Amigos
invisibles. La verdad es que cuando uno le coge interés a cierto tema lo
escribe con soltura, porque de tanto oír en este caso sobre el personaje y sus
fantasmas uno le fue haciendo como un colateral de la familia, y esto lo digo
por varias causas puesto que ya es hora para la ciencia histórica de bajar a la
realidad aunque sea crítica y guste o no para muchos lectores comprometidos o
los simples amantes de la vivencia escrita que aún sostienen dolientes
insepultos en cuanto a que si el personaje merece las verdaderas honras del
Panteón Nacional, pues ya en este siglo XXI que corre al galope por obra de la
tecnología avanzada es bueno que nos dejemos de tapujos en cuanto al estudio de
una época o de cierta figura destacada que hasta bien le retrata el Nobel
García Márquez, porque sea dicho de una manera veraz que el tachirense general Juan
Vicente Gómez Chacón, de quien aquí me refiero, es uno de los cuatro personajes
jinetes más valiosos e interesantes de nuestra vida republicana, porque los
otros tres fueron Simón Bolívar, José Antonio Páez y Antonio Guzmán Blanco,
señalando esto como hombres que llegan a conducir el país en determinado tiempo,
con sus más y sus menos desde luego pero sí suficientes como para señalarlos de
manera tan precisa. Sin embargo y porque no soy egoísta otros se acercaron a
esta categoría y es bueno también señalarlos aquí, con sus virtudes y defectos,
porque la perfección no existe en los seres humanos, para que reposen en el
recuerdo no de un Panteón tan vilipendiado por los excesos allí habidos, sino
que moran en el corazón de cuantos hicieron y aún construyen esta patria: Marcos
Pérez Jiménez y Rómulo Betancourt.
No sé si usted está asombrado de lo que afirmo, pero es hora de romper
las barreras de estereotipos y anacrónicos tabúes para incluir el pensamiento
vasto a sostener, porque saliendo ya de probetas experimentales es oportuno mencionar
que nuestro país desde su fundación ha tenido como rémora enfermiza un
militarismo feudal peor entendido, que es causa de gran parte de nuestros males
subyacentes, pues así como a los religiosos de profesión no se les permite
ejercer cargos públicos fundamentales, por fuerza constitucional, igualito debe
hacerse con quienes desempeñan la carrera militar, sin excepción alguna y en
forma rigurosa, puesto que aquí aplicamos el adagio de “zapatero a tus zapatos”,
en lo que no hay vuelta de hoja y en eso seremos firmes de hoy y en lo adelante,
para la salud republicana a objeto de salir de esa asfixia monumental anacrónica
que nos acogota con el latente peligro cuartelario. Pues bien, distinguidos
amigos, toca hoy estudiar y mejor revolver la vida misteriosa de ese zamarro
hombre lleno de gimnasia mental, cazurro
y vivo como él solo con la particularidad que gobernó a Venezuela por 27 años
en momentos aciagos y que con su filosofía conservadora campesina aprendida en
las primeras letras de su aldea natal tachirense y fronteriza, o sea de La
Mulera, tranquiliza el país de manera muy original pero asertiva, hecho que se
puede analizar desde dos ángulos opuestos aunque con validez relativa, “e pur
si muove”, como expresara Galileo Galilei. Pues bien, para hablar en escritura
de este personaje es bueno remontarse al final de nuestra Guerra de
Independencia, cuando el país queda en la ruina y obligado a cancelar una
elevada deuda para completar lo infausto aparecen por doquier algunos
seudocaudillos y aprovechadores de lo ajeno, que por décadas marcan una pesada
carga de lucha social a pagar con sangre, sudor y lágrimas, según gráfica expresión
de Winston Churchill, en medio de una constante batalla de hambrientos bandoleros
con o sin nombre y apellidos que desangran a Venezuela a través de consignas
estúpidas caídas al vacío, en medio de un mar de levantamientos guerreros o de
guerrillas bandoleras comandadas pos facinerosos cuya máxima expresión fue la
llamada Guerra Federal, la que bajo una sin cesar estela de muertos y paludismo
asesino condujo al país a la miseria, país todo escindido por cierto en cuatro
partes que se desconocían entre sí y con diversos orígenes sociales, en cuyas
trancas y desórdenes salvo excepciones discutidas vivimos hasta el fin del siglo XIX.
