz Sánchez De Tovar
era un sicópata, “que no escatimaba ningún dicterio para sacar de quicio o
avergonzar despiadadamente a los que
eran objeto de su enojo”. Y continúa con la “guerra de potestades”
contra el gobernador Fernández, tildándolo que realizaba cohechos, que se casó
por interés y que también hacía jurar en falso. Y en ese mismo tono discordante
pronto la cogió contra el escribano Diego Rodríguez Espejo, a quien veja sin
compasión, y donde en su furia irracional lo tilda de infiel, venal,
prevaricador, y aun con más cólera le llama socarrón, bellaco, puerco, “y
estuvo a punto de golpearlo”, esta vez porque dicho funcionario contradijo los
deseos del obispo respecto al convento de La Merced, ofreciendo a su vez darle
de garrotazos. También se introdujo en problemas raciales existentes en la
gobernación, donde “por cada persona (blanca) había 40 negros”. Y
para llevar a cabo los pretendidos fines Su Excelencia se gastaba un “ejército
particular” y amedrentador, que estaba armado entonces de espadas, arcabuces y
“hasta cañones pedreros”.
Otro
aspecto de esa vida rencorosa del obispo en cuestión es el pleito que forma con
las Monjas Concepciones de Caracas, en 1643, en que la abadesa de tal
reclusorio conventual, sor Isabel de Atienza y Carvajal, debe salir
intempestivamente de Venezuela para salvar la vida, pues como acusa esta hermana
superiora “me persiguió…. y ultrajada de dicho obispo… y temerosa de sus
rigores y procederes me vine (a Santo Domingo)… sin avío….. que de no habérmelas dado el dicho
(gobernador) Fernández de Fuenmayor y bajel a su costa (yo) pereciera…”. Este
encono episódico del obispo debió ser porque en dicho convento vivían tres
religiosas fundadoras, Inés, María y Elvira de Ponte, de la familia antes
señalada, quienes vieron pasar a su madre desnuda de la cintura arriba y
montada sobre un asno, con capirote encima y azotada por dos esclavos, como
antes expuse, mientras sus hijas reclusas lloraban desconsoladamente. Pero ya que no se podía quedar tranquilo en el
rencor que sostenía pronto el obispo encauza
sus ataques contra el licenciado Juan de
Salinas, Tesorero del Cabildo Eclesiástico, porque no se plegó a su pandilla, y
al considerarlo disidente lo despoja del cargo sin poder siquiera ingresar a la
catedral, y aunque las autoridades superiores decidieron a su favor una vez
recurrido a ellas este licenciado sobre sus rentas caídas y beneficios, el
infortunado tesorero nunca pudo percibir nada, haciendo fray Mauro caso omiso
de las tres reales cédulas que así lo expresaran, por lo que Salinas murió
arrinconado en la pobreza, el odio y la intemperancia de tan violento enemigo.
Como anotamos De Tovar siguió por otro tiempo largo residiendo en Caracas y
haciéndole la vida imposible al gobernador Gedler y Calatayud, a quien supongo
sacara de sus casillas, aunque supongo la decencia lo retendría. Y cuando al
fin se va de Venezuela, “ni el polvo mismo quiso llevarse en sus zapatos”, como
se reseñó oportunamente, para hacerles la vida imposible a los chiaperos de
aquel tiempo molesto, durante once años más, pues murió en San Cristóbal de Las
Casas de un ataque cardiaco, no arrepentido de sus tantos errores, el 5 de
noviembre de 1666, y para regocijo de algunos. No quiero opinar en otras consideraciones. Ahora póngase usted
de juez colegiado y sentencie sobre el personaje, en cuyo veredicto creo esté
acorde conmigo.
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