Bueno es recordar igualmente que luego de dividir a Venezuela en dos repúblicas de ordeño durante la Guerra de Independencia, lo que no prosperó para así poder salvar algunos restos apreciables, aparece una separación oportuna de las siete provincias iniciales, porque la convivencia entre el Oriente territorial con el Centro capitalino, así como los extensos llanos que la cruzan y aquel nudo de montañas alejadas que eran los estados andinos, hacían más difícil por distante la interrelación geográfica y emocional de los habitantes, que apenas se conocían, al extremo que el Oriente y Guayana mimaban su relación con Trinidad, los llanos con la extensa provincia de Caracas, y el Occidente de Venezuela tenía tres polos de atracción de negocios y familia, que eran Curazao para la espaciosa zona coriana, Maracaibo para los estados andinos y hasta Lara, y los mismos estados montañosos occidentales por su singular idiosincrasia y la economía autóctona que ya despunta con el café, mira una buena relación con Colombia no solo porque las familias están unidas a través de lazos profundos de solidaridad o sangre, sino porque era mucho más fácil ir de viaje o comerciar hacia Colombia que a otras partes del país, donde las vías de comunicación no existen y las enfermedades del camino, tal el paludismo, las colerinas y la fiebre amarilla, son de verdadero temer. A partir de 1864 y acabada la desastrosa Guerra Federal, los Andes, manejados por Trujillo bajo la férula machetera del caudillo Juan Bautista Araujo desde la Ciudad Santa del conservatismo que es Jajó, hasta que en marzo de 1892 sus huestes pierden el combate en El Topón del Táchira y el eje político militar entonces cambia de sitio para asentarse definitivamente en esa frontera dinámica y rica por la agricultura que la entorna. En estos momentos cruciales de la vida regional y en la última década novecentista anda dando vueltas y revueltas por dicha frontera colombo venezolana un pichón de sacerdote que no llega a serlo, alborotado y mujeriego pero de recia personalidad, ambicioso “indio que no cabe en el cuerito” como le llama Ignacio Andrade y osado que no le para a los infortunios, quien viviendo del lado de Colombia convence a su rico compadre y más que amigo, Juan Vicente Gómez, para acabar con la mafia política establecida en Caracas ya desde los tiempos de Guzmán Blanco, y mire que este hombre escéptico y taciturno, prevenido, para hacerle compañía al compadre Castro decide cerrar sus negocios productivos y acompañarle al centro de la república en una revolución corta e increíble mientras deja a buen resguardo el ganado que eleva en la frontera y entierra su fortuna en monedas de oro, para prevenirla de interesados botijeros.
Bueno es recordar igualmente que luego de dividir a Venezuela en dos repúblicas de ordeño durante la Guerra de Independencia, lo que no prosperó para así poder salvar algunos restos apreciables, aparece una separación oportuna de las siete provincias iniciales, porque la convivencia entre el Oriente territorial con el Centro capitalino, así como los extensos llanos que la cruzan y aquel nudo de montañas alejadas que eran los estados andinos, hacían más difícil por distante la interrelación geográfica y emocional de los habitantes, que apenas se conocían, al extremo que el Oriente y Guayana mimaban su relación con Trinidad, los llanos con la extensa provincia de Caracas, y el Occidente de Venezuela tenía tres polos de atracción de negocios y familia, que eran Curazao para la espaciosa zona coriana, Maracaibo para los estados andinos y hasta Lara, y los mismos estados montañosos occidentales por su singular idiosincrasia y la economía autóctona que ya despunta con el café, mira una buena relación con Colombia no solo porque las familias están unidas a través de lazos profundos de solidaridad o sangre, sino porque era mucho más fácil ir de viaje o comerciar hacia Colombia que a otras partes del país, donde las vías de comunicación no existen y las enfermedades del camino, tal el paludismo, las colerinas y la fiebre amarilla, son de verdadero temer. A partir de 1864 y acabada la desastrosa Guerra Federal, los Andes, manejados por Trujillo bajo la férula machetera del caudillo Juan Bautista Araujo desde la Ciudad Santa del conservatismo que es Jajó, hasta que en marzo de 1892 sus huestes pierden el combate en El Topón del Táchira y el eje político militar entonces cambia de sitio para asentarse definitivamente en esa frontera dinámica y rica por la agricultura que la entorna. En estos momentos cruciales de la vida regional y en la última década novecentista anda dando vueltas y revueltas por dicha frontera colombo venezolana un pichón de sacerdote que no llega a serlo, alborotado y mujeriego pero de recia personalidad, ambicioso “indio que no cabe en el cuerito” como le llama Ignacio Andrade y osado que no le para a los infortunios, quien viviendo del lado de Colombia convence a su rico compadre y más que amigo, Juan Vicente Gómez, para acabar con la mafia política establecida en Caracas ya desde los tiempos de Guzmán Blanco, y mire que este hombre escéptico y taciturno, prevenido, para hacerle compañía al compadre Castro decide cerrar sus negocios productivos y acompañarle al centro de la república en una revolución corta e increíble mientras deja a buen resguardo el ganado que eleva en la frontera y entierra su fortuna en monedas de oro, para prevenirla de interesados botijeros.
Así las cosas y una vez que Castro amarra su caballo frente al Capitolio
caraqueño, como lo había predicho, comienza una sucesión de hechos anormales
por este que llaman “cabito” debido a su baja estatura, entre bebidas y mujeres,
mientras desata una grave situación internacional que llega a bombardear los
puertos nacionales y se enemista Castro con todo el mundo, al extremo que el
banquero Manuel Antonio Matos lo tilda claramente de loco y que por ello va a
dar mucho quehacer en la historia de Venezuela. Entretanto el general Gómez,
que ha ganado este título militar no como muchos burócratas en comidillas de
palacio sino en los campos de batalla, se mantiene calmo, muy callado porque
fue siempre hombre de poco hablar y de mucho hacer, a la espera de otras
circunstancias que el destino depare y sin caer en trampas que el propio Castro
le tiende para demostrar su confiabilidad, o que emanen de fuerzas enemigas con
lo que quieren enlodar su reputación. Entre tanto el general Gómez a la chita
callando se prepara de una manera juiciosa para el ejercicio del poder primero
asegurando la presa castrista en calidad de segundo en el mando de a bordo, por
lo que le toca luchar de veras bajo el mando de tropas en esa casi década cuando
gobierna de manera desaforada el compadre Cipriano, a quien le presta dinero en
aprietos económicos y mantiene buenas relaciones con el clan valenciano de
aduladores de Castro timoneados por Ramón Tello Mendoza y Torres Cárdenas, quienes
por ello obtienen cuotas de poder. Entre tanto el país continúa enguerrillado
con esa nueva gente andina que por antonomasia llaman chácharos, buenos y sanos
pero iletrados y duros de roer, que son como un sostén del régimen decadente y
mientras las fuerzas militares agrupadas bajo distintos caudillos decimonónicos
llenos de intereses personales le declaran una cruenta revolución al chácharo
mayor Castro, sostenida por numerosos generales que vienen rondando el poder
desde los tiempos de la Federación, que en combo se atrincheran finalmente en
La Victoria para dar la batalla final, ganada por Castro con mucha dificultad y
gracias a la intervención precisa de Gómez, como del doctor y general
trujillano Leopoldo Baptista en la toma sigilosa del cerro Copey. De allí en
adelante la estrella militar del general Gómez obtenida con valentía en los
campos de batalla y después de los 40 años de edad, brilla con luz propia, lo
que pone en guardia a otro guapo militar que era el cabito Castro.
Entre conjuras, aclamaciones y disgustos internos e internacionales se
mantiene la era castrista, por pleitos con los banqueros, las casas extranjeras
de negocios y mucha gente acomodada, mientras Gómez va cimentando su prestigio palpable
en diversos combates y batallas con que pacifica el país por la primera vez y
piensa en el ejército que de verdad no tiene Venezuela sino montoneras,
mientras el compadre Castro pervive disoluto entre juergas de damas al paso y
alcohol sin continencia. Allí sucede el traslado del Presidente a La Victoria
por un tiempo dado que en una farsa teatral renuncia, situación de viveza que
Gómez con rapidez desenmascara y así como buen político que ya lo es logra convencer
a su compadre de la confianza y seguridad que se tienen entre sí. Pero sucedió
que con la vida desordenada en que continúa Castro pronto se le presentan
complicaciones del sistema uretral y renal que le llevan a una intervención
quirúrgica en Macuto, de donde con prontitud y porque no sana el tachirense
debe viajar a Europa para su sanación, dejando encargado de la Presidencia al
astuto general Gómez, tiempo en que éste se da cuenta del doble juego que tiene
dicho compadre para con él, y como se dice ante la situación que descubre Gómez
con la frase en clave que “la culebra se mata por la cabeza”, antes de ser
despedido por la puerta de atrás decide dar un golpe de estado frío contra el
cabito que anda por tierras germanas, mientras lo ayudan unos barcos de guerra
americanos aposentados en la costa cercana de Caracas. Así feneció la triste
leyenda del guapetón Cipriano Castro, aunque siempre Gómez le tuvo recelo y
desconfianza en el destierro bien vigilado por los espías gomecistas, hasta que
de 68 años fallece en Santurce de Puerto Rico, en 1924.
Una vez que el general Gómez se adueña del poder, el país entrará en
una calma chicha que sus adversarios representaron con el lema oficial “Unión,
Paz y Trabajo”, agregándole la coletilla de Unión en las cárceles, paz en los
cementerios y trabajo en las carreteras, porque fue una verdad sesgada en aquel
período ejercido con mano dura pero usando guantes de cabritilla, donde se
permitían ciertas libertades, aunque no los excesos. Es bueno recordar que para
1910, o sea recién entrado Gómez al ejercicio del poder, nuestro país
prácticamente vivía en la edad media de los pensares, con excepciones desde
luego, y que las cárceles existentes contra los bandoleros de distinto peso fueron
heredadas de mucho tiempo atrás [vale decir, el palacio presidencial en Caracas
era la antigua cárcel colonial], en un país en bancarrota, pagando deudas
atrasadas y con poca liquidez, en lo que prácticamente había que comenzar de
cero. Pero Gómez con el guáramo que tenía así lo hizo, y sin mucho hablar salvo
con el hipopótamo del zoológico de Maracay, a quien visitaba con cariño, y
además con su confidente hasta cierto punto de Antonio Pimentel, que le fue
leal por siempre, como el fiel indio colombiano Eloy Tarazona, que cuidaba sus
espaldas por si acaso, y una legión de andinos que coloca en ciertos puestos de
la Administración como ejes de su mandato, valga decir los jefes civiles
pueblerinos y los telegrafistas nacionales que al cazurro general lo mantenían
permanentemente informado de los sucesos sobrevenidos en todo el país, con
ellos y mediante el ejército incipiente que organiza para acabar con aquello
que el vulgo llamaba “chopo e’ piedra”, mas con mucha gente advenediza y de
otros adulantes de ocasión emprende la meritoria labor de unir el país, por lo
que renovando ideas piensa ya construir carreteras y otras instalaciones
necesarias, mientras juega con la política interior al enmochilar en un mismo
cesto a los antiguos generales de provincia que aún pululaban a la espera de
algún cargo remunerador, o sea vistos en un raquítico Consejo de Estado que
nada aconseja pero que los ata al sistema de esta manera conveniente, lo que el
pueblo en despectivo signo llama “El Potrero”, de dinosaurios agrego yo, y
escoge para continuar en la función teatral a gente de absoluta confianza pero
prestados a la farsa c omo José Gil Fortoul, Victorino Márquez Bustillos y Juan
Bautista Pérez, quienes fungen de Presidentes nominales, porque el poder Gómez
lo maneja en absoluto desde sus estancias en Maracay, ciudad que prácticamente se
convierte en un gran cuartel y donde los interesados van a rendirle pleitesía
casi de una manera degradante.
Con la fama de ser un militar de espuelas, poseedor de tabaco en la
vejiga, que gana distinciones en los campos de batalla, para citar algunas la
inicial campaña de 1899 que lo lleva de la frontera colombiana hasta Caracas,
con acciones memorables habidas en el Táchira, en Tovar y la muy recordada de
Tocuyito, o la defensa que hace de su compadre Castro cuando anda todo sitiado
como jodido en La Victoria, o las campañas que realiza con el prestigio militar
que ya posee en Lara, Falcón, el centro del país, el llano, La Puerta, la
conocida batalla de El Guapo y la de Carúpano, donde le hieren algún nervio en
una nalga con que queda ligeramente cojo, y la final del triunfo para obtener
la paz que realiza en Guayana, cuando derrota a los jefes orientales y se
entrega para llamarlo así el famoso Nicolás Rolando, con ese prestigio de su
sable, repito, nadie le va a chistar durante muchos años y mejor hasta su
muerte, porque salvo ligeros escarceos de bandolerismo o algo parecido en los
llanos con Maisanta, el tuerto Vargas y el escapista Arévalo Cedeño, las vagas
intentonas de Delgado Chalbaud, Gabaldón,
el cuartel San Carlos, los tranviarios, estudiantes del 28 y otras menores, la
paz octaviana se sostenía sobre las bayonetas gomecistas. En el entretiempo del paso de los años Gómez,
que según expuse fue siempre un hombre aventajado de negocios como buen rayano
y cuyo amor principalmente eran las vacas, comienza a cimentar una inmensa
fortuna en bienes raíces, iniciándose en ello con el dinero que ha traído de
sus actividades mercantiles ejercidas en la frontera con Colombia, donde vivía
expatriado, capital que mediante el sano entender multiplica en lo aplicado
desde 1900 y por 35 años de ajetreo negocial, donde va adquiriendo por registro
innumerables haciendas en los llanos y el centro del país, como los diversos
inmuebles de vivienda que posee casi en este mismo territorio en que desempeña
esa lucrativa actividad privada a través de caporales y testaferros de aprecio bien
pagados, suma de habilidades que a su muerte le hace el hombres más rico del
país, con el detalle que todos esos bienes siempre permanecieron en Venezuela y
nada en lo exterior, por lo que a su fallecimiento, al gobierno en turno le fue
muy fácil incautarlos sin compensación alguna aduciendo que eran bienes mal
habidos, lo que salvo excepciones de viveza comercial y otros detalles que se
pueden pensar no se ajustaron a la verdad verdadera, parodiando a Juan Ruiz de
Alarcón.
Gómez fue muy amigo de festejar las fechas importantes para que quedaran
como ejemplos palpables de su obra, por lo que en 1910 recordó como se debe el
centenario de la Independencia, cuando forma el inicial ejército de Venezuela,
y en 1921 para recordar lo acaecido libertario en Carabobo acomete una inmensa
parada militar en tal campo de guerra, donde exhibe por vez primera una tropa
unida y con nuevo material bélico, como la famosa creación de la Aviación
Militar, que desde el primer momento pone interés en ello, y para rememorar el
centenario de la muerte del libertador Bolívar se empeña en hacer un saneamiento
total de la dura deuda que el país arrastraba desde tiempos de la Independencia,
a lo que se agregó otras adquisiciones militares para sostener tantos conflictos
intestinos que el país padeciera en el siglo XIX. Con esa moneda fuerte que se
crea y el impulso del petróleo que con ojo de visionario palpa hacia el futuro,
Venezuela fue hasta 1983 ejemplo de sanidad económica y referencia bancaria a
nivel mundial. Otro ejemplo de Gómez dentro de aquel país aún lleno de
problemas fue iniciar una ligera transformación inicial en materia de desarrollo,
por lo que pone atención en el café y el cacao como frutos a exportar, y en lo
interior crea algunas fábricas lácteas, papeleras, aceiteras, calzado,
textiles, de jabón y de otros productos que apoya, como el cemento, los
centrales azucareros, y demás rubros que ya miran por buen camino el tránsito
industrial y bancario del país.
Venezuela para Gómez era como una gran hacienda bajo su poder y en ese
espejo de aquel tiempo pasado es que se debe fijar la atención de su vigencia
histórica, porque hacer otras comparaciones fuera de contexto es caer en el
desenfreno parcializado o la equivocación, ya que no se le pueden pedir peras
al olmo. Gómez constituye un numeroso clan
familiar y de pocos amigos que así lo sostendrán hasta la muerte, aunque sus
decisiones fueran inapelables, pero es bueno recordar que sabía oír para ejercer
un mejor gobierno sin ir en contra de la realidad. Tuvo muchos hijos y diversas
mujeres contados en papel para no equivocarse, y a quien le fue fiel le
respondió siempre con la misma carta, aunque desdeñaba la adulancia. Su
filosofía de la vida le llevó a ser sensato y así pudo morir tranquilo en la
cama porque no se conoció alguien que de firmeza atentara contra él, y los pocos
que lo hicieron contra su gobierno luego quedaron desautorizados por la
Historia, al extremo que yace enterrado con todo respeto en su panteón
familiar, donde el tiempo le guarda la memoria objetiva que se merece. Conozco
muchísimas anécdotas de este hombre que se formó por sí mismo con el trabajo y
sin necesidad de muletas, que ahora no son del caso mencionar y porque bastante
han sido publicadas, lo que le da un calor especial al tránsito de su vida en
recuerdo. Claro está que algunos, la minoría, no estuvieron con él, por causas
subjetivas que tampoco señalaremos y que fueron expuestas en su oportunidad,
con o sin aditamentos picantes o salidos de un plano crítico real, y que
algunos de esos descendientes o usufructuarios puedan pensar desde otro aspecto
sobre la vida privada y pública de este tachirense que forma parte de la
Historia nacional. A esos criterios dispersos los respeto, pues desde joven los
he oído rondar en conciliábulos del tema, o en trabajos más serios pero
apasionados y otros que no vale tomar en cuenta, porque se contradicen o
guardan algún rencor específico de aquellos años del foxtrot y de los danzones
caraqueños. Todo ello se guarda en un cofre cuajado de virtudes o de errores,
porque somos humanos, pero que en suma representan por sí a uno de los grandes
personajes públicos y privados que ha tenido el país, sin claudicar ni siquiera
en sus fronteras, porque no fue traidor a sus principios de hombre digno y
porque trajo la paz incipiente y luego el desarrollo a lo largo de su función
en el sorpresivo siglo XX. El adagio proclama que al valioso se le ataca. Y
como esto termina vamos con el “ite missa est”.
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